Padova. Padua, en castellano. La ciudad del santo Antonio, que, por cierto, era portugués. El de los milagros imposibles. Motivo de un santuario de culto y peregrinación. Por Padua pasaron también Giotto, Petrarca, Donatello, Galileo... Varias décadas ha también Negri enseñó en las aulas de su universidad. El viernes pude ver en la capilla Scrovegni uno de los referentes de la pintura europea: Giotto, autor de los frescos que dedicó a la vida de Jesús de Nazaret, desde la anunciación a su madre hasta su resurrección, y al juicio final. Contemplar in situ una obra de esas características, impone. Me trajo al recuerdo otro juicio final, el de Nicolás Florentino en el ábside de la catedral vieja de Salamanca, que contemplé tantas veces de niño cada 8 de septiembre. También el de Miguel Ángel en la capilla Sixtina o, con otra composición, el tríptico "El jardín de las delicias" de El Bosco.
La salvación, la condena, el cielo, el infierno, la virtud, el pecado, la vida, la muerte... Observando los personajes, pocas mujeres se salvan. Y poca la gente humilde. Lo hacen frailes, nobles, burgueses... Junto al juez supremo, Enrico Strovegni ofrece la capilla, expurgo para salvar a su padre pecador que fue, al parecer, usurero. El hijo salvando al padre mediante el comercio de las obras que dos siglos después llevó a Lutero a rechazarlo. ¿Y el infierno? La desnudez asexuada ¡Ay, la justicia! Divina, humana...