Aunque en este cuaderno se ha editado en dos partes, se ha publicado completo en www.rebelion.org el 5 de agosto de 2010.
Para empezar
La búsqueda hasta diciembre pasado de los restos humanos de Francisco Galadí Melgar, Joaquín Arcollas Cabezas, Dióscoro Galindo González y Federico García Lorca en Fuente Grande, municipio de Alfacar, no ha dado los resultados esperados. Se había basado en el testimonio que Manuel Castilla Blanco, uno de los enterradores, dio a Agustín Penón en 1955 y Ian Gibson en 1966. Ha sido una búsqueda llena de polémica, con posturas divergentes. Se inició a instancias de la CGT, que está personada judicialmente en nombre de las familias de Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, militantes de la CNT, que acompañaron a García Lorca en la muerte. Las diversas asociaciones que defienden la recuperación de la memoria histórica han apoyado la excavación, como lo hacen con cuantas actuaciones sean necesarias para esclarecer los crímenes cometidos por el bando vencedor de la guerra. La familia del García Lorca no se ha mostrado partidaria de la excavación, aunque la mayoría tampoco ha impedido que se llevara a cabo, reconociendo el derecho a hacerlo por quienes la han promovido. Desde los medios de comunicación de la derecha han tachado a todo esto de un circo, a la vez que rechazan abiertamente todo este tipo de investigaciones bajo el argumento de que no es necesario remover el pasado. La Junta de Andalucía, por su parte, se ha mantenido en una posición intermedia, a modo de Poncio Pilatos, permitiendo la excavación, que fue dictada por orden judicial, pero rechazando excavaciones en otros lugares entre Alfacar y Víznar.
La trascendencia de una muerte
La muerte de Federico García Lorca fue en su momento un golpe duro contra el bando sublevado. Fue conocida casi de inmediato en Granada, aunque no se hizo pública. Corrió de boca en boca, porque la familia supo de ella, también las personas más allegadas y, además, algunos de los que intervinieron en su muerte hicieron ostentación de ello. A los pocos días fueron llegando rumores al bando republicano, seguramente transmitidos por quienes pudieron huir de la ciudad o de las zonas ocupadas por los sublevados. Por la trascendencia del suceso la prensa republicana se hizo eco en cuanto se tuvo conocimiento de él. El primer periódico en hacerlo fue El Diario de Albacete, que el 30 de agosto se preguntó en forma de titular “¿Ha sido asesinado García Lorca?” (Gibson, 1981: 283). Lo que vino después entra dentro de las reacciones propias de una noticia importante, tanto en el bando republicano como en el ámbito internacional. Sacar a la luz el rumor, buscar informaciones fidedignas o contrastar la información se fue sucediendo después.
Mientras los rumores se fueron convirtiendo en sospechas e indicios cada vez más fiables, no hubo al principio ninguna declaración oficial sobre lo ocurrido. Se sabe que pronto se dio paso a una contrainformación desde el bando sublevado tergiversando lo ocurrido (Gibson, 1981: 283 y ss.) . Se empezó el 10 de septiembre en el diario La Provincia de Huelva con la inculpación al bando republicano (“Ya se matan entre ellos”) y el lanzamiento de infamias (“el ser correligionario de Azaña en política, en literatura y en... ¿cómo diríamos? Ah, sí: en sexualidad vacilante”), sin que esa rueda de mentiras y calumnias no parara durante mucho tiempo. La respuesta dada en octubre desde el gobierno civil al telegrama enviado por el escritor británico Herbert George Wells, en el que se pedían noticias sobre el paradero del poeta, fue evasiva, además de malvada: “”Ignoro lugar hállase Federico García Lorca” (Gibson, 1998: 555).
En mayo de 1937, como ha documentado Gibson (1981: 280), el marqués Merry del Val cometió la imprudencia de hablar de su fusilamiento: “eran peligrosos agitadores que abusaban de su talento y educación para conducir a las masas ignorantes por malos caminos (…). Todos ellos fueron condenados después de haber sido juzgados por un tribunal militar”. El asesinato de Lorca siempre fue uno de los cargos que más pensaron contra el régimen, del que el mismo Franco salió al paso para el periódico mexicano La Prensa en noviembre de 1937, cuyas declaraciones reprodujo el ABC de Sevilla en enero de 1938: “ese escritor murió mezclado con los revoltosos. Son los accidentes naturales de la guerra” (Gibson, 1981: 300-301).
La huella de su muerte en la literatura del momento
La literatura ha dejado reflejado a través de poemas memorables las muestras de dolor y condena por su muerte. Así lo hicieron en su momento Antonio Machado (“Muerto cayó Federico / -sangre en la frente y plomo en las entrañas- / ...Que fue en Granada el crimen / sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada”), Rafael Alberti (“No tuviste tu muerte, la que a ti te tocaba”), Miguel Hernández (“¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla, / pero qué injustamente arrebatada!”), Pablo Neruda (“Federico, te acuerdas / debajo de la tierra, / te acuerdas de mi casa con balcones en donde / la flor de Junio ahogaba flores en tu boca?”), Luis Cernuda (“Por esto te mataron, porque eras / verdor en nuestra tierra árida / y azul en nuestro oscuro aire”), Emilio Prados (“¿En dónde está Federico? / Sólo responde el silencio: / un temor se va agrandando, / temor que encoge los pechos”), Pedro Salinas (“Mataron a un ruiseñor / tan sólo porque cantaba”), Pedro Garfias (“También yo quiero hablarte, Federico / con esa ruda voz que ahora me brota / del mar de mi garganta”), Nicolás Guillén (“Salió el domingo, de noche, / salió el domingo, y no vuelve. / Llevaba en la mano un lirio, / llevaba en los ojos fiebre; / el lirio se tornó sangre, la sangre tornóse muerte”), entre otros.
Se ha escrito, y especulado, sobre cómo el poeta predijo su propia muerte a través de la poesía. En Poeta en Nueva York se encuentra el poema “Fábula y rueda de los tres amigos”, que acaba con estos versos: “Cuando se hundieron las formas puras / bajo el cri cri de las margaritas, / comprendí que me habían asesinado. / Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios, / destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. / Ya no me encontraron. / ¿No me encontraron? No. No me encontraron. / Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba, /y que el mar recordó ¡de pronto! / los nombres de todos sus ahogados”. También en “Baladilla de los tres ríos”, del Poema del cante jondo, aparecen: “El río Guadalquivir/ tiene las barbas granate/ los dos ríos de Granada/ uno llanto y otro sangre”. Y hasta en la breve composición “Canción de la muerte pequeña”: “Me encontré con la muerte. / Prado mortal de tierra”).
¿Son responsables Queipo de Llano y Franco?
La muerte de García Lorca ni fue aleatoria ni aislada. Estaba inscrita en la estrategia del terror y la ejemplaridad que buscaban los cerebros y ejecutores del golpe de julio de 1936. Una estrategia que se ha estudiado minuciosamente (Casanova, 2002; Reig Tapia, 2000; Espinosa, 2003 y 2006; González Vázquez, 2006; Ortiz, 2006) y que desde el primer momento quedó plasmada por escrito. A ella se refirió Antonio Bahamonde (2006), que fue durante unos meses delegado de Propaganda en Sevilla con Queipo de Llano, y estaba en las “Instrucciones Reservadas” que el general Emilio Mola dictó en abril de 1936, donde se expresaban términos como “extrema violencia” y “castigos ejemplares”. Unas instrucciones que se fueron aplicando y desarrollando minuciosamente sin piedad para “sembrar el terror”, para “dejar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros” ("Instrucciones" del propio Mola del 19 de julio ). Sólo así tienen sentido declaraciones como las de Queipo de Llano en sus charlas de Unión Radio Sevilla: “Mañana vamos a tomar Peñaflor. Vayan las mujeres de los “rojos” preparando sus mantones de luto”; o de Juan Yagüe tras la toma de Badajoz: “Claro que los fusilamos. ¿Qué esperaba? ¿Suponía que iba a llevar 4.000 rojos conmigo mientras mi columna avanzaba contrarreloj? ¿Suponía que iba a dejarles sueltos a mi espalda y dejar que volvieran a edificar una Badajoz roja?” (Preston, 1998: 211).
Se ha indagado mucho sobre la intencionalidad de matar a García Lorca desde las altas esferas del bando sublevado. Por ello se ha aludido a los generales Queipo de Llano y Franco. El primero, el llamado virrey de Andalucía, fue el general que triunfó en Sevilla y desde cuya posición pudo sentar las bases del control de otras provincias andaluzas, el paso de las tropas africanas por el Estrecho y la marcha de éstas por Badajoz con destino a Madrid. Un personaje que dio muestras de un gran sadismo, aderezado de una zafiedad clasista y machista sin parangón. Franco, por su parte, en el momento de la muerte de Lorca era sólo, que no era poco, el jefe de las tropas africanas, que acababa de soldar en Cáceres con el Ejército del Norte que desde el principio controló el general Mola.
En Granada, por supuesto, le tenían ganas a García Lorca las derechas reaccionarias de todos los colores. La posible alevosía de su muerte se basó en su condición de homosexual, una orientación sexual inadmisible dentro de la homofobia del fascismo. De ahí los continuos insultos de maricón.
Los primeros pasos: Claude Couffon y Gerald Brenan
Se ha mencionado con frecuencia que el francés Claude Couffon y el británico Gerald Brenan han sido los primeros en indagar sobre la muerte de Lorca. Lo hicieron prácticamente al mismo tiempo y, lo que puede parecer curioso, llegaron a conclusiones parecidas.
Couffon era estudiante cuando llegó a Granada en 1948, a donde viajó para conocer más sobre la muerte de Lorca. En aquellos momentos se sabía de su muerte en el verano de 1936, pero no acerca de los pormenores. Couffon fue el primero que se acercó al barranco de Viznar, donde se fusiló a centenares o quizás millares de personas, y donde también fueron enterradas. Es donde Couffon sigue defendiendo que tuvo lugar su muerte. En 1951 escribió en Le Figaro Littéraire, a instancias de François Mauriac, el artículo “Ce que fut la mort de Federico García Lorca”. Dos años después salió en Quito el libro El crimen fue en Granada y en 1962 A Granade, sur le pas de García Lorca.
Un año después que Couffon llegó a Granada Brenan, hispanista británico ya conocido entonces por su conocida obra El laberinto español. Antecedentes sociales y políticos de una gran tragedia: la guerra civil. En 1950, tras su estancia en Granada, incluyó pormenores de la muerte de Lorca en un capítulo de su libro La faz de España. Se convirtió, así, en el primer escritor que publicó el lugar de la muerte de Lorca, que era el mismo que Couffon tenía entre sus apuntes. El que publicara antes sus indagaciones resulta circunstancial, en parte porque Couffon era todavía un estudiante y Brenan ya un veterano profesor y escritor conocedor de la realidad española, pues había recalado por primera en España en 1919.
¿Por qué esa coincidencia en el momento del viaje y en señalar el lugar del crimen? Si lo primero es aleatorio, lo otro es producto de las circunstancias temporales. Los dos bebieron las mismas fuentes. Los dos se han referido al ambiente de miedo y silencio que conocieron en Granada. Un miedo que atenazaba a quienes habían sufrido directa e indirectamente los rigores de la represión. Y un silencio que abarcaba a todo el mundo, desde quienes habían ganado la guerra, porque les interesaba, hasta quienes la habían perdido, que callaban por miedo. Pero no fue un silencio completo. El que se indicara a Couffon y Brenan el barranco de Viznar, creo que ilustra que existía memoria sobre ese lugar tan siniestro, dada la dimensión de lo ocurrido allí, y arrojo para transmitirla. Que fuera o no el lugar del crimen contra Lorca y sus compañeros ahora es lo menos importante.
Un paso más decidido: Agustín Penón
Agustín Penón era un escritor de origen catalán, hijo de un matrimonio exiliado en Puerto Rico. En 1955 inició en Granada una investigación in situ sobre la muerte de García Lorca, lo que le llevó a entrevistarse con numerosas personas. Verdugos, cómplices, miembros de la familia del poeta y de la familia Rosales, enterradores... Fue así como conoció a Ramón Ruiz Alonso, dirigente de la CEDA granadina durante la República, de la que llegó a ser diputado en 1933, y muy activo en las tareas represivas durante los primeros meses de la guerra. Fue una de las personas claves. De él supo que conoció como nadie los pormenores de su muerte, pues fue el primero a quien le habló de lo ocurrido después de la guerra. De él sacó la conclusión que fue el que dirigió la detención de Lorca. Penón también encontró “la partida de defunción de Federico” y “se hizo con la matriz del único documento oficial en el que el régimen reconocía la muerte de García Lorca”. Otro personaje que conoció fue el enterrador Manuel Castilla, al que le llamaban Manolillo “el Comunista”, que aportó el lugar donde fue fusilado García Lorca y sus compañeros. Para él no fue el barranco de Víznar, sino otro lugar, no muy lejano: Fuente Grande, en Alfacar. Fue ahí donde acabó colocándose el monolito recordatorio y donde se ha procedido a la reciente excavación fallida.
Cuando Penón regresó a América en 1956, después de año y medio de estancia en España, lo hizo con la numerosa información recopilada en forma de diario de campo, fotografías, documentos escritos, grabaciones sonoras, trascripciones de testimonios orales, borradores de capítulos, anotaciones… Un fruto muy valioso e inmenso, que fue conocido con el tiempo como la “maleta de Penón”. En ella se encuentra el archivo lorquiano del escritor catalán, todo un tesoro.
Sin embargo, en vida Penón no se decidió a publicar el libro que tenía proyectado. Se ha especulado sobre ello, pero lo cierto es que en 1976, tras su muerte y por decisión suya, decidió que el archivo pasara al dramaturgo estadounidense William Layton, un amigo personal, ya entonces instalado en España, con quien compartió el interés por la vida y obra de García Lorca. Casi todo lo que sabemos de Penón ha sido después de su muerte y a través de otras personas, de lo que han dicho de él y su obra, y de lo que han publicado desde sus documentos.
El que más ha escrito: Ian Gibson
Gibson es el escritor que más tiempo ha dedicado a investigar y escribir sobre García Lorca. Irlandés de nacimiento, tiene la nacionalidad española desde 1983, gracias a su larga relación con nuestro país desde que a mediados de los 60 decidió hacer una tesis sobre la poesía del granadino para, de inmediato, orientarse a investigar sobre su muerte. Como hizo Penón años antes, se sumergió entre las gentes y los lugares de Granada para intentar profundizar en lo ocurrido. Y allí volvió a encontrarse básicamente con lo que ya conocido. Es decir, con Ruiz Alonso, Castilla, la familia Lorca, los Rosales… Teniendo en cuenta que Penón no había publicado nada importante acerca de Lorca, para Gibson, sin embargo, su principal referente en esos años fue Brenan.
En 1971 Ruedo Ibérico sacó a la luz en París la obra de Gibson La represión nacionalista de Granada en 1936 y la muerte de Federico García Lorca. Era la primera investigación documentada sobre la muerte de Lorca, en la que no faltaba un acercamiento a su biografía, realizada con abundante documentación. Ocho años después, en 1979, salió, ya en España, una edición corregida y ampliada con el título El asesinato de Federico García Lorca.
Dentro de los trabajos de su primera etapa Gibson hizo un análisis amplio y documentado. En esos momentos nadie escribió tanto. Para el historiador irlandés la muerte tuvo lugar en Fuente Grande, en el término municipal de Alfacar, y sitúa la fecha en la madrugada del 19 de agosto, basándose en la partida de defunción del maestro Dióscoro Galindo. Responsabiliza a Ruiz Alonso, en esos momentos todavía vivo, de la detención de Lorca y de ser el personaje clave en el conocimiento de su muerte. Hace principal responsable al comandante José Valdés Guzmán, gobernador de Granada. Atribuye a Queipo de Llano, ante las dudas de Valdés sobre lo que tenía que hacer, las palabras “Déle café, mucho café”, según el testimonio de un contertuliano del gobernador (1981: 228-229). Saca a colación la ostentación que hizo en su día Juan Luis Trescastro de ser uno de los autores de la muerte de Lorca y su homofobia más que enfermiza: “yo le metí dos tiros en el culo por maricón” (1981: 277-278).