jueves, 29 de junio de 2023

La abadía de San Pedro en Moissac o la apoteosis de la escultura románica

 

La visita a la abadía de San Pedro en Moissac ha estado entre mis objetivos en el reciente viaje al sur de Francia. Contemplar el pórtico sur del templo y el claustro ha sido encontrarme con unas de las manifestaciones más genuinas del arte románico. En su tiempo su visita fue uno de los principales puntos de peregrinación de la ruta jacobea en la rama meridional de Francia, por el Languedoc.


Los orígenes de la abadía hunden sus raíces en el siglo VII, si bien, después de haber sufrido distintos avatares, el edificio que hoy conocemos empezó a construirse en la segunda mitad del siglo XI. Tuvo una clara vinculación a la orden del Cluny, de manera que la huella del románico está presente en algunas de sus instalaciones, como el claustro, con una datación en torno al año 1.100, y el pórtico sur, iniciado algunos años después. El templo, por su parte, se construyó con posterioridad, ya en el siglo XV, lo que hace que tenga unos claros rasgos góticos.

Pero volviendo a lo que tiene de románico, lo más llamativo se encuentra en sus esculturas en forma de relieve, que, al parecer, fueron realizadas por dos talleres diferentes. Siguiendo lo que el historiador del arte Henri Focillon escribió hace unas décadas, de todo ello merece destacarse el tímpano del pórtico, porque es cuando se "ejecuta por primera vez en la piedra, con una amplitud y según un orden que, desde este momento, definen todo un arte, la formidable cantata del APOCALIPSIS".


El pórtico sur dispone de la estructura característica de otras iglesias románicas. En primer lugar, está enmarcado a modo de arco de triunfo y su abocinamiento hace que se perciba cierto sentido de la perspectiva, como invitando a que se entre en el interior. Como curiosidad, en los arcos de la bóveda se percibe un ligero apuntamiento. Las columnas laterales o jambas apenas están esculpidas, aunque las paredes que las anteceden muestran varias escenas bíblicas o, como ocurre en la situada a la izquierda, alusivas a los pecados de la lujuria y la avaricia.   


Las tres columnas que sostienen el dintel tienen representaciones de personajes del Antiguo y el Nuevo Testamento, aunque no existe unanimidad a la hora de identificarlos. Las situadas en las columnas laterales se han hecho corresponder con San Pablo y Jeremías, San Pedro e Isaías o incluso Jeremías e Isaías.  Si nos atenemos a Focillon, se trataría de los dos primeros. En el caso del parteluz, en el frontal están representados seis leones, situándose a un lado San Pedro -fácil de identificar por llevar una llave-, mientras en el otro vuelven a surgir las discrepancias: podría ser San Juan evangelista, lo que guardaría relación con el contenido del tímpano, o el profeta Jeremías. El dintel finalmente, está decorado con ocho discos, que podrían corresponderse con ocho flores que lleva cada una otros tantos pétalos. 


Y en cuanto al tímpano, nos encontramos, en primer lugar, ante una muestra de lo que se conoce como horror vacui, esto es, horror al vacío, dada la condensación de imágenes que hace que todo el espacio esté decorado. El tema  representado es el del Apocalipsis, tal como es narrado por San Juan. En el centro de la parte superior sobresale la figura hierática de Cristo Juez o Pantocrátor. Sentado sobre su trono, su mano derecha levantada es señal de su poder, a la vez que de advertencia ante la salvación o la condenación eternas. Y como corresponde con su papel jerárquico, su tamaño es mayor al del resto de personajes. 


Rodeando a Cristo se encuentra los cuatro evangelistas o Tetramorfos, representados con sus respectivas alegorías: Marcos/león, Lucas/toro, Mateo/hombre y Juan/águila. Y a cada lado, flanqueándolos, sendos ángeles. El resto de los personajes son los 24 ancianos descritos en el libro del Apocalipsis. Algunos se encuentran en torno a la figura de Cristo, pero en su mayoría están situados en el friso que se superpone al dintel. 


Todos tienen dirigidas sus miradas hacia Cristo, pero en algunos de ellos, especialmente los del frisos, se percibe en sus rostros lo que están sintiendo acerca de la gravedad del momento. Desde el punto de vista formal, los artistas que los esculpieron están abriendo una brecha expresiva sobre la concepción antinatural que existía en el tiempo del románico, alejada del mundo de lo sentidos para centrarse en la compresión del relato bíblico y la necesidad de la salvación. 


El claustro de la abadía constituye la otra manifestación sublime de lo que fue el arte románico. De planta cuasi cuadrada, está formada por cuatro galerías abiertas al jardín con sendas arquerías de medio punto, sostenidas por columnas  de mármol, dispuestas individualmente o dobles. Destacan sus capiteles, trabajados con una elevada dosis de maestría, que representan escenas bíblicas o motivos vegetales  y animales.    


No debemos perder de vista que los claustros, además de ser los espacios de recreo para sus integrantes, lo eran también de meditación, a la vez que simbolizaban el paraíso terrenal. De ahí que su patio tendiera a estar lleno de plantas y se cuidara con esmero, mientras que las escenas de los relieves escultóricos ayudaban a mantener de una forma explícita la presencia del mensaje bíblico.