La
candidata del Partido Libertad y Refundación (Libre), Xiomara Castro, ha
conseguido un sonado triunfo electoral. La fórmula bajo la que se ha presentado
contó inicialmente con un amplio apoyo entre los grupos de la izquierda y los
colectivos sociales hondureños, siendo ratificado el domingo por la población.
Con una participación del 68%, la diferencia sobre el principal contrincante de la derecha ha sido muy amplia, superando los 20 puntos: el 53’6% de los votos ha ido a parar a Castro, mientras que Nasry Asfura, del Partido Nacional, se ha quedado con el 33’8%. A eso hay que unir el triunfo en 17 de los 18 departamentos en que está dividido el país.
Honduras
vuelve de esta manera a la senda que se cortó de raíz en 2009, cuando José
Manuel Zelaya Rosales, precisamente el esposo de Xiomara Castro, sufrió un golpe de estado militar que lo desplazó de la presidencia y le obligó a exiliarse. Fue
el primero de los “golpes blandos” que se fueron sucediendo en el continente latinoamericano
para acabar con la ola progresista que se había iniciado a finales del siglo XX
con la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela. Se quería evitar que se
llegara al extremo de la violencia habida durante las
décadas de los setenta y los ochenta.
Los
nuevos gobernantes hondureños se doblegaron de nuevo desde 2009 al imperio del norte, y
han aplicado las recetas propias del neoliberalismo económico, han llevado a cabo o permitido asesinatos de
líderes indígenas y sociales (como el caso de Berta Cáceres, ocurrido en 2016),
y tampoco les ha faltado aprovecharse de los recursos públicos para enriquecerse
particularmente y hacer favores ajenos. El resultado: más pobreza, más emigración exterior y más
violencia.
El reto que tienen Xiomara y su gobierno es importante. Sacar al país de una pobreza que alcanza al 70% de la población es una tarea difícil, pero no imposible si se hace con determinación y valentía.