Igual que
el gobierno no fue capaz de atajar la conspiración militar, el fracaso del golpe militar tuvo que ver con la
actitud mostrada por socialistas, anarquistas y comunistas. No impidió, empero,
que ese fracaso derivara en una cruenta confrontación militar, que duró a lo
largo de casi tres años. En España se vivió el episodio, a modo de antesala, de
lo que a partir de septiembre de 1939 se convirtió en la Segunda Guerra Mundial.
Si bien con una diferencia: en julio de 1936 ninguna de las potencias
“democrático-liberales” ayudó a la España republicana, que sufrió un feroz
ataque del fascismo, tanto español como internacional. Sólo la URSS fue capaz
de ayudar a la República, lo que resultó insuficiente frente al apoyo militar
que Italia y Alemania prestaron a los sectores del ejército sublevados, a lo que había que sumar la ayuda logística de Portugal, por entonces bajo la dictadura de Oliveiro Salazar.
El PCE ante
el golpe de estado y el inicio de la guerra
En esas circunstancias
tan difíciles el PCE supo estar a la altura. Estuvo desde el primer momento en
la vanguardia de la defensa de la República, respetando el espíritu unitario
del Frente Popular, dándole valor y haciendo lo posible para extenderlo. Un objetivo que aunara a todos los grupos políticos que se oponían al fascismo: desde los republicanos a los obreros, pasando por los nacionalistas vascos y catalanes, todos en sus distintas familias.
Una de las consecuencias del golpe militar fue precisamente la paradoja de precipitar un proceso revolucionario, que era lo que sus instigadores insistían que querían evitar. En las zonas donde fracasó se produjo un vacío de poder, en la medida que la acción de los grupos obreros sustituyó en los primeros momentos la desorientación y desorganización que correspondía a un gobierno que no había sabido hacer frente a la conspiración.
La entrega de armas, retardada unos días, se materializó con el gobierno de José Giral. Gracias a todo eso se pudo hacer ahogar el golpe en varios lugares y hacer frente en los primeros momentos a los avances militares que los sublevados empezaron a llevar a cabo. La formación de milicias ligadas a cada uno de los grupos permitió frenar esos avances y en algunos casos acometer ofensivas, buscando en lo posible la coordinación con las fuerzas de ejército que se habían mantenido leales.
En cada territorio se tendió a que el grupo mejor y más implantado hiciera valer su hegemonía. Un caso paradigmático fue el de Madrid, donde el PCE organizó en los primeros momentos el conocido como 5º Regimiento. Bien organizado y con una férrea voluntad de defender la República y a su gobierno, sirvió de modelo para lo que fue viniendo después.
El verano del 36 fue un momento en el que se mostraron actitudes variopintas, fueran o no espontáneas. Desde los sublevados resultó clara su voluntad de hacer de la represión uno de los pilares de su poder. Como habían previsto los organizadores del golpe, con eso de la acción "ha de ser en extremo violenta" que el general Mola había escrito en una de sus instrucciones reservadas, se llevó a rajatabla. Lo ocurrido en los lugares donde triunfó el golpe y, sobre todo, en el recorrido de la "columna de la muerte" que fue haciendo, desde Sevilla, por Extremadura y Toledo, camino de Madrid, fue el detonante de lo ocurrido durante las primeras semanas en el territorio controlado por la República.
En ese tiempo la influencia del gobierno central disminuyó considerablemente, pasando el poder a manos de los comités que surgieron en cada localidad y que estaban controlados sobre todo por los partidos obreros y sindicatos. Estos comités organizaron las primeras resistencias, desarrollaron una tarea depuradora contra los enemigos internos (fascistas, derechistas y clero) y reorganizaron la economía, colectivizando numerosas propiedades.
El vacío de poder existente impidió que se pudieran controlar los impulsos de mucha gente, que veía en sus acciones una mezcla de venganza por lo que estaba ocurriendo en los lugares donde los sublevados triunfaban y de intentar evitar lo que les podría ocurrir.
El PCE en el gobierno de Frente Popular de Largo Caballero
Desde el primer momento el PCE defendió la formación de un gobierno formado por los grupos del Frente Popular con el fin de reconducir la situación de desorganización en todos los órdenes, incluyendo el militar y del orden público. Hubo de esperar a que eso sucediera en septiembre, cuando Francisco Largo Caballero asumió la jefatura de un gobierno en el que estaban representadas prácticamente todas las sensibilidades antifascistas. Como novedad, entraron dos ministros del PCE: Jesús Hernández, en Instrucción Pública y Bellas Artes; y Vicente Uribe, en Agricultura. Y también lo hicieron cuatro miembros de la CNT, dos de la rama más radical (Federica Montseny y Juan García Oliver) y dos de la moderada (Joan Peiró y Juan López).
Con el nuevo gobierno se inició una etapa que buscaba recuperar la autoridad política, pero conservando buena parte de los cambios revolucionarios e introduciendo otros. El estado nacionalizó la banca, la industria de guerra y el comercio exterior, mientras que las colectivizaciones de tierras, industrias y servicios variaron según el grupo que predominara. En Vizcaya, dada la mayor influencia del PNV, apenas hubo colectivizaciones.
La prioridad estuvo en la reorganización del ejército, con la creación del conocido como Ejército Popular. Se hizo en a los militares que se habían mantenido fieles a la República y la integración de las distintas milicias sindicales y partidistas. Se mantuvo la organización jerárquica tradicional, pero se añadió, como una novedad proveniente de la URSS, la incorporación de los comisarios políticos, cuya actuación sirvió tanto para asesorar políticamente a los mandos militares como para insuflar en la tropa los valores antifascistas. Y en eso el PCE dio muestras de la experiencia adquirida en su 5º Regimiento, a la vez que se convirtió en el principal defensor del nuevo ejército, teniendo en cuenta las reticencias, cuando no resistencias, existentes en sectores de las milicias de la CNT, algunos del PSOE y, en mayor medida, el POUM.
El papel de los ministros del PCE fue importante, defendiendo el espíritu unitario y antifascista del gobierno y desarrollando una intensa labor en las áreas donde tenían responsabilidades. Destacó sobre todo el ministerio de Agricultura, donde se produjo una ampliación de la reforma agraria, que se basó sobre todo en el reparto de tierras al pequeño campesinado, pero sin descartar las colectivizaciones. Con esa actitud se quería ganar el apoyo del pequeño campesinado y evitar su distanciamiento en la defensa de la República.
Un asunto clave en este periodo fue la defensa de Madrid. El fracaso de la ofensiva lanzada durante el verano desde el norte por parte de las tropas sublevadas dirigidas por Emilio Mola, detenidos en las sierras de Guadarrama y Somosierra, permitió que se empezase a organizar la defensa de la capital. Desde finales de septiembre se estaba preparando el segundo intento, en esta ocasión desde el suroeste y con base en las tropas "africanas" dirigidas por Francisco Franco como protagonistas.
Pero la capital fue dada por perdida por el gobierno republicano, que en octubre se trasladó Valencia. Quedó en manos de una Junta de Defensa, presidida por el general José Miaja, con el fin de hacer lo posible para resistir. El nuevo asalto se inició en noviembre, pero fue detenido por la combinación de varios factores: la dirección militar, en la que jugó un papel primordial el coronel Vicente Rojo, verdadero artífice de la planificación; el empuje valeroso del pueblo madrileño; la ayuda solidaria de milicias provenientes de Cataluña y Aragón; la llegada de las primeras unidades de brigadistas internacionales; y también la llegada de la ayuda de la URSS, con armamento diverso y asesores militares. El PCE no falló en ese episodio.
La conocida como Batalla de Madrid duró hasta marzo de 1937, con otras dos ofensivas del ejercito sublevado que resultaron fracasadas: en febrero, desde el sur, por el río Jarama; y en marzo, desde el noroeste, por Guadalajara, en esta ocasión con la presencia de numerosos efectivos italianos.
El choque entre las estrategias de guerra
Las
diferencias entre los grupos escondían estrategias de guerra diferentes. Una era la de quienes priorizaban la revolución para ganar la guerra, como hicieron una parte de la CNT, la FAI, la FJL, el ala
radical del PSOE y el POUM. Otra estrategia consideraba que había que priorizar la guerra para poder avanzar en la revolución, como se defendía desde el PCE, el PSUC, las JSU y un
sector de la CNT. Por último, estaban quienes defendían mantener los logros del Bienio Reformista, como los
republicanos de izquierda (IR, UR, ERC), las tendencias moderada (Julián Besterio) y centrista (Indalecio Prieto) del PSOE, e incluso el PNV.
En mayo de
1937 las calles de Barcelona fueron escenario de un enfrentamiento armado entre los partidarios del primera postura y los de las otras dos. El motivo inicial fue la lucha por el control de la sede de Telefónica, hasta entonces en manos de un comité sindical vinculado a la CNT. Cuando desde el gobierno central se instó a que pasara a depender de la Generalitat, la situación estalló. Recuperada la autoridad del Estado, la primera de las consecuencias fue la formación de un nuevo gobierno, que pasó a ser dirigido
por el socialista Juan Negrín, que pertenecía a la tendencia centrista del PSOE.
A partir de ese momento la
autoridad del gobierno central fue mayor. Y para ello Negrín tuvo el apoyo principal del PCE/PSUC, lo que le fue alejando tanto de los grupos más radicales como de los
moderados, incluido el propio Prieto. Éste, además, acabó dimitiendo en abril de 1938. Los reveses de la guerra y, sobre todo, el fracaso en la Batalla del Ebro (noviembre de 1938) llevaron a Negrín y el PCE/PSUC a centrarse en la resistencia.
La situación se fue deteriorando de tal manera, que tras la pérdida de Cataluña, en enero de 1939, Azaña dimitió como presidente de
la República y el general Rojo, jefe del Estado Mayor, se marchó de España. El momento culminante tuvo lugar en marzo de 1939 con la sublevación del coronel Segismundo Casado. En el fondo no era otra cosa que una operación urdida desde el cuartel general de Franco, instigada por el espionaje de los sublevados y la "quinta columna" y aplicada por un sector de militares. Fue apoyada, además, por una parte de la CNT y del PSOE. Se formó para ello el Consejo Nacional de Defensa, que buscaba una “rendición honrosa”. Integrado por militares, anarquistas y socialistas, estuvo presidido por el general José Miaja y tuvo entre sus consejeros al socialista Julián Besteiro.
Esa operación sólo fue respondida por el PCE. Sufrió, como consecuencia, la muerte y/o detención de dirigentes políticos y mandos militares ligados al partido que se habían opuesto al golpe. Cuando las tropas sublevadas fueron ocupando lo que quedaba del territorio republicano, se encontraron con muchos de ellos encarcelados.
Presencia e influencia de la URSS
La URSS fue el único país que ayudó a la República. La evasiva franco-británica desde el primer momento se consolidó en agosto con el Tratado de No Intervención, firmado también por Alemania e Italia, pero que incumplieron flagrantemente desde el primer momento. Si el papel jugado por estas potencias resultó decisivo en los primeros compases de la guerra, suministrando, cobertura, armamento y asesores en situaciones clave (como ocurrió en el paso de tropas desde África a la Península), con el paso de los meses fue a más, llegando a desplegar sus propias fuerzas: la aviación, en el caso alemán, y tropas de infantería mecanizada y aviones, en el italiano.
El acuerdo al que llegó el gobierno republicano con el soviético se materializó a partir del mes de septiembre en forma de armamento, asesores e instructores militares, y aviadores. Aunque la cuantía de la ayuda siempre estuvo por debajo de la ayuda prestada por las potencias fascistas, logró mantener una fuente de recursos que permitió al gobierno republicano defenderse e incluso llevar a cabo ofensivas militares, como hizo en Brunete (Madrid, julio de 1937), Belchite (Zaragoza, julio de 1937), Teruel (diciembre de 1937) o el Ebro (Zaragoza y Tarragona, julio de 1938).
Esa ayuda se complementó con el llamamiento hecho por la IC para el envío de voluntarios procedentes de diversos países. Los combatientes que llegaron a España fueron organizados en las Brigadas Internacionales, que en la mayor parte de los casos estaban vinculados a los diferentes partidos comunistas. La IC proporcionó, a su vez, buena parte de los mandos militares.
Además del aspecto militar, la presencia soviética y de la IC tuvo una vertiente política, vinculada en gran medida al PCE. Sus asesores actuaron junto a los miembros de la dirección del partido, sobresaliendo el italiano Palmiro Togliatti, orientando sobre actuaciones concretas relativas a la estrategia de guerra, la relación con las distintas fuerzas e incluso la conveniencia de estar o no dentro del gobierno.
No faltó tampoco la presencia de agentes de la NKVD, la policía política soviética, que actuaron tanto en la desarticulación de actividades de espionaje de agentes vinculados a los sublevados como en la represión de personas acusadas de golpistas y/o derechistas. Incluso trasladaron a España la persecución que se estaba dando en la URSS contra la oposición política. Dos fueron los hechos que resultaron significativos.
Uno fue lo ocurrido en Paracuellos del Jarama y en Torrejón de Ardoz, en las cercanías de la capital, donde a lo largo del mes de noviembre y principios de diciembre de 1936, coincidiendo con la ofensiva que estaba sufriendo, se produjo la matanza de más de dos mil personas. Llevada a cabo en sucesivas sacas desde las prisiones madrileñas, fue organizada por el agente Alexander Orlov, y contó con la complicidad de un aparato clandestino del PCE y la de milicianos cenetistas.
El otro hecho fue, dentro de la represión desatada contra el POUM, la detención, asesinato y desaparición de Andreu Nin, su principal dirigente. Se trataba de una persona con fuertes vinculaciones con Leon Trotski y para la acometida represiva se utilizó como excusa la participación de ese partido en los hechos ocurridos a principios de mayo en Barcelona. En junio fue por ello ilegalizado y su cúpula dirigente detenida y juzgada, bajo la acusación de traición a la República.
La estrategia que Stalin tenía diseñada para España no estaba destinada a la toma del poder por el PCE y sus aliados. Se basaba en la necesidad de contención del fascismo, desde la realidad de la intervención italo-germana en España, y el objetivo de que al menos Francia acabara ayudando a la República española, después del fiasco del Tratado de No Intervención. Al PCE le pidió moderación, lo mismo que aconsejó a Largo Caballero, evitando situaciones extremas que rompiesen un acuerdo social con los sectores de la pequeña burguesía y las clases medias, y otro político con los grupos republicanos de izquierda o el PNV.
Logros y limitaciones del PCE en el contexto de guerra
La guerra se convirtió para el PCE en un escenario donde desplegó la línea política unitaria que había practicado en los meses anteriores y que se concretó en el Frente Popular. Participó con todos sus recursos y entusiasmo en la movilización popular surgida en los primeros momentos para hacer frente a los militares golpistas, lo que continuó a lo largo de los años siguientes. Y se aprovechó del prestigio en crecimiento de la
URSS, dado que fue el único país que prestó ayuda a la República. Y todo ello en medio de unas circunstancias muy difíciles y cambiantes, que obligaban a tener que tomar decisiones con rapidez y eficacia.
La relación con la URSS, llevada a cabo a través de la presencia de delegados de la IC, no fue del todo plena. Sus dirigentes dieron muestras en algunas ocasiones de disponer de capacidad de autonomía. Ocurrió, por ejemplo, después de los sucesos de mayo del 37, cuando no atendieron a que se respetara la permanencia de Largo Caballero al frente del gobierno; o en abril de 1938, cuando se mantuvieron en el gobierno de Negrín tras la salida de Prieto. Es cierto que eso provocó el alejamiento de los sectores del PSOE que tanto Largo Caballero como Prieto representaban y llevó a que se acusase al propio Negrín de filocomunista, pero también lo es que lo errores políticos y militares del primero y el derrotismo del segundo poco o nada ayudaron en el trascurso de una guerra que cada vez se complicaba más.
Esa actitud y actividad hizo que tanto el PCE como su entorno (JSU, Mujeres Antifascistas, Unión de Muchachas, etc.) crecieran en militancia e influencia. En mayor medida, entre los grupos de edad más jóvenes y con una gran presencia de mujeres.
En el terreno militar desarrolló una actividad muy intensa aprovechando la experiencia de militares profesionales que iban entrando como militantes y el surgimiento de cuadros militares al margen de a estructura militar, en muchos casos con una corta formación previa en a URSS, y que alcanzaron un gran prestigio. Entre los primeros destacó el caso de Ignacio Hidalgo de Cisneros, que se convirtió en jefe de la Aviación republicana. Y entre los segundos, Enrique Líster, Juan Modesto, Valentín González o Manuel Tagüeña.
También el campo de la cultura jugó un papel importante en el PCE. Movilizó para ello a su militancia en una triple dirección: para elevar el nivel cultural de la población, destacando la presencia de Jesús Hernández al frente del ministerio de Educación entre septiembre de 1936 y mayo de 1937; para infundir un espíritu combativo, como se hizo desde la creció artística (Josep Renau, Lorenzo Aguirre, Alberto Sánchez, Manuela Ballester...) y literaria (Miguel Hernández, Rafael Alberti, María Teresa León, Pedro Garfias...); y para trasladar a la opinión pública internacional la denuncia de la agresión fascista. Sobre esto último destacó el impulso que dio para la formación de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, que organizó dos congresos, el segundo de los cuales se celebró en Valencia en julio de 1937.
El problema es que el PCE no supo aprovechar en toda su dimensión la afluencia de tanta gente, lo que dio lugar a veces a situaciones entre extrañas y contradictorias. A ello no fueron ajenas las dificultades derivadas de un contexto en el que primaban ante todo las necesidades bélicas. Aun con eso fue el grupo que mejor expresó el compromiso de defender los valores republicanos entendidos desde la perspectiva progresista. Se ha destacado que su visión del momento estuvo basada en una perspectiva global, contemplando todas las variables y evitando en caer en situaciones que hicieran que se perdiese. De ahí que primase el ganar la guerra, evitando divisiones y distracciones con prácticas extremistas. Todo eso le granjeó resquemores y hasta desconfianza, dado que su creciente influencia la desarrolló en competencia con otros grupos obreros: el PSOE y la CNT.
Cuando la guerra estaba llegando a su fin y la desmoralización se instaló en buena parte de los líderes de los diferentes grupos políticos y en los mando militares, sólo el PCE tuvo voluntad de mantener el espíritu de resistencia. En eso coincidió con Negrín, que era consciente que su idea de resistir, hasta que comenzara el conflicto internacional que se avecinaba, sólo podía hacerse realidad a través del PCE.
Pero no fue así. El fascismo triunfó en España, ayudado por las dos potencias que desde septiembre de 1939 provocaron el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Y cuando ésta acabó en 1945, las mismas potencias que se negaron a ayudar a la República en 1936 dejaron que el régimen fascista continuara instalado en España durante otras tres décadas.
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