Pocas, que no llegan a los cinco dedos de una mano, han sido las campañas electorales en las que no he participado activamente desde que en junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones libres tras la larga dictadura. Con mayor o menor intensidad, he estado presente en cuantas tareas se llevan a cabo para hacer que el grupo político al que apoyas pueda obtener los votos necesarios. Esta última ha sido la más corta, de algo más de una semana apenas. Es cierto que llevamos tres convocatorias en medio año (abril, mayo y noviembre), a las que se puede unir la que en diciembre pasado tuvimos en Andalucía. Citas electorales que han tenido como común denominador la presencia, cada vez mayor, de un partido que representa a las claras lo más reaccionario.
La campaña de Unidas Podemos me ha parecido trepidante y llena de emociones. No es algo nuevo. IU, que forma parte activa de esa confluencia y de las hermanas En Comú Podem (catalana) y En Común (gallega), tiene una trayectoria que lo avala. Sin irme muy lejos, no puedo olvidarme de dos de ellas, que se afrontaron en condiciones muy duras y en las que se jugaba su propia supervivencia: las elecciones andaluzas de marzo 2015 y las generales de diciembre de ese mismo año. Fueron heroicas para sus militantes y simpatizantes, que se esforzaron hasta el máximo para hacer posible que lo que representaba una rica tradición de lucha que tenía raíces lejanas no acabara en el olvido. Y llenaron de emoción los corazones de mucha gente, votantes anónimos que querían dejar constancia de ello. Fueron las elecciones andaluzas con ese vídeo tan maravilloso titulado Construir la luz. O las generales, en las que se marginó en el debate televisivo a IU y su candidato, Alberto Garzón.
Sin embargo, desde 2016, mal que le pesó a ciertas personas, se volvió a la cordura y con ella se inició un camino de unidad. Fue el momento en que surgió Unidos Podemos (la confluencia de Podemos, IU, Equo y otros grupos), de En Comú Podem, En Marea, A la Valenciana... Que dos años después dio lugar a Adelante Andalucía, cuyo bautizo electoral se vio surcado de incomprensiones internas en Podemos y de la pasividad de parte del electorado, permitiendo con ello que el huevo de la serpiente del fascista Vox acabara por romperse.
Desde el pasado abril, ya feminizada como Unidas Podemos, asistimos por desgracia a la cita con la marcha de Compromís en el País Valenciano y la ruptura de En Marea en Galicia. Algo que poco aportó a quienes se fueron y mucho quitó a lo que hubiera podido seguir haciendo posible que, lejos de restar, la unidad suma. Como luego se demostró en mayo, en unas elecciones municipales y autonómicas donde se dividieron las fuerzas y se atomizaron las opciones.
En el momento presente Unidas Podemos, En Comú Podem y En Común han mantenido sus esencias. Sin los que se fueron en abril y sin la gente que le dio por formar una cosa llamada Más País. Lanzada interesadamente a bombo y platillo por algunos medios de comunicación, defendida por algunas mentes pensantes y utilizada por el PSOE en los primeros momentos, ha ido perdiendo fuelle y expectativas. Si no del todo, está lejos de lo que decían que iba a obtener. Y lo que es peor, llevándose votos muy valiosos que restan lo suficiente para que Unidas Podemos pueda perder escaños y se los lleve la derechona, sea pepera o sea fascista.
Unidas Podemos representa la única opción para hacer posible un gobierno que defienda los intereses de las clases populares y, a la vez, haga frente al neoliberalismo económico y la regresión en todos los órdenes que defiende el fascismo en ascenso.
Como reza la canción "Somos la revancha de los sueños rotos", de Lulü y sus colegas, y que ha dado música a la campaña a ritmo de rock-pop-rap: “Somos la
revancha de los sueños rotos,/ pueblos levantados, corazón y arrojo/
persiguiendo la igualdad social./ Salta ya a la calle y grita como un loco,/ si
esta democracia a ti te sabe a poco,/ únete que somos muchos más”.
Pues claro que sí.