lunes, 15 de abril de 2019

Neus Catalá, la última prisionera de los campos de concentración nazis

























Hace unos días falleció Neus Catalá, la última superviviente española de los campos de concentración nazis. Una luchadora incansable hasta el final, pese a sus 103 años. Una "luchadora antifascista e internacionalista", como la definió el ayuntamiento de Els Guiamets, en Tarragona, el municipio de la comarca del Priorat donde nació y también residía. Al principio de la Guerra Española se vinculó a las Joventuts  Socialistes Unificades de Catalunya, trabajando como enfermera y en colonias infantiles hasta 1939, cuando hubo de exiliarse en Francia. 


Tras la ocupación alemana de Francia en 1940, se enroló en la resistencia. Denunciada en 1943, fue torturada en la prisión de Limoges y después, enviada a Alemania, donde pasó por los campos de concentración de Ravensbrück y Holleischen, en Alemania. En este último trabajó como una esclava en la industria de armamento, sin que por ello dejara de desarrollar actividades de sabotaje en la maquinaria y la fabricación de productos.


Acabada la Segunda Guerra Mundial, mantuvo su militancia comunista y feminista en el PSUC, participando en actividades contra el régimen franquista, primero en Francia y luego en Catalunya. 

Desde los años sesenta fue muy activa en el mantenimiento de la memoria de las víctimas españolas del nazismo. Estuvo entre las fundadoras del Comité Internacional de Ravensbrück y, ya nonagenaria, llegó a escribir el libro Testimoni d'una supervivent y después dictó a Carme Martí las memorias Cenizas en el cielo, que inspiraron una novela homónima de la misma Martí.
 


Durante la crisis del PSUC a principios de los ochenta, pasó a formar parte del PCC, donde mantuvo su militancia hasta la muerte. Desde finales de los ochenta participó también en las confluencias políticas IC, primero, y EUiA, después. 

La conocida fotografía en la que aparece retratada como una prisionera alemana, fue hecha en 1945 después de ser liberada. Quería dejar constancia simbólica de lo que habían sido sus dos años de horror en los campos de exterminio, pero también de quienes, por millones, pasaron por todos los campos que se fueron construyendo desde que el nazismo se instaló en el poder.