domingo, 21 de abril de 2019

En lo que fue el campo de Argelès-sur-Mer















































Hace algo más de una semana me acerqué a Francia bordeando la costa catalana. Después de haber visitado en Collioure la tumba de Antonio Machado, estuve en Argelès-sur-Mer. En la playa donde se confinó a decenas de miles de personas desde los primeros días de 1939. Y también en el pequeño cementerio donde reposan los restos de quienes durante ese tiempo murieron de hambre y enfermedades. Ese lugar -uno más entre otros tantos campos: los más próximos de Saint Cyprien y Le Barcarès; los de Bram, Gurs...- por el que fueron pasando quienes huían del avance del ejército sublevado y la represión que lo acompañaba. Por cientos de miles, hasta superar el medio millón. Huyendo con cierta esperanza y encontrándose finalmente con la frialdad y la dureza de un gobierno que en vez de acogerlas, las condenó al ostracismo, cuando no a la muerte. El mismo que ya desde tres años antes había negado la ayuda al gobierno republicano español, cuando la sublevación militar y el apoyo de las potencias fascistas empezaron a poner en peligro al mundo. El día de mi visita a Argelès hacía un tiempo desapacible. La tramontana soplaba con fiereza. Y mientras miraba la arena de la playa no pude por menos que imaginarme a esas personas soportando frío, hambre, enfermedades, golpes, humillaciones, indiferencia, dolor... Muchas de las cuales un año después, cuando el peligro de un ataque alemán ser cernió sobre Francia, pasaron a engrosar las filas de la Resistencia antifascista. La constatación de la maldad humana.