miércoles, 21 de junio de 2017

Macron y el futuro próximo de Francia

Después de lo ocurrido durante la recta final de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia, el resultado final puede considerarse como sorprendente. Cuando parecía que el panorama estaba cambiando, con el desmoronamiento de los dos partidos que habían mantenido la Vª República, parece como si se hubiera vuelto a la normalidad. El doble triunfo de Emmanuel Macron ha vuelto a poner las cosas en su sitio. La Francia del europeísmo neoliberal, que se ha ido forjando desde la segunda mitad del primer mandato de François Mitterrand, sigue su curso. 

Pero el domingo pasado, en la segunda vuelta de las elecciones legislativas, ha ocurrido otra cosa que es en cierta medida insólita y que ya se vislumbró la semana anterior: una participación muy baja, de sólo el 43% del electorado, sin contar a un número de personas, de unos 9,5 millones, que ni siquiera están registradas en los censos electorales correspondientes.


El triunfo de Macron ha resultado inapelable desde el punto de vista legal, lo que le va a permitir poder gobernar y legislar, en un principio, a su antojo. Inapelable, sí, pero también débil, pues su apoyo real es sólo del 16% del electorado. Esto puede conllevar que la abstención acabe siendo el caldo de cultivo de reacciones de uno u otro signo que pongan en entredicho ese triunfo.  

La inhibición de tanta gente, esto es, de 6 de cada 10, puede interpretarse de muchas maneras. Detrás de ella hay una mezcla de resignación, indignación, frustración, impotencia, castigo... El peso de cada uno de esos aspectos está por ver, pero pueden aflorar en cualquier momento. 

Que en la primera vuelta de las presidenciales se apostara ya en mayor medida por Macron, indicaba que la opción del europeísmo neoliberal suponía para mucha gente menos riesgos de cara al futuro. Su victoria rotunda en la segunda vuelta lo certificó. Teniendo en cuenta que Francia no deja de ser uno de los pilares de la UE, alejarse de ésta puede ser vista por mucha gente como un riesgo innecesario. Otra cosa es el sesgo personal que Macron pueda dar a su mandato presidencial, intentando elevar el protagonismo de su país ante una Alemania hegemónica.


Otra de las cosas que ha resultado más sorprendente ha sido el escaso apoyo recibido por las candidaturas de izquierda. Es cierto que el sistema electoral francés es malvado para que se refleje una representación real de la sociedad en la Asamblea Nacional. También, que ha habido división entre esas candidaturas. Pero el caso es que el resultado ha supuesto un nivel de apoyo bastante por debajo del obtenido por Juan-Luc Melenchon en abril. Se ha cuantificado que las candidaturas de izquierda han perdido el 60% del electorado recibido por el candidato de la Francia Insumisa. No es un consuelo que los 27 escaños obtenidos, sobre un total de 577, hayan permitido formar un grupo parlamentario propia, cosa que no ha logrado el Frente Nacional.


El malestar social existente en Francia es evidente. Pero está fragmentado. Frente a una parte importante de la sociedad que se siente satisfecha o que no quiere estridencias, como lo demuestran los apoyos a Macron o a las candidaturas propiamente de la derecha de matriz gaullista, las otras opciones políticas o la misma inhibición esconden realidades diferentes. Por otro lado, los sindicatos están divididos en asuntos esenciales, como se reflejó en el apoyo de la CFDT a las medidas de carácter neoliberal introducidas por Manuel Valls. Los sectores populares se están expresando de muy diferente manera, atraídos en una parte por la demagogia del Frente Nacional.


Pero no debemos olvidar que Francia siempre ha dado sorpresas. Buenas y malas. Entre las buenas, a modo de ejemplo, estuvo el ciclo revolucionario iniciado en 1789, impensable meses antes, aunque a posteriori se haya podido explicar; también, aunque de menor dimensión, el mayo de 1968 o el rechazo en 2005 al Tratado de la Constitución de la UE. Entre las malas está la reacción en 1940 de una buena parte de la sociedad ante la ocupación alemana; o, por supuesto, el atractivo de la política colonial por buena parte de la sociedad, con el eco posterior de apoyo al intervencionismo francés como potencia internacional. 


Macron, por ahora, ha dado un respiro al sistema dominante. ¿Será capaz de construir resortes suficientes para mantenerse?