José Luis Rodríguez Zapatero es un político poco conocido. No en su figura, claro, pero sí en lo que realmente hizo. Cuando ganó en 2000 el Congreso de su partido se rodeó de un grupo de gente joven con vistas a renovar la fachada del partido y algunos aspectos del programa que lo hiciera más atractivo para la gente más joven. Pero en lo económico se inscribió en los parámetros del social-liberalismo, en la línea ya iniciada por Felipe González y François Mitterrand desde los años 80 y que luego, a finales de los 90, desarrollaron Tony Blair y Gerhard Schröder. No en vano su responsable económico en la ejecutiva fue Jordi Sevilla, para incorporar más tarde entre sus asesores a Miguel Sebastián. Ambos provenían de los círculos de Carlos Solchaga, el hombre fuerte del felipismo en materia económica. Cuando le llegó el momento de forma gobierno en 2004, Zapatero nombró como ministro de Economía a Pedro Solbes, otro de los hombres económicos de González y el artífice como ministro, por ejemplo, de los célebres, pero nefastos, contratos basura.
Lo ocurrido en los años siguientes ha quedado como esfumado por un doble efecto: el de los años de bonanza de la burbuja, que Zapatero y su equipo económico mantuvieron; y el de las medidas avanzadas en materia de derechos sociales y civiles, como el matrimonio igualitario, la atención a la dependencia o la memoria histórica. Pero en lo fundamental todo siguió igual. En política exterior, más allá del discurso retórico de la alianza de las civilizaciones, la retirada de las tropas de Irak o el gesto de de no levantarse ante una bandera de EEUU en un desfile militar, siguió con la política atlantista, con el envío de tropas a Afganistán o el apoyo a intervenciones militares en países como Libia. Y en materia económica, favorecido por la coyuntura de crecimiento de base especulativa, no se separó un ápice de los cánones del neoliberalismo. Tanto fue así, que en 2009, ya en plena crisis, fue el gobierno que inició los recortes presupuestarios, afectando a los gastos sociales y a los salariales del sector público. También fue el que impulsó la reforma de la Constitución en su artículo 135 para garantizar el pago de la deuda exterior en beneficio de los bancos y las instituciones internacionales.
Zapatero supo atraer a buena parte de los sectores de la izquierda. Mucha gente se dejó engatusar por su política entre demagógica y oportunista, que se justificaba en muchos casos con ese recurso tan pobre y rastrero del voto útil. Tuvo la suerte de aprovecharse del 11M de 2004, tras la burda manipulación del gobierno del PP, entonces con José Mª Aznar. Y digo suerte, porque mucha gente de izquierda votó al PSOE con la nariz tapada de "para evitar que gobierne la derecha". En 2008 lo tuvo más fácil, cuando se aprovechó de esa ola de prestigio barato por sus medidas progresistas, aderezadas del bienestar ficticio aportado por la burbuja especulativa. No importaba, sin embargo, que la ley de dependencia se financiara por debajo de las necesidades o que la ley de memoria histórica se hubiese quedado corta.
Desde 2009 Zapatero pasó a ser un maldito: de la derecha, por supuesto, que lo vilipendió hasta el extremo y utilizó como excusa para aplicar un plan de medidas neoliberales sin parangón; pero también de la izquierda, de esa que se sintió defraudada por lo que hizo al final de su mandato, sin entender que era parte de un antes.
En la batalla por posicionar al PSOE tras elecciones de 2015 y 2016 Zapatero se alineó desde el primer momento en el espacio de las baronías y las viejas glorias del PSOE. Participó a su manera en el derrocamiento de Sánchez, en dejar gobernar al PP y, más recientemente, en la apuesta por Susana Díaz. Un vivo retrato de lo que siempre fue: un social-liberal, que no deja de ser la versión "progresista" del neoliberalismo.
Ahora estamos descubriendo quiénes son las personas que rodean a Sánchez y, en particular, en el área económica. Y, vaya, el nuevo responsable de este área en la ejecutiva federal es Jordi Sevilla. Lo que defendía cuando trabajaba para Zapatero, ya lo sabemos, como también sabemos qué ocurrió realmente durante sus dos mandatos. Por eso me pregunto si Sánchez es un Zapatero 2, si es, o será, una segunda versión de Zapatero.