En días pasados hemos podido ver cómo la maquinaria administrativa estadounidense se ha visto paralizada, quedándose temporalmente sin trabajo una buena parte de los empleados y las empleadas del sector público. El motivo ha sido el bloqueo a los presupuestos federales en la Cámara de Representantes y el Senado por parte del Partido Republicano. Finalmente se ha pactado una tregua para lo que queda de año, propiciándose que volvieran a funcionar todos los servicios públicos y el regreso a los puestos de trabajo, mientras se llevan a cabo nuevas negociaciones entre representantes de los dos partidos presentes en las dos cámaras legislativas. En cierta medida se ha producido una marcha atrás de una parte del partido conservador.
Las reacciones durante esos días han sido diversas y con frecuencia contrapuestas. Predomina la indignación, tanto por la paralización de servicios públicos como por la imagen que se ha mostrado hacia el exterior. Se habla de una opinión pública que se ha decantando mayoritariamente contra la postura del Partido Republicano y del posible castigo en las próximas elecciones para renovar la Cámara de Representantes. También se resalta la influencia del Tea Party dentro del Partido Republicano, teniendo en cuenta la visión que tiene ese grupo acerca del papel que debe jugar la administración federal y los otros ámbitos de administración de lo público.
¿Qué ha ocurrido en realidad? La clave se encuentra en el papel que deben jugar las administraciones públicas en la prestación de servicios a la sociedad, especialmente a los sectores más vulnerables. La educación, la sanidad y las ayudas sociales son, pues, centrales. Gastar más o menos, y, como consecuencia, recaudar fondos para su financiación. En la actual coyuntura está jugando un papel importante la recién aprobada reforma sanitaria a instancias de la presidencia. Una reforma muy moderada, pero objeto de batalla encarnizada entre republicanos y demócratas, de entrada, y entre quienes la defienden y la rechazan, más concretamente, teniendo en cuenta que una parte importante de los y las representantes demócratas está fuertemente presionada por las grandes corporaciones con intereses, léase aseguradoras, farmacéuticas, etc. Y claro, aquí la cosa resulta difícil. Obama y su gente no se han caracterizado por mostrarse intransigentes con quienes mandan realmente en su país. En enero lo sabremos.