Se ha escandalizado esta mañana el ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, cuando han aparecido en la tribuna del Congreso tres activistas de Femen en protesta por la regresión que supone su reforma de la ley de interrupción del embarazo. Digo escandalizado por varias razones: una, que lo hayan hecho en la sede del Congreso; otra, el que hayan mostrado sus pechos al descubierto, la forma con que el grupo feminista manifiesta sus protestas en cada acción; y también, que hayan utilizado la expresión "el aborto es sagrado". Se ha podido oír al ministro repetir varias veces esa frase, resaltando quizás un carácter incongruente, teniendo en cuenta la concepción religiosa que tiene de esa práctica, a la que niega que sea un derecho.
Conviene, no obstante, aclarar que lo sagrado no tiene por qué ser sinónimo de religioso. Es cierto que en la mayor parte de las ocasiones se hace así, pero en tantas, erróneamente. Grosso modo, dentro de los procesos sociales de los últimos siglos el espacio de lo religioso ha ido perdiendo su hegemonía a la vez que lo ha ido ocupando el de la laicidad; y en lo sagrado, lo secular. Lo sagrado, pues, no tiene por qué solaparse per se con lo religioso, así como lo secular con lo laico.
El mundo de las sacralidades puede ser visto desde una perspectiva crítica. Así, se entiende por sagrado aquello que no puede ponerse en discusión. Lo forman ideas, valores o instituciones y de hecho constituyen y legitiman estructuras sociales impuestas o que son asumidas acríticamente por la gente. En nuestros días esas sacralidades adquieren forma dominante en la propiedad, el mercado, el estado... Con frecuencia, y sobre todo en algunos países, lo pueden ser también las religiones instituidas desde el poder o con finalidad de poder, como lo ha sido en otras épocas históricas, teocracias incluidas.
Pero es frecuente también utilizar lo sagrado desde otra perspectiva, no sé si poco racional, pero sí como una manera de enfatizar el valor de determinados principios o gestos en contextos muy concretos. No está de más traer, a modo de ejemplo, el episodio ocurrido hace 77 años en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, cuando, en su diatriba contra José Millán Astray, el rector Miguel de Unamuno pronunció sus célebres palabras: "Este es el templo del saber y yo soy su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto". Palabras rotundas que pretendían denunciar el uso de la fuerza y la sinrazón desde el principio del saber, como racionalidad. Y nadie mejor que el rector de una universidad para erigirse simbólicamente en "sumo sacerdote".
Lo ocurrido esta mañana en el Congreso puede que fuese una profanación de ese recinto desde el componente simbólico que tiene en el sistema político que nos rige. Puede también que Gallardón se haya sentido sorprendido y, quizás dolido, por que las activistas de Femen hayan gritado lo de "el aborto es sagrado", hiriendo su sensibilidad religiosa que sacraliza el embrión con la condición humana y considera el aborto como asesinato. En todo caso, habría que incluir el gesto dentro de un contexto muy concreto en el que se pretendía llamar la atención del peligro que se corre cuando se dejan de reconocer derechos. En este caso, de las mujeres.