martes, 22 de enero de 2013

Enfermar, morirse...

En película La balada de Narayama, dirigida por Shohei Imamura, se cuenta la historia de una anciana llamada Orin que vive en una pequeña comunidad rural y donde la tradición manda que la gente anciana incapacitada debe ser entregada al dios de la montaña para darle satisfacción. Orin decide arrancarse uno a uno los dientes de su boca con el fin de ser abandonada en la cima del monte Narayama y, de esta manera, permitir que uno de sus hijos pueda tener una nueva descendencia y contribuir al mantenimiento futuro de su comunidad. 

Hoy podemos leer que el ministro de Finanzas de Japón, un tal Taro Aso, ha declarado con respecto a las personas mayores de edad enfermas que se den prisa en morir, dado que la atención médica que necesitan resulta costosa para el estado. En otra ocasión ya había largado otras lindezas de esa misma especie, como cuando se preguntaba: "¿por qué tengo que pagar por las personas que sólo comen y beben y no hacen ningún esfuerzo?". Hace unas semanas el ministro de Sanidad de Portugal, Fernando Leal da Costa, pidió a sus compatriotas que evitaran enfermar, para así poder hacer sostenible el sistema de salud. Aquí, en España, el gobierno introdujo el verano pasado el llamado copago sanitario de un euro por medicamento para pensionistas y en algunas comunidades (Madrid, Cataluña, Castilla - La Mancha...) se ha hecho lo mismo por la expedición de cada receta... Para qué seguir.

He empezado con la película de Imamura porque su contenido permite hacer  una reflexión acerca del sentido de la vida y de la muerte en las sociedades. En las más tradicionales, donde los recursos materiales resultan altamente limitados para la subsistencia, se llegaba a codificar las creencias con prácticas como el sacrificio de la gente, que en muchas ocasiones era la más vulnerable. Pese a la tranquilidad que se percibe en el rostro de la anciana Orin cuando se acerca a la cima del Narayama, creyendo cumplir el designio marcado por su comunidad, nos queda siempre la duda del precio que ha de pagarse para ello. En las sociedades más evolucionadas se ha conseguido que la dignidad de las personas se base en la posesión de derechos fundamentales, entre los que se encuentra el derecho a la salud. Nadie, pues, puede ser despojado del mismo, aunque haya quienes, bajo el principio sacrosanto de la rentabilidad económica capitalista, nos quieran hacer ver que cuando enfermamos resultamos poco rentables y cuando envejecemos somos inútiles. Eso es lo que los Aso y compañía nos están diciendo.