jueves, 24 de agosto de 2023

Oda a una guitarra


Llegaste un día de la mano de dos hermanos.
Luego te llevaron durante un tiempo a otra parte,
pero regresaste para quedarte.
Y encajaste a la perfección en el paisaje de la casa y sus iconos.
Los había religiosos,
otros nos recordaban a los miembros de la familia
y no faltaban los musicales.
El almirez de bronce que asomaba su sonido en las navidades,
el piano majestuoso que invadía de notas todos los espacios,
tú misma, con la sonoridad tras el rasgueo de tus cuerdas,
y hasta esa flauta dulce que se convirtió en tu fiel compañera.
Soportaste con paciencia mis primeras envestidas
y me acompañaste en ese rabioso “Mundo cruel” adolescente.
Y así, poco a poco, fueron llegando las canciones,
propias y ajenas,
en solitario y en compañía,
en casa, fuera de ella y hasta en la calle.
Ahora, según escribo estos versos, te miro en una fotografía.
Ahí, en medio del paisaje de libros, te veo entre mis manos.
Y es que mi hermana quiso que allí estuviéramos.
Algunas veces, pocas, me atreví a retratarte.
En esta ocasión te situé sobre un viejo sillón,
de los dos que conservaba mi madre de sus ancestros.
Te llené de luz y te adorné de colores.
Quise realzar esa fuerza que desprendías
en los momentos que acompañabas a mi voz.
Una forma de reflejar alegría y esperanza.