lunes, 21 de junio de 2021

Objetivos y alcance de la Operación Barbarroja

Han pasado 80 años desde que se iniciara la mayor ofensiva militar lanzada por un país sobre otro. La Operación Barbarroja, iniciada el 22 de junio de 1941, fue la denominación secreta del ataque despiadado que el III Reich lanzó sobre la URSS. Fueron más de cien las divisiones y alrededor de 5 millones los soldados que participaron en esa operación, 3'5 millones de los cuales eran alemanes, mientras el resto procedía de los países aliados. En total, a lo largo de los algo más de dos años y medio de ocupación, las divisiones fueron 152 y los soldados,  6 millones, entre los que se encontraban los miembros de esa División Azul española que acudió bajo el grito "¡Rusia es culpable!", lanzado por Serrano Súñer. Prácticamente el 70% del conjunto de las tropas alemanas. 

Mucho se ha escrito sobre lo ocurrido en los primeros momentos del ataque. Han abundado las críticas a la reacción de la dirigencia política y militar soviética, especialmente sobre la primera y, más concretamente, sobre Stalin, el máximo dirigente del país. Se le ha acusado de haber rechazado y/o infravalorado los informes que iban recibiendo acerca de los preparativos y del propio inicio de la ofensiva alemana. Pero la cosa resultó ser más compleja y, lejos de ser ciertas las acusaciones, lo que ocurrió fue bastante distinto. Es lo que intentaré explicar en lo que sigue. 

Desde años atrás los dirigentes soviéticos eran conscientes de que el militarismo y  el expansionismo del III Reich tenía entre sus principales objetivos la ocupación de la URSS. Inserta dentro de la teoría del espacio vital, que había sido adoptada por le nazismo como necesaria para "eliminar la desproporción existente entre la densidad de nuestra población y la extensión de nuestra superficie territorial" (1), los territorios de la URSS ofrecían cuantiosos recursos naturales (agricultura, minería, petróleo...) y una mano de obra propicia para ser explotada en condiciones de esclavitud extrema. 

Lo ocurrido desde el verano de 1936, con la Guerra Española, y entre la primavera de 1938 y el verano de 1939, con la anexión alemana de Austria y Checoslovaquia, fue la constatación de que las potencias occidentales estaban poco o nada dispuestas a poner freno a las ambiciones territoriales alemanas. A eso hay que añadir el continuo rechazo por parte de esas mismas potencias a las propuestas hechas por la URSS para formalizar una alianza que pusiera freno al expansionismo alemán. 

Fue en ese contexto en el que finalmente, a finales de agosto de 1939, tuvo lugar la firma del Pacto Germano-Soviético. Para el III Reich era un camino fácil para ocupar la parte de Polonia que hasta 1918 había formado parte del imperio territorial alemán y de paso, o quizás ante todo, la forma de neutralizar por el este el temido efecto tenaza que años atrás, durante la Gran Guerra,  arruinó sus objetivos militares. Solventado ese obstáculo, el ataque contra Francia en junio de 1940 fue rápido y eficaz, lo que le permitió ocupar la mitad del territorio de su enemigo secular y formar un gobierno títere en la otra mitad. Mayores dificultades se encontraron con el Reino Unido, pese a los ataques aéreos con que castigaron a sus ciudades con la intención de forzar una paz por separado.  

Para la URSS, por su parte, el pacto con Alemania le permitió prepararse para la acometida que, tarde o temprano, iba a recibir. Durante el impasse de 22 meses fueron preparando el terreno bajo la idea de que iba a tener lugar una guerra intensa y larga. Por un lado, trasladando y preparando al otro lado de los Urales buena parte del equipamiento industrial; y por otro, fortaleciendo sus efectivos militares, tanto en número como en organización. 

A finales de la primavera de 1941, casi llegando el verano, con el frente occidental estabilizado y prácticamente todo el continente controlado por las potencias del Eje, fue el momento propicio para el ataque alemán sobre la URSS. Durante las semanas previas al inicio del ataque las autoridades soviéticas fueron constatando que a lo largo de sus fronteras occidentales iban aumentando los contingentes militares alemanes, a la vez lo hacían también las provocaciones. Desde marzo ya había más de cien divisiones apostadas. También iban recibiendo numerosas  informaciones sobre esos preparativos, así como posibles fechas del inicio del ataque, en lo que no faltaron tampoco los mensajes intencionados para crear confusión.

Que la reacción del mando político y militar soviético no fuera la de concentrar las tropas suficientes para hacer frente a lo que iba a venir o que, una vez iniciada la invasión, no se produjera una resistencia en bloque, lejos de ser un error, fue una maniobra estratégica inteligente y que acabó siendo exitosa. Es cierto que en su avance las tropas alemanas se encontraron en pocas semanas ante las puertas de Moscú y de Leningrado, y que su línea de ocupación alcanzó una buena parte del territorio occidental. Pero también lo es que, llegados a esos puntos, nunca lograron avanzar más. A modo simbólico, esas dos grandes ciudades resistieron, especialmente la que fue cuna de la revolución, alcanzando niveles desconocidos de un heroísmo épico. 

La llegada del invierno, tan temprana en esas latitudes, ayudó a que el avance se detuviera, pero sin olvidar tres cosas: el papel relevante que fue jugando el Ejército Rojo, la progresiva incorporación de los valiosos recursos procedentes del aparato industrial reubicado en el este y el comportamiento patriótico de la población en general. Y llegado el verano de 1942, ante el nuevo ataque alemán desplegado con el fin de conseguir los recursos petrolíferos del Cáucaso, lo que se inició fue el principio del fin de la presencia alemana en la URSS, con Stalingrado como un nuevo símbolo.

No hay la menor duda que por parte de las autoridades del III Reich existía la seguridad de que la campaña militar iba resultar rápida. Desde un doble ángulo: el de la información disponible, creyendo que la URSS era un desastre en lo militar y en lo económico; y el de la ideología, partiendo del apriorismo, lleno de prejuicios y estereotipos, de que lo que tenían enfrente era un conjunto de razas inferiores, a su vez comandadas por el judaísmo internacional. 

Siguiendo lo señalado por Domenico Losurdo (2), para Hitler, según declaró unos meses antes a un diplomático búlgaro, el ejército soviético no era más que un "chiste". Y para Goebbels, tal como escribió en sus diarios en los momentos previos al ataque: "Tenemos por delante una marcha triunfal sin precedentes (...). Considero la fuerza militar de los rusos muy baja, todavía más baja de lo que pudiera considerarla el Führer". Tal subestimación de la capacidad soviética no resultaba muy diferente en el caso de las autoridades occidentales. Para Halifax, ministro de Exteriores británico hasta 1940, las fuerzas armadas soviéticas eran "insignificantes", y para los servicios de inteligencia de su país la ocupación estaría "liquidada en 8 ó 10 semanas". No muy diferentes fueron las valoraciones que hicieron, en el caso de EEUU, los consejeros del presidente Roosevelt, estimando un periodo entre uno y tres meses para que la URSS acabara capitulando. 

Pero ninguna de esas previsiones se cumplió. El final es bien conocido. Pero no está de más recordar lo que, a las pocas semanas de iniciada la Operación Barbarroja, empezó a verse como una realidad muy diferente. Siguiendo con lo que nos cuenta Losurdo, lo que Goebbels empezó a reflejar en sus diarios fue lo contrario de su optimismo inicial y, sobre todo, un ejercicio de realismo. Así, el 24 de julio escribió: "el régimen bolchevique (...) ha dejado profundas huellas en los pueblos de la Unión Soviética. (...) [E]sta operación es muy difícil". El 1 de agosto: "se ha errado un poco en la valoración de la fuerza militar soviética. Los bolcheviques  revelan una resistencia mayor de la que habríamos supuesto". 19 de agosto: "El Führer está en privado muy irritado consigo mismo por el hecho de haberse dejado engañar hasta tal punto [por los servicios de información soviéticos] sobre el potencial de los bolcheviques". O el 16 de septiembre: "Hemos calculado el potencial de los bolcheviques de modo completamente erróneo". 

Pero volviendo a lo desarrollado por la dirigencia de la URSS, ¿fue errónea la estrategia que Stalin y su cúpula militar desarrollaron desde el primer momento de la Operación Barbarroja? Hay historiadores y analistas militares que así lo consideran. Puede parecerlo, por ejemplo, en el caso de Zhores y Roy Medveded (3), para quienes: "Aunque en 1941, Stalin dirigió con bastante torpeza las operaciones militares en el frente, su mayor preocupación era asegurar que hubiese el máximo de tropas en la reserva". Sin entrar ahora en la apreciación primera sobre la "torpeza", fue precisamente lo último, esto es, la referencia a las reservas miliares, lo que acabó resultando primordial en el devenir de la guerra. 

Y es que el empleo masivo de las tropas de reserva a posteriori resultó clave, porque se hizo en el momento idóneo, dentro de una estrategia que, lejos de ser improvisada, tenía unas sólidas bases. Stalin, que estuvo casi solo al principio, y sus generales, posteriormente, evitaron las provocaciones que se fueron lanzando desde la primavera por parte de los alemanes. Hitler hubiera preferido una respuesta soviética rápida y en bloque, con el fin de facilitar su puesta en práctica de la guerra relámpago y derrotar con facilidad al Ejército Rojo. Años después, ya muerto Stalin, el general Yukov dejó escritas estas palabras en sus memorias (4): "La voz de mando de Hitler contaba con nosotros para que llevásemos nuestras principales fuerzas hasta la frontera, con intención de rodearlas y destruirlas". 

La Segunda Guerra Mundial acabó casi cuatro años después. Los horrores que se fueron sucediendo, en sus distintas formas, alcanzaron unos niveles inusitados. Pero puede decirse que la Operación Barbarroja acabó siendo fallida porque en sus planes no se contempló ni la capacidad militar del país agredido, ni los pueblos que apoyaron a su ejército y ni tan siquiera que sus dirigentes fueran capaces de coordinar una lucha que, no por feroz, imposibilitó que una raza que se creía superior acabara haciéndose a cualquier precio con las riendas de Europa y lo que viniera después. 

Valgan los versos del poema "Espérame", escrito en 1941 por Kostantin Simonov como una muestra del estado de ánimo que vivió buena parte del pueblo soviético, en este caso a través de un soldado que tiene la esperanza que todo acabe bien:

Espérame que volveré.
Sólo que la espera será dura.
Espera cuando te invada la pena, mientras ves la lluvia caer.
Espera cuando los vientos barran la nieve.
Espera en el calor sofocante,
cuando los demás hayan dejado de esperar, olvidando su ayer.
Espera incluso cuando no te lleguen cartas de lejos.
Espera incluso cuando los demás se hayan cansado de esperar.
Espera incluso cuando mi madre e hijo crean que ya no existo
y cuando los amigos se sienten junto al fuego para brindar por mi memoria.

Espera.
No te apresures a brindar por mi memoria tú también.
Espera, porque volveré desafiando todas las muertes
y deja que los que no esperan digan que tuve suerte.
Nunca entenderán que en medio de la muerte,
tú, con tu espera, me salvaste.
Sólo tú y yo sabemos cómo sobreviví.
Es porque esperaste y los otros no.


Notas 

(1) Hitler (p. 245).
(2) Losurdo (pp. 35-37).
(3) Medveded (p. 254).
(4) Medveded (p. 255).


Bibliografía de referencia

Aragon, Louis (1965). La Unión Soviética. Historia paralela de los Estafos Unidos y la Unión Soviética. 1917-1960, v II. Buenos Aires, Emecé Editores.
Artola, Ricardo (1996). La Segunda Guerra Mundial. Barcelona, Altaya.
Fontana, Josep (2017).  El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914. Barcelona, Crítica.  
Hitler, Adolf (2003). Mi lucha. Barcelona, F.E.
Hobsbawm, Eric (1991). Historia del siglo XX. Barcelona, Crítica.  
Losurdo, Domenico (2011). Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra. Barcelona, El Viejo Topo.
Medveded, Zhores A. y Medveded, Roy A. (2005). El Stalin desconocido. Barcelona, Crítica
Pereira, Juan Carlos (coor.) (2001). Historia de las relaciones internacionales contemporáneas. Barcelona, Ariel.

(Imagen: "La madre de un partisano", de Serguei Guerasimov).