El fascismo, en cualquiera de sus modalidades, siempre ha sido antifeminista. Dentro de su modelo de sumisión de las mujeres, en los primeros momentos optó por relegar a las mujeres al hogar. En los años veinte un panfleto del partido nazi rezaba así: "La mujer en el
trabajo es un ser oprimido y atormentado. Día tras día ella se sienta durante
horas ante la máquina de escribir o con la hoja de taquigrafía en la mano... El
nacionalsocialismo la devolverá a su verdadera profesión: la maternidad". Un mensaje que fue imitado en España, como hizo, hizo, por ejemplo, una dirigente de la Sección Femenina cuando al poco de acabar la Guerra Civil proclamó: "Estamos aquí reunidas sólo para festejar nuestra
victoria y honrar a nuestros soldados. Porque la única misión que tienen asignada las mujeres en la tarea de la Patria es el Hogar".
Han pasado varias décadas y las cosas han cambiado, pero no lo suficiente. Felizmente muchos derechos de las mujeres han ido reconociéndose en numerosos países, pero, a medida que se ha ido avanzando, el peso de la tradición patriarcal sigue presente y las resistencias desde ese sistema han tendido a redoblarse. En los últimos años estamos asistiendo a una contraofensiva desde los grupos de extrema derecha, el sustrato del nuevo fascismo, cuyo discurso ha puesto el foco en el feminismo y está haciendo mucho hincapié en la misoginia, la homofobia o la transfobia. Un discurso que niega que exista desigualdad entre las personas por razón de sexo y/o género, que no reconoce todo aquello que afecte a la autodeterminación de las personas acerca de su identidad y orientación sexual y que niega la existencia de la violencia que se ejerce contra las personas que se salen del marco del sistema y, de una forma más concreta, contra las mujeres.
Es el mismo discurso, en fin, que en España puso la diana contra el movimiento feminista, culpándolo de la expansión del virus covid-19 tras las movilizaciones del 8 de marzo del año pasado. Su presión han sido tan insistente, que hasta el delegado del Gobierno en la Comunidad de Madrid prohibió este año todos los actos en la calle, aduciendo que eran un peligro para la salud pública y rechazando las medidas preventivas dispuestas por quienes convocaban los actos. Una decisión defendida desde las filas del PSOE, y que también ha sido respaldada por la administración de justicia y el propio Tribunal Constitucional.
Esa presión ejercida desde el amplio espectro de la derecha, especialmente desde la más extrema, tiene unas claras connotaciones fascistas. Su carácter antidemocrático y antifeminista pretende ahora criminalizar a un movimiento que es por naturaleza liberador. De los numerosos actos que se suceden cada día por diversos motivos (deportivos, políticos, reivindicativos...), que solamente los organizados en Madrid para la ocasión del 8 de marzo hayan sido suspendidos por la autoridad gubernativa en Madrid, dice mucho de lo que se pretende contra el movimiento feminista. Desde sus enemigos y desde quienes se arrugan cuando la presión es fuerte.
Ayer en Madrid el mural feminista de Ciudad Lineal fue objeto de un ataque. Señalado hace un par de meses por Vox, estuvo a punto de ser destruido por el Ayuntamiento con el apoyo de PP y Ciudadanos. Frenado el intento por la presión ciudadana, durante la noche de ayer acabó siendo pasto de unos brochazos negros que lo han tapado. Más que curiosamente, durante la misma mañana una conocida dirigente de Vox, Macarena Olona, publicó un mensaje en una red social en estos términos: "Frente a su sectarismo, nuestra brocha".
Una huella más, de las tantas, del fascismo.