Estudiaba
COU, allá por 1976, cuando hice un trabajo de historia junto a un compañero de
clase, llamado José Manuel Gómez Cantera, a quien, en su día, dediqué una
entrada en este cuaderno. “La Comuna de París de 1871” fue el título que le
dimos, a modo de homenaje de lo ocurrido en ese año, pero también, como muestra
de nuestra rebeldía antifascista juvenil. Fue él quien se encargó de pasarlo a
máquina, conservando todavía una copia en papel cebolla, dado que la original
pasó a manos de nuestra profesora. Andaluza y con un acento que la delataba,
todavía recuerdo su nombre: Pilar Morillo. Curiosamente estaba casada con Javier
Fortea, quien al año siguiente, ya en la Universidad, fue mi profesor de
Prehistoria.
El trabajo, de 31 páginas, estaba basado en la lectura de varios libros. Para la ocasión leí la Historia de la Comuna, de Prosper Lissagaray, La guerra civil en Francia, de Karl Marx, y los comentarios que Lenin hizo en El estado y la revolución.
Este año
coincide con el 150 aniversario de la Comuna parisina. Un hecho muy presente en
la memoria del movimiento obrero y, a la vez, muy mencionado en numerosas obras
de historia. Otra cosa es su tratamiento en profundidad. No conozco muchas
obras en ese sentido e incluso hay historiadores que en sus obras generales o
lo han pasado por encima o ni siquiera lo han hecho. El trabajo que hicimos en
1976 estuvo basado en gran medida en escritos lejanos en el tiempo: Marx,
Lissagaray, Lenin, Dolléans…
Inicialmente
mi intención en esta ocasión era dedicar al acontecimiento una entrada a modo
de memoria. Pero el interés y la curiosidad me han ido llevando por otros
derroteros. Por supuesto que no he pretendido hacer un estudio histórico
profundo, pero sí he ido consultando poco a poco, a lo largo de tres días,
diversas obras, bien de los libros que tengo en casa o bien de lo que he ido
encontrando en la red electrónica.
El
resultado ha sido un escrito más largo de lo esperado, en el que he tratado
diversos aspectos, no tanto inconexos como complementarios. Marx acabó su obra
dedicada a la Comuna con estas palabras: “El París de los obreros, con su
Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva sociedad.
Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera”.
Emotivas palabras, que suscribo.
La Guerra Franco-Prusiana
La Guerra
Franco-Prusiana, que se había iniciado en julio de 1870, estaba casi decidida
en septiembre. Se trataba de la primera de las disputas por la hegemonía
europea entre dos de las potencias occidentales, que, además, eran vecinas.
Alemania, en el culmen de su proceso de unificación territorial, acabó siendo rotundamente
la vencedora frente a la pantomima política de lo que se llamó con el nombre de
Segundo Imperio de Francia, que tuvo al “farsante” Napoleón III al frente.
La derrota
francesa en Sedan a principios de septiembre, en la que el propio emperador fue
apresado junto a decenas de miles de soldados, supuso la primera de las humillaciones.
Cercada la capital durante casi cuatro meses, devino la segunda a finales de enero
del 71, cuando el Palacio de Vesalles se convirtió en el escenario de la
proclamación de Guillermo I como emperador alemán. Fue en mayo cuando tuvo
lugar una tercera humillación, más dolorosa aún, que consistió en la firma del
Tratado de Francfort, mediante el cual Francia se vio obligada a pagar como indemnizaciones
de guerra una suma muy elevada y entregar los territorios de Alsacia y Lorena.
París, centro neurálgico de la guerra y la revolución
¿Qué pasó,
mientras tanto, en París? Su población se rebeló en el mismo mes de septiembre
del 70 contra el poder napoleónico, precisamente en el momento en que se iba a iniciar
el cerco de la ciudad por las tropas prusianas. La primera consecuencia de ese
acto fue la caída del Segundo Imperio, que fue sustituido por la III República,
con un gobierno provisional y un remedo de cuerpo legislativo, formado por representantes
republicanos.
Pero lo
peor vino cuando el cerco se prolongó hasta enero del año siguiente, dando
lugar a una situación vital extrema entre la población parisina. La firma del
armisticio y la consiguiente salida de las tropas prusianas no impidió que la
rebelión continuara. Y más cuando al frente del nuevo gobierno francés, ya instalado
en Versalles, se situó un militar conservador, antiguo orleanesista, llamado
Adolphe Thiers. Sustentado por una Asamblea Nacional, representaba, ante todo,
el poder económico de la gran burguesía francesa acumulado desde décadas atrás y,
especialmente, durante el periodo del Segundo Imperio.
Fue a
partir del 18 de marzo cuando la rebeldía de la población parisina se tornó en una
revolución popular más profunda, cuyo carácter, radicalmente diferente, hubo de
dejar una impronta de cara al futuro. Es lo que ha pasado a denominarse con el
término de Comuna de París, de Commune,
la forma como en Francia se denominaba a los ayuntamientos. Un episodio que resultó
altamente ilustrativo de lo que estaba ocurriendo en ese momento y marcó, en
cierta medida, algunos aspectos, de diverso tipo, de lo que le siguió en el
tiempo.
La insurrección
popular iniciada el 18 de marzo acabó con la autoridad del gobierno establecido
y creó otro nuevo basado en la participación asamblearia de la población. Cada
distrito elegía sus representantes y debatía en común los asuntos, habiendo por
encima un Consejo municipal. Su duración fue efímera, es cierto, como también
lo es la represión posterior, cuya contundencia, por brutal, marcó otro hito de
cara a considerar el precio a pagar por quienes osaran rebelarse contra el
orden burgués.
La Comuna
fue expresión de un cúmulo de tendencias políticas y del malestar de la mayor
parte de la población, especialmente los sectores populares. En esa gran
movilización confluyeron blanquistas, republicanos radicales, federalistas, marxistas,
proudhonianos, bakuninistas… El papel que jugó la Asociación Internacional de Trabajadores,
cuyo Consejo General se encontraba en Londres, no fue muy grande. Marx, que
controlaba el citado Consejo de la AIT, estuvo atento a lo que estaba
ocurriendo, como reflejó en los informes que presentó. Solidario con la Comuna,
no impidió que considerara lo prematuro del levantamiento.
Sus protagonistas
actuaron con audacia y valentía, pero dieron muestras de las divergencias que
contenían en relación, por un lado, a sus referentes político-ideológicos y,
por otro, a la diversidad de intereses según el grupo social e incluso el sexo.
Para Marx
fue la primera experiencia de gobierno de la clase obrera, si bien achacó su fracaso
a la falta de una mejor organización política, precisamente el aspecto que
generó más fricciones con la tendencia anarquista del movimiento obrero. En el
Congreso de 1872 en La Haya se consagró la ruptura de la AIT, cuando se expulsó
al ala proclive a Bakunin y a la vez se decidió el traslado de la sede del
Consejo de Londres a Nueva York. Pero esto último pertenece a otro aspecto.
Marx y Engels ante la Comuna
parisina
No tardó
mucho tiempo Karl Marx en dedicar un análisis de lo ocurrido. Fruto de ello fue
su obra La guerra civil en Francia.
Para su publicación incluyó tres escritos, correspondientes a sendos
manifiestos que acabaron siendo aprobados por el Consejo General de la AIT. Los
dos primeros son de julio y septiembre
de 1870, cuando, respectivamente, se inició la guerra y se produjo la
revuelta parisina contra el gobierno imperial en el momento del cerco prusiano.
El tercero de los manifiestos, de mayor extensión, fue escrito a finales de
mayo de 1871, semanas después del sofocamiento sangriento de la Comuna.
Es en la
tercera parte del manifiesto de mayo de 1871 donde Marx hace una descripción de
las características del nuevo poder instaurado en París en la Comuna, así como
sus pretensiones de cara a conformar un nuevo orden político y social, que
debía proyectarse al conjunto del país a través de una federación libre de
comunas.
En ese
sentido se refiere a la electividad de sus consejeros mediante el sufragio
universal, que, a su vez, debían ser responsables y revocables. La formación de
una milicia armada sometida al poder civil, como también debía ser con el
funcionariado. La elección y revocabilidad en el campo de la justicia. La
separación entre la Iglesia y el Estado. La generalización de la enseñanza, que
debía ser gratuita y pública. La formación de cooperativas de producción y la
regulación de la actividad económica. La introducción de medidas laborales como
le eliminación del trabajo nocturno, la garantía de unos salarios dignos, la
indemnización ante la pérdida del empleo, la creación de guarderías…
A Marx no
le faltó remarcar lo prematuro de la rebelión a la hora de conformar una nueva
sociedad. La clave se encontraba para él en lo insuficiente del desarrollo de
la clase obrera en Francia. Eso no fue óbice para que escribiera: “La Comuna
era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la
clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin
descubierta para llevar a cabo, dentro de ella, la emancipación económica del
trabajo”.
Dos décadas
más adelante Friedrich Engels publicó una nueva edición de La guerra civil en Francia, incluyendo una Introducción, en la que
hizo diversas aclaraciones sobre algunos pormenores de lo escrito por Marx e
incidiendo en el sentido que su amigo le había dado.
Interesantes
son también sus alusiones a dos de los grupos que, para Engels, jugaron un
papel más activo, destacando al blanquista, mayoritario, y al proudhoniano,
minoritario. El primero, liderado por Louis-Auguste Blanqui, gozaba de una
larga tradición revolucionaria, aunque Engels señaló que estaba falto de una
teoría económica clara y decidida, lo que llevó a que, entre otras cosas, no tocara
las reservas del Banco de Francia. Sobre el segundo, que estaba influido por
las ideas del protoanarquista Pierre-Joseph Proudhon, resaltó su escaso apego
por la formación de cooperativas obreras.
Pese a
todo, Engels dejó constancia de su valoración de la Comuna en estas líneas:
“Últimamente, las palabras ‘dictadura del proletariado’ han vuelto a sumir en santo horror al filisteo
socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz representa esta
dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡He ahí la dictadura del proletariado!”.
El papel de las mujeres
Las mujeres
estuvieron presentes en todo momento. Otra cosa es que esa presencia, como en
tantas otras ocasiones, haya estado invisibilizada. Su activismo no fue algo
nuevo, pues había una tradición en Francia, que provenía de 1789 y se mantuvo
en los distintos episodios revolucionarios del siglo XIX, en la que jugaron un
papel muy activo. Y ese momento lo hicieron
tanto en las movilizaciones populares como en sus reivindicaciones propias,
tendentes a la igualación de derechos con los varones.
Como han
señalado Anderson y Zinsser, en París llegaron a formar clubes de mujeres
patriotas, reclamando poder hacer lo que cualquier varón ya hacía, como la
defensa armada, o defendiendo la igualdad de los salarios, como hicieron las
maestras. No les faltó proclamar su fuerte tenacidad, como a finales del siglo
manifestó Louise Michel en su escrito La
Comuna: “Nuestros compañeros varones son más vulnerables al desaliento que
nosotras”.
Empero, el
derecho al sufragio femenino más que quedar aparcado, no fue contemplado. Como
ha señalado la historiadora Ludivine Bantigny, las mujeres no lo pidieron, pues
en esos momentos “les parecía inimaginable y comprendieron que podían tener una
gran influencia sin ser reconocidas como ciudadanas con todos los derechos”.
Pese a
ello, el espíritu de lucha de las mujeres duró hasta los últimos momentos, esforzándose
con denuedo cuando el ejército lanzó la ofensiva final para acabar con la
Comuna. Y, como veremos a continuación, la represión también se cebó
impenitentemente sobre ellas.
La represión y sus víctimas
El 21 de
mayo se inició la acción militar del gobierno francés contra la Comuna, para lo
que contó con la aquiescencia alemana. Cosas propias de los intereses de clase.
La resistencia duró apenas una semana, dada la desigualdad de fuerzas existente.
Las barricadas y los fusiles rudimentarios de los comuneros y las comuneras,
junto con su heroísmo, no fueron suficientes para hacer frente al ejército de,
al menos, 130.000 soldados que se lanzó sobre la capital francesa.
Como
publicó Dolleans hace casi noventa años, el mensaje que lanzó al día siguiente
Thiers en la Asamblea Nacional, que estaba reunida en Versalles, fue más que
rotundo: “Yo seré despiadado; la expiación será completa y la justicia
inflexible... Hemos alcanzado el objetivo. El orden, la justicia, la
civilización obtuvieron al fin su victoria... El suelo está cubierto de
cadáveres; ese espectáculo horroroso servirá de lección”.
La
represión que le siguió fue brutal e inclemente. Los datos varían, pero, al
margen de su mayor o menor exactitud, denotan
una magnitud en la violencia desconocida hasta ese momento. Se ha calculado que
hubo unas 30.000 víctimas mortales, de las cuales una buena parte sucumbió
durante lo que se conoce como Semana Sangrienta, tanto en los combates como en
las ejecuciones sumarias. Pero estas últimas continuaron en los días
posteriores y, aunque ya atenuadas, a lo
largo de los meses siguientes.
También, en
torno a 40.000, hubo deportaciones a las colonias, donde las condiciones de
estancia fueron tan duras, que, en un número indeterminado, muchas personas
acabaron muriendo por enfermedades, inanición o exceso de trabajo. Se ha
estimado, así mismo, que el número de quienes conocieron procesos por los
consejos de guerra pudo haber ascendido a unas 70.000.
Existen también
datos específicos sobre la represión sufrida por las mujeres. Siguiendo los que
nos ofrecen Anderson y Zinsser, fueron miles las mujeres que murieron durante
la Semana Sangrienta y alrededor de un
millar las que fueron procesadas con posterioridad. Se trataba de mujeres de
todas las edades, pero en mayor medida entre los 30 y los 50 años, casadas o
viudas, y abrumadoramente trabajadoras manuales.
Louise Michel, una mujer valiente
entre varones
Es la mujer
más conocida del proceso revolucionario parisino y quizás también fuera la que
jugó un papel más destacado. Su persona simboliza, en todo caso, la participación
de las mujeres. Era profesora de profesión y había estado vinculada a los
grupos revolucionarios. Durante la Comuna se mostró muy activa, lo que le valió
para formar parte del Consejo Municipal, siendo la única mujer en ese órgano de
representación. Cuando fue inminente el peligro del ataque de las tropas
instaladas en Versalles, no dudó en ponerse al frente de la defensa armada.
Para ello organizó y dirigió un batallón formado por mujeres, en el que simultaneó
la labor de combatiente con la de enfermera.
Tras la
derrota estuvo escondida durante unos días, aunque al poco tomó la decisión de entregarse.
Evitó, así, que su madre fuera represaliada, pues había sido detenida en su lugar
como rehén y amenazada de muerte. Ante el tribunal que la condenó a diez años
de cárcel no dudó en pronunciar estas palabras: “No me quiero defender.
Pertenezco por entero a la revolución social. Declaro aceptar la
responsabilidad de mis actos”. Finalmente fue desterrada a Nueva Caledonia, situada
en el océano Pacífico.
Durante su
estancia en la prisión de Versalles escribió varios poemas. Uno de ellos,
“Versalles capital”, acaba con estos versos:
La ciudad donde late el corazón del
mundo.
París duerme con el sueño de los
muertos,
a pesar de vosotros el pueblo
heroico
hará grande la República;
no se puede detener el progreso,
es la hora en que caen las coronas,
en que caen las hojas de los
bosques.
Otro de sus
poemas, “Los claveles rojos”, se lo dedicó a su amigo y compañero de lucha
Théophile Ferré, abogado y destacado comunero, cuando supo que iba a ser
ejecutado:
Si voy a dar al oscuro cementerio,
arrojad sobre mí, hermanos,
como postrera esperanza,
rojos claveles en flor.
Cuando el imperio concluía
y el pueblo despertaba,
fue tu sonrisa, clavel rojo,
anuncio de que todo renacía.
Hoy floreces en la sombra
de oscuras y tristes prisiones,
cerca de la zozobra del cautivo.
Dile que le amamos
y que en el veloz flujo del tiempo
todo pertenece al porvenir.
Dile que el vencedor de lívida
frente
puede morir más que el vencido.
Su valentía
y fama es lo que hizo que dos conocidos escritores se acordaran de ella. En
diciembre de 1871 el novelista Victor Hugo le dedicó estas palabras solidarias:
“Los que
saben de tus versos misteriosos y dulces, de tus días, de tus noches, de tu
solicitud, de tus lágrimas derramadas por todos, de tu olvido de ti misma por
Socorrer a los demás, de tu palabra semejante a la llama de los apóstoles; los
que saben del techo sin fuego, sin aire, sin pan, del catre y la mesa de pino,
de tu bondad, tu dignidad altiva de mujer del pueblo, de tu ternura austera que
duerme bajo tu cólera, de tu fija mirada de odio a todos los inhumanos, y de
los pies de los niños calentados en tus manos; y ésos, mujer, ante tu majestad
bravía, meditaban, y, a pesar del pliegue amargo de tu boca, a pesar del
maldiciente que, encarnizándose contra ti, te lanzaban todos los dicterios
indignados de la ley, a pesar de la voz fatal y alta que tu acusa, veían
resplandecer el ángel a través de la Medusa...”
Paul
Verlaine, por su parte, le dedicó unos años después, en 1886, un poema como
reconocimiento. En su “Balada en honor de Louise Michel” dice:
Madame y Pauline Roland,
Charlotte, Théroigne, Lucile,
casi Juana de Arco, estrellada
la frente de la multitud necia,
nombre de los cielos, corazón divino
que exilia
Este tipo de menos que nada
Francia burguesa con una espalda
fácil,
Louise Michel es muy buena.
Ama al Pobre duro y franco
O, tímida, es la hoz
en el trigo maduro para el pan
blanco
del Pobre y de Santa Cecilia
y la musa ronca y esbelta
del Pobre y su ángel de la guarda
así de simple, así de rebelde.
Louise Michel es muy buena.
Gobiernos de Malta,
megaterio o bacilo,
soldado crudo, petirrojo insolente,
o algún frágil compromiso,
gigante de barro con pies de barro,
todo eso su ira cristiana
la aplasta con ágil desprecio.
Louise Michel es muy buena.
Enviado.
¡Ciudadano!, ¡tu evangelio
se muere por! ¡Es el Honor! Y bien
lejos de Taxil y Bazile,
Louise Michel es muy buena.
Artistas y escritores que defendieron la Comuna
De los
mundos del arte y de la literatura hubo quienes se involucraron, en distinto
grado, en el proceso revolucionario. Casi todos lo pagaron caro, en forma de
cárcel, destierro, multas, exilo...
Uno de
ellos fue el pintor Gustave Courbet, que llegó a ser elegido representante por
uno de los distritos de París, formó parte de la comisión de Enseñanza y presidió
la de Artes. Detenido en junio, fue sometido a un consejo de guerra, que lo
condenó a varios meses de cárcel y al pago de una multa. Ya en libertad, huyó
como exiliado a Suiza, donde murió pocos años después.
Otro pintor
conocido fue Honoré Daumier, que también participó en la comisión de Artes. Casi
ciego, dejó constancia de lo vivido en esos momentos en dibujos como “Familia
en una barricada durante la Comuna de París de 1870”.
Comuneros
fueron también los artistas Jules Dalou y James Tissot. El primero fue
subdirector del Museo de Louvre y los dos acabaron exiliándose en Gran Bretaña.
Un caso
llamativo es el de Eugène Pottier, obrero, dibujante, cantante y poeta, que
jugó un papel destacado como comunero, siendo elegido representante en su
distrito. Evitó ser detenido y logró huir a Gran Bretaña, para dirigirse después
a EEUU. Mientras estuvo escondido escribió parte del libro Cantos revolucionarios, uno de cuyos poemas se convirtió en 1888 en la letra del himno “La
Internacional”, musicalizado por Pierre Degeyter.
Jules Vallés,
periodista y literato, fue condenado a muerte, si bien le fue conmutada la
pena, tras lo cual tomó el camino del exilio a la isla vecina. También fue
condenado a muerte, aunque en rebeldía, el músico Jean-Baptiste Clement. Había
logrado escapar y exiliarse en Gran Bretaña. Jean-Marie Mathias Philippe
Auguste, escritor de origen aristocrático, también conoció el exilio en el
mismo país.
Los poetas
Paul Verlaine y Jean-Arthur Rimbaud también participaron en el movimiento
comunero. El primero lo hizo de una forma más activa, siendo nombrado jefe de
la oficina de prensa del Ayuntamiento. El segundo, muy joven, estuvo en París desde
el primer momento, después de haber huido de su familia. Amantes ya en la
capital francesa, tras la derrota se refugiaron durante un tiempo en la capital
británica.
Rimbaud
dejó constancia de sus pulsiones emocionales en varios poemas, uno de los cuales
contiene versos como éstos:
Todos los desgraciados, todos
aquellos que al sok
han quemado sus espaldas y que
caminan, caminan,
y que bajo su trabajo sienten que la
frente estalla (…).
¡Descubríos, burgueses! ¡Ya que ésos
son los hombres!
¡Nosotros somos obreros! ¡Obreros!
Somos nosotros, en los grandes
tiempos nuevos,
por quienes se querrá saber
dónde se forjará el hombre de la
mañana a la noche,
dónde, lento vencedor, someterá a
las cosas,
persiguiendo los efectos, buscando
las grandes causas,
pasando por encima de todo, como se
monta a caballo (…).
Separados
pronto en sus destinos, después de un dramático episodio cargado de violencia,
los dos poetas mantuvieron el eco de esos meses. Verlaine, como nos hemos
referido antes, lo hizo, entre otros recuerdos, a través de la figura de Louise
Michel. Y Rimbaud, errante por varios países, no perdió nunca de vista su
visión particular del comunismo como horizonte humano.
Victor
Hugo, en fin, también estuvo presente en el escenario parisino, mostrando en todo momento sus simpatías por la
Comuna. Denunció con dureza la represión que le siguió, lo que le supuso su
expulsión temporal de Francia. Volvió a estar de nuevo fuera de su país, como
ya ocurrió en 1851 cuando se vio obligado a ir al exilio por denunciar el golpe
de estado de Luis Napoleón y su conversión en Napoleón III. A su regreso no
dudó en defender que se pusiera fin a la persecución contra quienes defendieron
la Comuna.
Bibliografía consultada
Alcalde, Carmen (1976), “Luisa
Michel, la Virgen Roja”, “La Comuna, París está en pie” y “’Un hombre’ más en
el Consejo”, en La mujer en la Guerra
Civil española. Madrid, Cambio 16.
Anderson, Bonnie S.
y Zinsser, Judith P.
(1991). Historia de las mujeres. Una
historia propia, v. 2. Barcelona, Crítica.
Bonet, Enric (2021). “La Comuna
nos interpela sobre el significado de una verdadera democracia”, entrevista a
la historiadora Ludivine Bantigny, en Ctxt,
18 de marzo (https://ctxt.es/es/20210301/Politica/35389/Ludivine-Bantigny-entrevista-Comuna-Paris-revolucion-democracia-Enric-Bonet.htm).
Ceruti, Leónidas (2011). “La Comuna
de París, el primer gobierno obrero”, en Nodo50, 28 de marzo (https://info.nodo50.org/La-Comuna-de-Paris-el-primer.html).
Dolléans, Édouard (2009). “La
Comuna”. SOV Baix Llobregat (file:///C:/Users/pc/Downloads/la-comuna-de-paris-3-dolleans%20(1).pdf).
Gabriel Sirvent,
Pere
(1985). El movimiento obrero. Madrid,
Historia 16.
Gauthier, Florence (2018). “Marx y la
constitución comunal de 1871", en revista electrónica Sin Permiso, 27 de septiembre
(https://www.sinpermiso.info/textos/marx-y-la-constitucion-comunal-de-1871).
Gutiérrez Álvarez,
Pepe
(2012). “Escritores y artistas comprometidos con la Comuna de París”. VI Universidad
de Verano Anticapitalistas, La Granja (Segovia), 1 de diciembre (http://anticapitalistas.org/spip.php?article27723).
Kriegel, Annie (1977). Las internacionales obreras. Barcelona,
Martínez Roca.
Lenin, Vladimir
Ilich
(2009). El estado y la revolución.
Barcelona, Público.
Llorente Herrero,
Pilar y
Páez-Camino, Feliciano (1986). Los Movimientos Sociales (hasta 1914).
Madrid, Akal.
Marx, Carlos (1971). La guerra civil en Francia. Madrid,
Ricardo Aguilera.
Molnar, Miklós (1974). El declive de la Primera Internacional.
Madrid, Cuadernos para el Diálogo.
Páez-Camino,
Feliciano y Llorente Herrero, Pilar (1984). Los Movimientos Sociales (hasta 1914). Madrid, Akal.
Rendón, Fernando (2005). “Marx,
Rimbaud y la Comuna de París”, en Rebelión,
12 de octubre (https://rebelion.org/marx-rimbaud-y-la-comuna-de-paris/).
(Imagen: Honoré
Daumier, “Familia en una barricada durante la Comuna de París de 1870”).