miércoles, 3 de marzo de 2021

Fue en Vitoria, el 3 de marzo de 1976

 
Ya había muerto el dictador y en su lugar, como jefe del Estado, se encontraba Juan Carlos I, que había asumido el cargo el 22 de noviembre pasado en una "hora cargada de emoción y esperanza". Al frente del gobierno seguía Carlos Arias Navarro, apodado "el Carnicerito de Málaga", y tenía como responsable de Gobernación a Manuel Fraga Iribarne, que no dudó en airear, para que se oyera, eso de que "¡La calle es mía!". Una forma de decir que no quería manifestaciones, ni huelgas, ni aquello que sonase a subversión contra el régimen. 

Pero 1976, muy a su pesar, comenzó lleno de movilizaciones por doquier. Desde los grupos de oposición se apretaba para forzar el derrocamiento del gobierno y, con ello, de la dictadura, que estaba encubierta en esos momentos con el inicio de lo que empezaron a denominar con el término de reforma. La población, a su vez, sufría los efectos de la crisis económica que llevaba haciendo estragos en forma de inflación y paro, agravada en nuestro país por el déficit en los salarios, los servicios públicos y la protección social. Por eso  estaban hirviendo las fábricas, los barrios, el campo, las universidades..., clamando cosas como libertad, amnistía, justicia o democracia. La respuesta del gobierno, con los Arias y Fraga al frente, fue la de cerrarse en banda y reprimir con dureza lo que se movía. 

Como en tantos otros lugares de Cataluña, el País Vasco, Madrid, Andalucía y demás territorios, eso fue lo que ocurrió en Vitoria el 3 de marzo. Pero con mayor crueldad y, si cabe, maldad. Porque ese día murieron tres jóvenes trabajadores, cuyo número ascendió a cinco en los siguientes, víctimas directas de la Policía Armada, los "grises" de entonces, que dispararon sin piedad a quienes salían de una iglesia, la de San Francisco de Asís, en la que habían celebrado una asamblea. Fue en Vitoria, una ciudad donde una buena parte de sus habitantes llevaban varios días en huelga general, luchando por mejorar sus condiciones de vida y buscando el aire necesario que les permitiera vivir en libertad.

Eran tiempos en los que la Iglesia Católica tenía en su seno a curas que daban cumplimiento a esa bienaventuranza que se refiere a quienes "tienen hambre y sed de justicia". O que miraban con vergüenza hacia el pasado para hacer un examen de conciencia sobre el papel que la institución a la que pertenecían y sus guardianes habían jugado junto a quienes ostentaban el poder del dinero y de la espada. 

Ese 3 de marzo cinco fueron las vidas segadas por el fascismo, entre las que estaba ese joven de 17 años al que Lluis Llach lloró en su canto, Campanades a morts,  con estos versos:

Disset anys només
i tu tan vell;
gelós de la llum dels seus ulls,
has volgut tancar ses parpelles.
Però no podràs, que tots guardem aquesta llum
i els nostres ulls seran llampecs per als teus vespres.

[Diecisiete años, solo,
y tú tan viejo;
celoso de la luz de sus ojos
has querido cerrar sus párpados
pero no podrás, porque todos guardamos esta luz
y nuestros ojos serán relámpagos para tus noches.]

Salamanca no se vio exenta de conflictividad como en otros lugares del país, teniendo la Universidad como principal foco de las protestas. Uno o dos días después de ese 3 de marzo la iglesia salmantina de San Martín, contigua a la Plaza Mayor, fue escenario de una misa por esas víctimas. Llena, a rebosar, quienes asistimos queríamos dejar constancia de nuestro dolor. El cura oficiante, don Andrés Fuentes, tenía fama de haberse mostrado díscolo contra el régimen en algunas de sus homilías, lo que le llevó a ser reprendido públicamente desde los sectores más retrógrados de la ciudad e incluso ser multado por la autoridad gubernativa. Quizás ésa fuese la razón por la que se eligió su iglesia como lugar de celebración del funeral.

A su término se inició una manifestación silenciosa que cruzó la Plaza Mayor y fue descendiendo por la calle Toro. Pero al poco ese silencio se vio interrumpido por el sonido de las sirenas de los coches policiales. La dispersión subsiguiente estuvo acompañada de gritos como "¡Amnistía, libertad!" o "¡Disolución de los cuerpos represivos!".

Ya a final del mes, en el número 35 de El Correo del el Pueblo, que era el periódico del PTE, apareció un dibujo hecho por un adolescente de 13 años, dedicado a los sucesos de Vitoria. Tanto me llamó la atención, que fue lo que me inspiró de inmediato el dibujo con el que se abre esta entrada.