sábado, 21 de noviembre de 2020

Tres poemas para Ascen y Marcos por su "Paquita"

Ascen y Marcos están muy tristes. Se les ha muerto "Paquita", su perrita. Años atrás "Sura" se quedó reposando en el pinar y "Flora" se adelantó junto a la marisma para recibir a Luis. También hace años Jose, Tere y sus niñas se quedaron sin "Bruno", que tanto gustaba recibirnos con sus saltos y ladridos. No sé qué habrá sido de "Rony", el mismo que se refugió entre mis piernas cuando la "Flora" en celo buscaba darse satisfacción. Amigo de las escapadas aventureras, me contó Josemari que un día dejó de volver.  Ahora le ha tocado a "Paquita". Aguanta, "Neuri", que aún me quedan por darte unas cuantas chucherías.

   

A “Niebla”, mi perro
 
“Niebla”, tú no comprendes: lo cantan tus orejas,
el tabaco inocente, tonto, de tu mirada,
los largos resplandores que por el monte dejas,
al saltar, rayo tierno de brizna despeinada.
 
Mira esos perros turbios, huérfanos, reservados,
que de improviso surgen de las rotas neblinas,
arrastrar en sus tímidos pasos desorientados
todo el terror reciente de su casa en ruinas.
 
A pesar de esos coches fugaces, sin cortejo,
que transportan la muerte en un cajón desnudo;
de ese niño que observa lo mismo que un festejo
la batalla en el aire, que asesinarle pudo;
 
a pesar del mejor compañero perdido,
de mi más que tristísima familia que no entiende
lo que yo más quisiera que hubiera comprendido,
y a pesar del amigo que deserta y nos vende;
 
“Niebla”, mi camarada,
aunque tú no lo sabes, nos queda todavía,
en medio de esta heroica pena bombardeada,
la fe, que es alegría, alegría, alegría.

(Rafael Alberti)
 

Mi perro ha muerto
 
Mi perro ha muerto.
Lo enterré en el jardín
junto a una máquina oxidada.
 
Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
 
Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz fría.
 
Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.
 
Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.
 
Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba en mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestare nunca,
y sin pedirme nada.
 
Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales,
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.
 
Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.
 
No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.
 
Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.

(Pablo Neruda)


Perro convaleciente
 
Estaba a duras penas comprendiendo
y me encontré en la calle como perdido
los gritos y bocinas se colaban
insolentes en mi áspera congoja
 
palpé las cicatrices que dejó tu mirada
ignoraba si era azul o castaño o verdosa
pero la sabía fatalmente buena
de algún modo notaba que aún estaba vivo
que no había sucumbido a una endémica angustia
así que empezaron de nuevo a funcionar
mis articulaciones y mis candores
 
fue sólo entonces que olfateé el mundo
como un perro convaleciente
y sentí que a ese aire concurrían
rostros y móviles y sombras y manos
que aquí y allá empezaban a sonar
rebeldías como vientos armándose
y también que muchísimas piernas se apoyaban
sobre las muertes y los sacrificios
y empezaban a andar y caminábamos
 
y aunque estaba en la calle como perdido
perro convaleciente que lame sus heridas
de pronto supe que tu ausencia y yo
estábamos rodeados por un abrazo prójimo
y sin pensarlo dos veces me fui
con tu ausencia y con ellos
a faenar desconsuelos
a bregar otra vez por el hombre.

(Mario Benedetti)