Combatir los presupuestos generales del estado y la nueva ley de educación. Seguir haciendo de la pandemia un frente de combate contra el gobierno. Apelar a la unidad de España, poner a Bildu y ERC como escusas, hablar de libertad para las familias y de la lengua vehicular o inventarse lo del fin de la educación especial. Defender la bajada de impuestos para quienes más tienen y enflaquecer los servicios públicos. Debilitar la atención primaria de salud, privatizar servicios y fortalecer el negocio del ladrillo en la construcción de hospitales. Negar la violencia de género y reírse de sus víctimas. Olvidarse de las víctimas del franquismo que aún no han sido desenterradas. Decir una cosa y la contraria, según convenga. Olvidarse de lo antes defendían o aludir a errores tipográficos para justificarlo. Anunciar que van a incumplir lo que apruebe el Congreso. Ésa es la derechona española. Neoliberal en lo económico, negadora de realidades nacionales y excluyente en lo cultural. Heredera de una tradición negra que se alimentó de la explotación, la violencia y la intolerancia. Ahora, expresada a través de tres fuerzas políticas. Y lanzada a la ofensiva para acabar contra lo que califican un gobierno socialcomunista, terrorista y separatista. Un lenguaje que nos lleva a 1936 y lo que le siguió durante cuatro décadas. Esa derechona que en sus discursos y proclamas ha hecho desaparecer la masonería como enemigo -lo que el fantasma familiar del dictador- y hasta el judaísmo -necesario en su día cuando Hitler era su principal aliado-, pero que sigue manteniendo lo principal: la lucha contra todo lo que suponga redistribución de la riqueza, recorte de privilegios, ampliación de derechos, pluralidad cultural, solidaridad humana...