Primer caso: el de Ibrahim Abu
Thuraya. Residía en Gaza. Murió el pasado 16 de diciembre como consecuencia de los disparos de un
soldado israelí. No fue la única víctima mortal de ese día, pero lo singular
del caso es que tenía las piernas amputadas y se servía de una silla de ruedas
para moverse. Una discapacidad que se debía a que años atrás en 2008, durante
la operación Plomo Fundido, había sufrido el bombardeo de la aviación israelí,
lo que provocó la pérdida de sus dos piernas y un ojo. Eso no le impidió ser un activista contra la ocupación israelí y en favor de los derechos de su pueblo. Cuando fue alcanzado en
la cabeza por las balas que le ocasionaron la muerte, estaba participando en
una acción de protesta contra la visita del presidente Donald Trump a Israel y
su anuncio de trasladar la embajada de EEUU a Jerusalén. La red electrónica ha
sido limpiada de muchas de las imágenes donde aparece su calvario, bien
fotografías o bien vídeos. Se le puede ver en algunas de ellas, no obstante, enarbolando
la bandera palestina sobre su silla de ruedas y sobre sus propios muñones, siendo trasladado
en camilla agonizante o tras su fallecimiento.
Segundo caso:
Ahed Tamimi. De Cisjordania. Una joven de 16 años. En ocasiones anteriores ya había mostrado su atrevimiento
frente a soldados israelíes durante actos de protesta. Pero el día 16 de diciembre vio cómo su
casa era invadida y saqueada por soldados israelíes. Antes un primo
suyo había sufrido el disparo de una bala de caucho. Su reacción fue la increpar
a los soldados, a la vez que abofetear y patear a uno de ellos. Las imágenes dieron la vuelta al mundo y quizás por ello el estado de Israel ha decidido vengar la afrenta de una joven desarmada que osó lanzar su mano sobre un soldado ferozmente armado. Días después fue detenida, así como su madre, que la acompañaba. Lo mismo que le ocurrió al padre cuando acudió a enterarse de su
situación.
La violencia represiva del estado de Israel que no cesa. Y que resulta implacable. Da lo mismo que sea gente indefensa.