La semana pasada tuve la ocasión de visitar lo que fue el palacete rural del marquesado de Foronda en Cazorla. Atraído por el modesto cartel de la almazara histórica de La Almedina, hasta allí llegamos las catorce personas que componíamos la expedición de excursionistas. Con la intención de comprar aceite, acabamos viendo la almazara antigua y la moderna, pero tuvimos la suerte de adentrarnos en lo que queda del palacete que mandó construir el segundo marqués de la casa, Mariano de Foronda y González Bravo. Digo lo que queda, porque, aun cuando mantiene su estructura principal, ha conocido algunas alteraciones en las alturas y en una de sus torres, además del mobiliario. Obra de Antonio Gómez Davó, conserva en parte el regusto modernista de una época, el primer tercio del siglo XX, tan del gusto de la burguesía española.
La información que nos dieron de palabra me sirvió para hacerme una primera idea del tipo de familia, esto es, que se trataba de un título nobiliar de nueva hornada, característico del proceso de ennoblecimiento que durante la Restauración se llevó a cabo en favor de algunos sectores de la oligarquía de origen burgués. El primer marqués fue Manuel de Foronda y Aguilera, quien, pese a haber nacido en Ávila, tenía sus orígenes familiares en la provincia de Álava. Poco sé de él en cuanto a sus primeras andanzas, pero he averiguado que en el último tercio del siglo XIX fue uno de los fundadores de la empresa Tranvías de Barcelona. También, que destacó más por sus preocupaciones culturales, hasta el punto de ser miembro de la Real Sociedad Geográfica de España, de la Real Academia de la Historia y de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Ambas cosas fueron las que quizás llevaran a Alfonso XIII a nombrarlo marqués en 1916.
Fue el segundo marqués quien alcanzó mayor relevancia económica y política. Eso no le impidió un paso previo por el mundo de la milicia, participando en la Guerra de Filipinas y llegando al grado de teniente coronel. Ya como empresario, presidió la Compañía de Tranvías de Sevilla y la Compañía Sevillana de Electricidad, fue consejero del Hotel Ritz y del Banco Vitalicio, y heredó de su padre la participación en Tranvías de Barcelona, que modernizó y amplió a otras actividades del mundo de la electricidad. En esta ciudad se hizo famoso por su eficacia a la hora de deshacerse de trabajadores molestos, pues no en vano la capital catalana llevaba décadas siendo el centro del movimiento anarquista ibérico, si no mundial.
Como político llegó a ser diputado en las Cortes, precisamente en el cacicato de Cazorla, y ya durante la dictadura de Primo de Rivera, a la que apoyó como el grueso de su clase, fue nombrado presidente de la sociedad formada para la Exposición Universal de Barcelona de 1929.
Amigo personal de Alfonso XIII, que le nombró en 1926 Gentilhombre Grande de España, el palacete de Almedina fue utilizado para las correrías de caza que la sierra de Cazorla ofrecía. Su propia suite, con despacho, capilla y lavabo incluidos, se la cedía al rey durante sus estancias por la comarca. El palacete nuclea una hacienda de olivares desperdigados por varios municipios de la comarca. Y como centro económico, la almazara donde se procesaban las aceitunas y se obtenía el preciado aceite. No faltaban otros productos, como jabones, orujo e incluso hielo.
Pero siguiendo con nuestra línea del tiempo, la llegada de la Segunda República supuso para esta gente un momento difícil. Despojada del poder político y puesto en duda el económico, no dudó en entregarse a aventuras golpistas, como la de agosto de 1932, o apoyar a grupos monárquicos y/o fascistas. Quizás eso explique la presencia en el salón principal del palacete la familia Foronda de una pequeña escultura de José Calvo Sotelo, el mejor representante político de la España negra fascistizada, que alcanzó la categoría de mártir en 1936. Y fue en ese año cuando el grupo social de la aristocracia de la Restauración jugó un papel de primer orden en el golpe militar que llevó a España a cuarenta años de dictadura.