
La última -que yo sepa- de Sostres la soltó hace un par de días: "si no os da vergüenza estar en el paro, si nunca os reprocháis las oportunidades desaprovechadas y lo que habríais podido hacer mejor... no sólo Mónica tiene razón, y no valéis para nada, sino que nunca haréis nada que tenga valor e importancia". La tal Mónica, apellidada de Oriol, es la presidenta del Círculo de Empresarios, que una semana antes propuso bajar el salario mínimo para la gente joven no cualificada, que trató como si fueran inútiles.
La ampulosidad con la que se expresa y la virulencia con la que denigra a quienes se dirige contrasta con un hecho: la pobreza de su currículo personal. Apenas iniciados sus estudios de periodismo, los abandonó para no volver a pisar un aula universitaria. Desde muy temprano fue pionero como participante en los programas basura nocturnos que aparecieron en los noventa por las televisiones. Políticamente es un antiizquierdista y anticomunista furibundo. Nadó primero en las aguas de la derecha nacionalista catalana, pero acabó recalando a las más seguras y mejor remuneradas de un catalanismo españolista no tanto cañí como postmoderno. Pasó, así, de decir que en Cataluña hablar español es cosa de pobres o que los españoles llevan por el mundo la miseria, a proponer que España se convierta en una potencia católica y considerar ignorantes a los independentistas. Todo esto le ha ido dando una fama y un perfil -que él llama profesional- que ha sabido explotar al máximo. Al fin y al cabo su presencia aporta audiencia por partida doble: la del morbo -que tanto gusta- y la ideológica -que ayuda a reafirmar las posiciones políticas. Ésa es su forma de sentirse útil y, sospecho, de tenerse por un grande de la comunicación.
Calificar de tonterías las ocurrencias de Sostres puede serlo sólo en apariencia. El común denominador es el menosprecio que expresa sobre muchas personas y colectivos sociales en forma de clasismo, xenofobia, racismo, misoginia, homofobia... Pura violencia.