sábado, 3 de mayo de 2014

Recordando -en desagravio- la muerte de dos poetas

Me ha llegado estos días información acerca del tratamiento que una editorial escolar hace sobre Antonio Machado y Federico García Lorca. Se trata concretamente de un libro de lengua castellana para el alumnado de primaria publicado por Anaya. Del primero se escribe lo siguiente: "Pasados unos años se fue a Francia con su familia. Allí vivió hasta su muerte". Y del segundo: "Federico murió cerca de su pueblo durante la guerra en España". 

Podrían parecer dos frases poéticas. De esta manera se podría decir que si el mayor de los Machado fue algo viajero, para quien haya escrito ese pasaje del libro pudo haberle parecido que llegar al final de sus días a Francia no habría dejado de ser un episodio más de su vida. Y sobre García Lorca, que, dado que su obra está muy apegada a su tierra andaluza, el que pasara los últimos momentos de su vida cerca de donde nació no dejaría de ser una forma de reforzar ese apego. 


Pero se trata de algo más serio. Desvirtuar la muerte de ambos personajes es un agravio. Intentaré desbaratarlo a lo largo de las líneas siguientes.

El poeta ligero de equipaje


Antonio Machado no se fue a Francia por gusto, sino obligado. El drama del exilio le afectó como a tantos cientos de miles de personas que a lo largo de enero de 1939 fueron huyendo desde Cataluña al país vecino. Quienes le acompañaban de su familia  -no estaba Manuel, que desde el principio de la guerra optó por el otro bando y los panegíricos a Franco- eran una madre muy debilitada, su hermano José y Matea, la esposa de éste. La marea humana estuvo siempre acompañada por la dureza del invierno con su frío, lluvia y viento, y hasta por las incursiones de aviones enemigos. Siguiendo a Ian Gibson (1) el poeta llegó a decir uno de esos días: "Yo  no debía salir de España. Sería mejor que me quedara a morir en una cuneta". 


El día 27 pudo pasar al frontera, no sin antes haber tenido que abandonar su equipaje, donde al parecer se encontraban escritos suyos. Se cumplió así la premonición que bastantes años antes reflejó al final de su poema "Retrato", de Campos de Castilla, cuando escribió:


Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Ya en Francia se instaló con su familia en Collioure, a la espera de su rescate por algún emisario del gobierno republicano. Una espera tan larga como inútil, pues el día 22 de febrero acabó sucumbiendo a un ataque al corazón. Su madre apenas le sobrevivió tres días. Gibson relata en su libro, basándose en testimonios de José, que en su chaqueta apareció un papel arrugado, donde, entre otras anotaciones, reproducía con una ligera variación unos versos dedicados a Guiomar, su última musa-amante:


Y te daré mi canción:
se canta lo que se pierde
con un papagayo verde
que la diga en tu balcón.

Murió el poeta, pues, en el exilio. Quizás soñando con su Guiomar. Pero consciente del destino que trazó a su vida cuando en el verano de 1936 tuvo claro en qué lado tenía que estar. En el Collioure se quedó. Y allí sigue, enterrado en su cementerio. 

El poeta al que no encontraron


En "Fábula y rueda de los tres amigos", del libro Poeta en Nueva York, escribió a principios de los años treinta Federico García Lorca estos versos:


Cuando se hundieron las formas puras

bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron. ¿No me encontraron? No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados.

Fue pura coincidencia, evidentemente, pero la narración que hace en el poema

coincide con lo que fue su muerte. Si Machado tuvo su calvario en los momentos finales de la guerra, García Lorca lo vivió en los primeros días, entre julio y agosto de 1936, cuando se vio obligado a esconderse en casa ajena -como tanta gente- antes de ser detenido -como tanta gente- para que, una vez fusilado -como tanta gente-, desapareciese entre las entrañas de la tierra -como tanta gente. Murió, claro, como todo el mundo, pero rodeado de las peores vergüenzas humanas: odio, desprecio, venganza, muerte, desaparición... (2). Y todo, por rojo -como tanta gente- y maricón. Desde entonces su muerte ha sido un pacto de su silencio entre quienes lo asesinaron y una actitud permanente de desviar la atención entre una parte de la derecha española, con expresiones como propaganda comunista, manipulación, venganza personal, circo... Y ahora, en una editorial escolar, con un murió "cerca de su pueblo". 

En el libro Poemas póstumos, donde aparecen sus últimos poemas, está una breve composición titulada “Canción de la muerte pequeña” donde García Lorca dice:

Me encontré con la muerte.
Prado mortal de tierra.  


Notas

(1) De este autor se pueden consultar dos obras: Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado, Madrid, Editorial Santillana, 2006; y "Antonio Machado", en Cuatro poetas en guerra, Barcelona, Planeta, 2005.
(2) Puede verse mi artículo "Las vicisitudes de Federico García Lorca después de su muerte", publicado en este cuaderno en dos partes los días 11-07-2010 y 12-07-2010.

(Las dos imágenes son adaptaciones  realizadas por Kenmeyerjr  de conocidos retratos fotográficos de los poetas)