martes, 11 de julio de 2023

Tolouse-Lautrec y el Museo de Albi que lleva su nombre


La llegada a Albi hace alrededor de un mes nos deparó, entre tantas otras sorpresas, la entrada libre al Museo dedicado a Henri Toulouse-Lautrec. El museo está ubicado en un lugar privilegiado: el Palacio de la Berbie, que fue desde el siglo XIII el palacio-fortaleza de los obispos. A principios del siglo XX pasó a ser la sede del Museo de Albi y a partir de 1922, dos décadas después de su fallecimiento, pasó a acoger la donación que hicieron su madre -condesa Adèle de Tolouse-Lautrec-, su sobrino Gabriel Tapié Céleyran (ver un retrato suyo, hecho por el artista en 1894, a la derecha de la última imagen) y el galerista Maurice Joyant. El número de obras superó las mil, entre dibujos, pinturas y carteles. 


Toulouse-Lautrec (1861-1901) nació en Albi en el seno de una familia aristocrática. El carácter endogámico del matrimonio de sus padres le marcó de por vida, ya que afectó a su salud, que, además, se vio agravada por dos accidentes. Y fue precisamente esta circunstancia la que le abrió el camino del arte, como una forma de salir de sus frustraciones. Nacido en el contexto del impresionismo, cuando -ya muy joven- se instaló propiamente en el mundo del arte, formando parte de su segunda generación, la del postimpresionismo, que fue evolucionando hacia otras formas de representación, origen, a su vez, de algunos de los "ismos" de los primeros años del siglo XX. 


Y en su caso, sin perder el aprecio por el color, hizo del dibujo, principalmente desde el pastel, la base de sus obras: bien como meros apuntes o bien desde donde aplicar los colores, que en la mayor parte de las veces aparecen como trazos vigorosos. A ello añadió otras preferencias, como, por ejemplo, su interés por los interiores y la luminosidad artificial que se desprende de ellos. 


Y no le faltó otro rasgo, que no es otro que el objeto de sus representaciones: las personas, por encima de todo. Lo fueran de su entorno próximo de la familia o las amistades, como puede verse en el cuadro "La madre del pintor desayunando" (1881/1883), "La señorita Marie Dihau al piano" (1890) o "El señor Desire Dihau leyendo el periódico en el jardín" (1891)... 


O lo fueran, ante todo, gentes del mundo de los cabarets y/o los prostíbulos. Y aquí las figuras femeninas cobran fuerza y número, a la que les da un protagonismo que, alejado del erotismo y el morbo, les confiere, al menos, la humanidad que pierden cuando son víctimas de la doble explotación económica y de género. 


Es lo que transmite, por ejemplo, en "Estudio de desnudo. Mujer sentada sobre un diván" (1882) o "En el salón de la calle de los Molinos" (1894). Si en la primera obra se percibe la soledad de una joven en un momento de espera, en la segunda vemos a otras dos, de espaldas y situadas en fila, guardando su turno durante una inspección médica   


Todo ello sin olvidarnos de otra faceta creativa de Toulouse-Lautrec en la que fue un pionero: la confección de carteles y portadas de programas, que no fue otra cosa que dotar al mundo de la publicidad de una dimensión artística que hasta entonces era desconocida