Yacían,
tendidos, sobre la arena de la playa,
escoltados entre rocas y las huellas de algún perro.
escoltados entre rocas y las huellas de algún perro.
No
pertenecieron a un barco,
acostumbrado
a forcejear con el poderoso mar.
Eran
los de una humilde boya que instalaron en la cercanía.
Aún
permanecen atados al metal incrustado en el hormigón
y
en su extremo se adivina su pelaje,
que
nos recuerda la cola de un habitante de las profundidades.
Quién
sabe si los arrancaron del cordaje que se alejaba mar adentro,
si
los abandonaron en el silencio de una noche
y
si los olvidaron, para siempre, en el paso de los días.
Parecen
zaheridos por la inclemente sal marina.
Se
han convertido en los restos de un cadáver marino.