Esplendoroso,
con ese sol que, cuando está a punto de fenecer,
se recrea formando un lienzo iluminado
de tonalidades rojizas, anaranjadas y amarillentas,
matizadas por unos tenues estratos blanquecinos.
Es lo que he contemplado,
como en tantas ocasiones del mismo día,
desde esa atalaya privilegiada
que es el balcón de la casa que me vio crecer.
Lástima que no haya podido presenciarlo,
como cada año,
esa hermana nuestra tan querida
que nos dejó cuando se asomaba la primavera.