Ya consagrada, decidió seguir desde el primer momento el camino de la Revolución. Para ello prestó su talento para hacer de Cuba un foco de la danza mundial. Supo entender, pues, el momento que estaba viviendo Cuba desde finales de los años cincuenta, consciente que no es lo mismo ser una diva entre una minoría que serlo entre un pueblo entero: "En aquella sociedad de los años 50 gran parte del arte era patrimonio de una sola y reducida clase, luego de nuestra Revolución la situación es distinta. A todos se nos plantearon tareas nuevas. Ya no era solamente arraigar el arte entre las masas trabajadoras, era crear y desarrollar los artistas en ellas".
Y todo ello como expresión de una generosidad recíproca: igual que se le ha agradecido todo lo que ha aportado en la creación de la escuela cubana de danza, ella misma ha sabido reconocer que su obra no habría sido posible sin la revolución. Es lo que explica que en cierta ocasión dijera estas palabras: "Imagine usted lo que esto representa; una islita pequeña, que heredó el subdesarrollo, con una Escuela reconocida en el mundo entero. Y luego, el hecho de que no es una escuela para una élite, es de todo un pueblo, con profesores y bailarines salidos del seno de ese pueblo y un público amplísimo y diverso. ¡Oiga, eso es algo fabuloso, que no existe en ninguna otra parte, lo puedo asegurar! Ahora bien, la verdad hay que decirla: la Escuela es obra de la Revolución".
Con Alicia Alonso no muere la danza en Cuba, porque durante su larga carrera ha sido capaz de sembrar varias generaciones de artistas que recorren los rincones de su país y numerosas ciudades del mundo. Sembrar arte, sí, pero hacerlo para que no sea patrimonio de una minoría.
(La fotografía de Alicia Alonso es obra de Annemarie Heinrich, publicada, junto con las citas, en el diario Granma del 17-10-2019)