Carola Rackete, capitana del barco humanitario Sea Watch 3, es una mujer valiente. Activista de los derechos humanos, ha protagonizado en las últimas semanas un episodio que ha vuelto a sacar a la luz la naturaleza, y sus propias contradicciones, del sistema en el que vivimos. No digo las vergüenzas, porque quienes lo gestionan y lo defienden no las tienen.
Rackete
ha sido acusada del delito de tráfico de inmigrantes. Sí, ella, que, como
tantas otras personas, lo que hace es salvar vidas. Ahora está pendiente de una
nueva citación judicial para volver a declarar. Y espera, mientras tanto,
escondida, para evitar males mayores.
Se
ha convertido en un símbolo de una lucha ardua, pero muy digna. Pese a su
origen alemán, no ha dudado en actuar en un país, Italia, que se encuentra
gobernado por protofascistas (¿o fascistas?). Matteo Salvini, el ministro del
Interior, es el ariete principal de una cruzada cargada de racismo y clasismo. Uno
de tantos gestores del sistema en su versión más cruda. Con una cruzada que
está llevando a que centenares de personas acaben ahogadas en las aguas del
Mediterráneo. Y un sistema que allende sus fronteras genera miseria y guerras,
para luego impedir que quienes las
sufren, tengan que buscar cualquier salida, por muy desesperada que sea.
Hace
unas semanas Rackete, después de 16 días en el mar, tomó la decisión de
desembarcar en el puerto de Lampedusa, llevando a bordo de su barco más de
cuarenta inmigrantes procedentes de Libia. Por eso fue detenida, aunque finalmente
fuera puesta en libertad mediante una orden judicial que ponía en entredicho la
política llevada a cabo por el gobierno italiano.
La
valentía Rackete no tiene precio.