Estamos ante uno de los precursores de una visión de la pintura, la pictórica, que surgió en oposición a la lineal. Si en esta última es el dibujo el que se erige en la base de la delimitación de las formas, a las que dota de plasticidad, en lo pictórico existe una mayor flexibilidad en el uso de las pinceladas, que se hacen más anchas, y da más juego al color y la luz, liberando de esa forma el mundo de las sensaciones.
Durante el siglo XVI fue en Venecia donde surgió esa forma novedosa de concebir la pintura, con Tiziano como principal protagonista. Fue el origen de una senda que se fue extendiendo en su tiempo y ha ido perdurando en los siglos siguientes con un arraigo especial en nuestro país. No podemos entender buena parte de las obras de El Greco, Velázquez o Goya si no apreciamos lo que la escuela veneciana, por distintos caminos, influyó.
Fue mi amigo Perico, correoso a lo largo y ancho de la visita al museo, el que me retuvo en su cámara digital mientras contemplaba la Dánae desnuda que está recibiendo de Zeus la lluvia dorada que colma su embelesamiento.