domingo, 22 de mayo de 2016

Venezuela, un pieza codiciada en el tablero latinoamericano

La situación en Venezuela se está volviendo cada vez más dramática. Las protestas callejeras van a más, como a más está aumentando la violencia de la oposición; la injerencia de otros países, con EEUU a la cabeza, no cesa; la manipulación de la mayor parte de los medios de comunicación internacionales es continua; la economía sigue deteriorándose; los rumores de golpe militar no faltan... Hace unos días el presidente Nicolás Maduro declaró el estado de excepción, queriendo así atajar el problema. 

Mientras tanto, se suceden los posicionamientos en otros países. Hace unos meses Felipe González se destapó con la calificación de dictadura al gobierno venezolano, considerándolo peor que la de Pinochet en Chile o la de Franco en sus últimos años. José Mujica, expresidente uruguayo, ha sorprendido estos días con su frase "está como una cabra", refiriéndose a Maduro. Por otra parte, José Luis Rodríguez Zapatero está visitando el país con el fin de intermediar en el conflicto, para lo que se está reuniendo con dirigentes de ambas bloques. En España los partidos y medios de la derecha quieren hacer de Venezuela un tema de campaña, mientras Pablo Iglesias echa balones fuera. 

Lo que está ocurriendo en el país caribeño me recuerda en parte lo ya sucedido en Chile durante el periodo anterior al golpe de estado. El boicot generalizado a la economía nacional y la creciente movilización política que está propiciando la derecha, junto con la complicidad del gobierno de EEUU y algunos de sus países aliados, no son sino expresión de una insurrección abierta contra el presidente y el gobierno bolivariano. 


Si ya fue difícil la situación económica en Chile, como consecuencia de la confluencia de la bajada de las inversiones extranjeras, la caída de los precios de algunos productos primarios (en especial, el cobre) y el boicot del empresariado y buena parte de las clases medias, la situación actual en Venezuela tiene grandes paralelismos. Calificada de bancarrota, guarda, en primer lugar, una relación directa con el fuerte descenso de los precios internacionales del petróleo, la base de su economía,  lo que está impidiendo poder llevar a cabo el mantenimiento del programa de gobierno bolivariano. Pero sin olvidar las prácticas de importantes sectores de la población, que mediante el acaparamiento y paros económicos están provocando el desabastecimiento de productos básicos. Esto provoca malestar, pero a la vez permite el enriquecimiento de de quienes especulan en el mercado negro. 


Coincide también el hecho de la dualidad existente en el control de los poderes políticos. En ambos casos las cámaras legislativas se encuentran en manos de la derecha, no siendo así en la jefatura del estado y el gobierno, que son la expresión política del movimiento popular revolucionario, esto es, la Unidad Popular en Chile y el movimiento bolivariano en Venezuela. Con la ventaja a favor de Maduro de haber obtenido su mandato mediante el sufragio directo en las elecciones presidenciales de 2013, lo que le otorga, si se quiere, una mayor legitimidad. 

Hay diferencias que operan en favor del movimiento bolivariano. Una de ellas es el papel del ejército. Mientras en Chile estaba en manos principalmente de los sectores conservadores, muchos de ellos abiertamente golpistas y numerosos por lo que se vio después, en Venezuela el peligro, por ahora, resulta menor. Para poder explicarlo hay que tener en cuenta dos factores: el  mayor grado de extracción popular en su oficialidad y el control en las altas jerarquías llevado a cabo durante el mandato de Hugo Chávez, sobre lo que no resultan ajenas las medidas tomadas después del fracasado golpe de 2002. El golpismo militar, pues, siendo un peligro real, está siendo neutralizado en Venezuela por la actuación en el seno de la institución militar de los sectores contrarios a la insurrección reaccionaria.


No debemos olvidar tampoco la permanente movilización popular bolivariana, mayor que la habida durante los años del gobierno de la Unidad Popular chilena. De hecho está suponiendo un gran contrapeso a la también permanente movilización que están protagonizando los sectores políticos derechistas. Las guarimbas opositoras han ocasionado numerosas víctimas, en su mayoría de gente partidaria del gobierno y de las fuerzas de seguridad, pese a las noticias falsas o manipuladas que siguen ofreciendo muchos medios de comunicación (puede leerse en este cuaderno, por ejemplo, "El periodista Mark Weisbrot y Venezuela").


Creo que sin la movilización de quienes defienden el proceso revolucionario las cosas hubieran sido muy distintas, pues hubiera dejado en manos de la reacción el control de las calles y la posibilidad de asaltar los principales centros institucionales. Demuestra, así mismo, que la revolución sigue muy viva y que derrotarla no va a ser una tarea fácil. El conflicto está agudizándose cada vez más, pero por ahora, después del tiempo transcurrido, resulta incierto en su desenlace. 

De lo que no cabe duda es que Venezuela es una de las piezas más codiciadas y cruciales del tablero latinoamericano. Durante un periodo de más de una década se fueron instalando gobiernos progresistas que han expresado, cuando no lo siguen haciendo, la voluntad de cambio de amplios sectores de la población, hartos en muchos casos del abandono secular y de las políticas neoliberales aplicadas desde los años ochenta. Un hartazgo que se tradujo en el repudio de sus gobernantes, la multiplicación de las movilizaciones populares, la asunción por diversas organizaciones de sus reivindicaciones y los sonados éxitos electorales. Su concreción tuvo distintos grados, pero coincidieron en la voluntad de contribuir a mejorar las condiciones de vida de los sectores más desfavorecidos y en conquistar la soberanía nacional plena.


Paralelamente EEUU fue perdiendo su hegemonía en el continente, en parte por su mayor atención de otras regiones del planeta, pero sin olvidar lo antes dicho. Ahora parece que tienen interés en recuperarla, incluyendo los intereses económicos que siempre le son necesarios. Y no creo que la recesión internacional que se está viviendo en el comercio de los bienes primarios, donde estos países tienen importantes reservas importantes, sea producto del azar. 

Los actuales cambios políticos en el continente se están reflejando en una clara involución política, expresada de formas diferentes. Además del caso venezolano, es lo que está ocurriendo en Argentina con la derrota presidencial de kirchnerismo, en Brasil con la defenestración de Dilma Roussef, en Bolivia con la derrota de Evo Morales en el plebiscito para la reforma constitucional, en Ecuador con las dificultades del gobierno de Rafael Correa o en Uruguay con la mayor moderación de Óscar Tabárez.  


Al margen de Cuba, Venezuela es el país donde los cambios han llegado más lejos, con un claro carácter revolucionario antiimperialista y en la senda de un socialismo de nuevo tipo. Su ejemplo, pues, tiene todos los atributos para ser apagado como sea. La muerte de Chávez fue un gran contratiempo, teniendo en cuenta el liderazgo que ejercía en el proceso revolucionario en general y, más particularmente, entre los sectores populares, el propio ejército e incluso entre las diferentes tendencias del PSUV, el partido principal del bolivarianismo. 


La ofensiva contra Maduro lo ha sido desde el primer momento de su acceso a la presidencia, que, además, ha coincidido con la agudización de la crisis económica. Se está hablando mucho de su liderazgo, criticándose sus formas y las medidas que está tomando. Lo que resulta evidente es que el acoso que está sufriendo no lo es sólo contra su persona, sino contra lo que representa, que no deja de ser una experiencia colectiva rica que ahora se quiere ahogar. 


Defender al presidente de Venezuela y su gobierno es un acto de solidaridad con lo que representan. Centrarse en sus errores, que se pueden reconocer, es una forma de ningunear una experiencia histórica que no se puede perder, cuando no el hacer el juego a la reacción y al imperialismo de EEUU.