viernes, 20 de noviembre de 2015

Otoño de 1975

En noviembre de 1998 escribí para Debate Ciudadano (publicado en el número 31, dentro de la columna "Torre del Tajo") un artículo dedicado a la muerte del dictador Francisco Franco. Si entonces habían pasado 23 años, ahora, cuando estamos ya a 40, creo que sigue teniendo vigencia. Recordar a ese personaje, quintaesencia del fascismo español, es una forma de no olvidar lo que representó. Y tampoco lo que por entonces se estaba cociendo: una transición que permitió que pervivieran los grupos sociales dominantes, que dejó indemnes a los principales aparatos del estado y a buena parte del personal que los componía.    


"El otoño de 1975 está presente en la mente de muchas personas por la enfermedad y muerte del viejo dictador. La intensa actividad clandestina entre los sectores de la oposición, presurosa por encontrar fórmulas que hicieran posible el paso a un régimen democrático, contrastaba con la atención pasiva que mostraba la "mayoría silenciosa" (término muy utilizado por entonces desde los círculos del poder para demostrar la desconexión de una buena parte de la población con las intenciones de la oposición), espectadora (como hoy) de una televisión vestida de fútbol y concursos. Si ya por entonces se sabía de la desorientación existente entre las altas esferas del régimen, consecuencia de las profundas discrepancias  que existían sobre el qué hacer después de muerto Franco, con el tiempo se ha ido sabiendo más de lo que realmente ocurrió. Fueron meses de maquinaciones por querer mantener el franquismo sin Franco, como pretendían los inmovilistas del búnker (Girón, Piñar, Iniesta Cano, Utrera, Rodríguez de Valcárcel, etc.), o por buscar el tránsito hacía un régimen de rostro menos vergonzante, como pretendían los reformistas (Fernández Miranda, Fraga, Pío Cabanillas, Areilza, etc.). En medio había toda una compleja operación, orquestada desde los centros de poder del mundo occidental (departamento de estado de EE.UU., internacional socialista, comunidad europea, etc.) que buscaba ("es preciso cambiar las cosas para que todo siga igual", en palabras de Lampedusa) un encuentro entre los sectores reformistas del franquismo y los más moderados de la oposición. En esos momentos no se sabía cómo se iba concretar el proceso, como de hecho se fue viendo en los meses siguientes por el cariz que fue tomando la situación ante la creciente movilización política y social, de un lado, y la respuesta represiva que los sucesivos gobiernos aplicaron, de otro. Si las demandas de amnistía, de mejoras salariales o de un gobierno provisional democrático fueron una buena muestra de los anhelos de la oposición, las numerosas muertes, detenciones, multas, encarcelamientos, apaleamientos, etc. sufridas por pacíficos manifestantes, huelguistas o militantes de partidos de izquierda (casi siempre comunistas) demostraron los límites de los gobernantes. Hubo figuras clave, como la de Torcuato Fernández Miranda, estratega de la metamorfosis legal. O la del rey sucesor de Franco, más símbolo que autor, pese a los reiterados intentos por sacralizarlo. O  el propio Adolfo Suárez, que hubo de esperar unos meses todavía, cuando el gobierno Arias-Fraga-Areilza formado tras la muerte de Franco demostró su incapacidad (o imposibilidad). Hoy parece claro que el nuevo PSOE surgido  del congreso de Suresnes en 1974 fue otra pieza clave en una estrategia política que contemplaba reformar el viejo régimen aun cuando no todos los sectores políticos fueran reconocidos, en especial los comunistas en sus distintas vertientes. No nos deben resultar extrañas así las palabras recientes de Felipe González acerca de la detención de Pinochet, que hubiera preferido a un Franco senador en 1963 que no en el poder hasta 1975. La madrugada del 20 de noviembre fue el comienzo para muchas gentes de su desfile necrófilo ante el cadáver de Franco o de la alegría bañada en fiesta y burbujas. Fue también el comienzo de esa "operación Lucero" que buscaba controlar desde las fuerzas oscuras del poder a las gentes descarriadas que osaban pedir el fin de tanta farsa y democracia. Pero, sobre todo, esa madrugada fue la que dio comienzo a la verdadera transición. La que acabó con la fachada del franquismo, pero mantuvo sus sótanos, buena parte de su funcionariado y sus dueños. No en vano, fueron los mejores vendedores de encantos, Suárez y González, quienes en 1977 triunfaron en las elecciones".