lunes, 2 de junio de 2014

La abdicación: ¿por qué?

El rey Juan Carlos I ha abdicado. Teniendo en cuenta que a principios de año dijo que no lo iba hacer, lo que corresponde ahora es saber por qué ha cambiado de idea. Llama la atención que haya sido a los pocos días de las elecciones europeas, en las que PSOE y PP, los dos pilares parlamentarios principales sobre los que se sustenta la monarquía y el sistema político levantado durante la Transición, no han llegado al 50% de los votos depositados y sobre el total del electorado se han quedado en torno al 20%. El PSOE, por su parte, está conociendo una crisis muy grave. No olvidemos que quizás haya sido el partido más decisivo a la hora de mantener la monarquía. De esas filas salió la fórmula del juancarlismo, que ha pretendido ser una forma de accidentalismo monárquico. El felipismo tuvo en ello uno de sus fundamentos. Y Rubalcaba es el hombre que mejor representaba esa continuidad. Otro de los pilares del sistema, la Cataluña autonómica de CiU y el PSC, está derrumbándose, desde el momento en que el soberanismo se ha hecho mayoritario entre los grupos políticos y la sociedad catalana. En el País Vasco las cosas también han cambiado. El cambio estratégico en la izquierda abertzale y el fin de la lucha armada de ETA ha alterado el escenario político. El mapa político vasco está transformándose poco a poco y con ello la agenda política. Hace unos el Parlamento Vasco ha hecho una proclamación por la soberanía.

Por otro lado, no debemos olvidar que la popularidad de la monarquía, según los datos del CIS, ha ido bajando progresivamente con el tiempo hasta situarse en la actualidad con los 3,7 puntos sobre 10. A ello no son ajenos dos escándalos que saltaron a la opinión pública hace un par de años: los casos de corrupción en los que están relacionados su yerno Iñaki Urdangarín y su hija Elena de Borbón, y el asunto de la caza de elefantes en Botswana y la compañía de la tal Corina. Junto a ello, la imagen que viene dando desde que está siendo operado una vez tras otra no le favorece, en la medida que aparece como un monarca limitado física y hasta mentalmente. 

Juan Carlos I contó con la ayuda de varios aparatos poderosos: EEUU, el ejército, las finanzas, los partidos del sistema y los medios de comunicación. La imagen de timonel de la Transición y del salvador en el golpe de estado del 23 de febrero de 1981 ha sido escrupulosamente cuidada, cuando no distorsionada, durante décadas, hasta el punto que por ello se le han perdonado numerosos y variados asuntos turbios, desde los líos de faldas hasta los financieros. No sabemos de su fortuna, pero sí de los tejemanejes y demás eventos que se ha traído con personas muy allegadas que, en algunos casos, han tenido que traspasar el otro lado de las rejas (los Prado y Colón de Carvajal, De la rosa, Conde, Díaz Ferrán...) y, cómo no, con sus amigos los emires del Golfo. Pese a ello, con el paso del tiempo se ha ido relajando la protección de su imagen. El libro reciente de Pilar Urbano sobre Adolfo Suárez es un buen ejemplo de cómo su figura se está desacralizando incluso entre quienes participaron en la construcción de la campana de cristal que la protegía.

Con la abdicación puede que se esté buscando un recambio en la figura de su hijo Felipe como una forma de dotar a la institución monárquica de una imagen más moderna y rejuvenecida. Una forma de poner freno a una sangría. Peor el futuro nuevo rey -¿lo será?- tiene, de partida, dos obstáculos: no dispone de la legitimidad de la que fue conferido su padre y cuenta con una opinión pública que ve cada vez más la institución que encarna como un anacronismo.

¿Supone todo esto el principio del fin del sistema político levantado durante la Transición y basado en la Constitución de 1978?  Mucha gente, por el momento, está en la calle mostrando su anhelo por la Tercera República. Está por ver.