Septiembre está ligado para mucha gente al drama que se inició en Chile en 1973. Un drama que viví personalmente, aun cuando desde la lejanía, siendo muy joven. Las noticias que escuchábamos en la propia televisión en los días previos al golpe resultaban más que preocupantes hasta que el mismo 11 de septiembre se constató que el sueño real iniciado tres años antes fue interrumpido por la coalición de imperialismo, militares golpistas, gran burguesía, sectores de las clases medias y reacción política. Lo que ese día acabó ya no volvió. La represión, el exilio y el miedo fueron la normalidad contra quienes apoyaron el sueño de la Unidad Popular. La explotación fue el pan de cada día para la mayor parte de la población, expuesta gratuitamente a los experimentos ultraliberales de los chicago boys. Durante década y media en Chile se fue produciendo una mutación mental de gran envergadura en buena parte de la sociedad y de buena parte de la militancia política revolucionaria. Su resultado a finales de los ochenta y principios de los noventa fue la conformación de un bloque político de nuevo tipo. Lo que acabó llamándose la Concertación fue una síntesis de la Democracia Cristiana y numerosos sectores políticos, nucleados en torno al nuevo Partido Socialista, que otrora habían sido partidarios de la Unidad Popular. Una Concertación que llegó pronto al gobierno, tomando el relevo de los militares y aceptando la herencia del experimento social y económico de la dictadura a cambio de la pluralidad de partidos y la libre expresión de ideas. No faltaron las tensiones. Los dinosaurios del pasado y sus acólitos se hicieron fuertes y quienes les sucedieron fueron, sobre todo en los primeros años, respetuosos con el pasado de los años negros. No faltaron, sin embargo, quienes no se conformaron con que la impunidad fuera el manto que lo cubriera todo. Su insistencia les ha llevado a sentar en el banquillo a algún general represor, descubrir asesinos y torturadores, conocer mejor lo ocurrido y sacudir más de una conciencia.
Hace unos días estuve viendo el documental Chile. Los héroes están fatigados, de Marco Enríquez-Ominami Gumucio, que, aunque hecho en 2002, no ha perdido su validez. Hijo de Miguel Enríquez, que fue dirigente del MIR y cayó abatido por las balas de la dictadura en 1974, la biografía de Marco, ramificada hacia sus familiares directos, es todo un reflejo del Chile del último medio siglo. Y el contenido del documental, también. Por la pantalla van apareciendo viejos personajes que durante los años de la Unidad Popular participaron activamente y, en algunos casos, ocuparon puestos políticos relevantes. Como Óscar Guillermo Garretón, Enrique Correa, José Joaquín Brunner, Carlos Ominami, Ricardo Lagos, José Miguel Insulza..., viejos militantes del Partido Socialista, el Movimiento de Acción Popular Unido o el Movimiento de Izquierda Revolucionaria que en los ochenta pasaron a engrosar las filas del nuevo Partido Socialista -aunque algunos lo abandonaran después- para transmutarse durante los noventa en ministros de la Concertación, ejecutivos de multinacionales, altos cargos de entes supranacionales...
Reconozco que me impactó lo que vi y oí. Me vinieron por ello a la memoria las palabras que Salvador Allende pronunció en uno de sus discursos y que escuché años ha en un disco de vinilo dentro de la colección "Nuestra palabra". En su visita a México en diciembre de 1972 dijo cosas memorables. Una de ellas se refería a los que, siendo Allende joven, eran más radicales y les gustaba zaherirlo, pero acabaron siendo gente socialmente bien posicionada y políticamente de orden. Como los Garretón y compañía. Una muestra más de lo que ocurre con el paso del tiempo, como en otro momento escribí. Salvador Allende, desde luego, cuando se aproxima el aniversario de su muerte, supo mantenerse donde su ejemplar consecuencia lo llevó hasta el martirio.