domingo, 29 de agosto de 2021

Entre la ropa tendida (13 poemas)


Alta metafísica del trapo
 
he visto entonces el signo
de toda la ropa tendida
su coyuntura modificada
una manga al borde oh pablo gargallo
como un marat sin espacio
inflado por el aire
un suéter opina que hacia allí
hacia nada la nada del suéter
camisas muestran su detrás y su debajo
honestamente advierten todo su poliéster
la vida es una sencillez de pinzas
un simple juego de poleas
por el que la funda destrozada
de un colchón se desliza/
la imposible cabeza bocabajo de una americana
no se relaciona
autonomía de unas bragas confirman
el pobre estado de su infeliz autoestima
hace un momento suicidio de pinzas
y calcetín izquierdo/
la muerte puede ser como la vecina
del primero que acumula calcetines
y el más allá cuando esos calcetines
se los ponen sus hijos
entonces la vida surge de una lavadora
motor primero y la arruga es la orogenia
y el móvil de la vida
la plancha es dios cuyo libro sagrado
es el de instrucciones
la iglesia es el detergente quitamanchas
y la mancha la llevamos todos —defecto de fábrica—
porque hay que vender detergentes
el paso del tiempo está programado
hasta la feliz y centrifugante catarsis
y por fin cualquier desdichado anorak
cualquier sábana desafortunada
se desprende de aquel hilo
se desentiende de aquellas frágiles poleas
y es claro que aquella vieja última
y también primera porque vive en el primero
espera en el ojo del patio que todo lo ve
para abrirnos las puertas de su casa infinita
 
(María Eloy-García).
 
 
Bajó una mariposa a un lugar oscuro
 
Bajó una mariposa a un lugar oscuro; al parecer, de hermosos colores; no se distinguía bien. La niña más chica creyó que era una muñeca rarísima y la pidió; los otros niños dijeron: -Bajo las alas hay un hombre.
 
Yo dije: -Sí, su cuerpo parece un hombrecito.
 
Pero ellos aclararon que era un hombre de tamaño natural. Me arrodillé y vi. Era verdad lo que decían los niños. ¿Cómo cabía un hombre de tamaño normal bajo las alitas?
 
Llamamos a un vecino. Trajo una pinza. Sacó las alas. Y un hombre alto se irguió y se marchó. Y esto que parece casi increíble, luego fue pintado prodigiosamente en una caja.
 
(Marosa di Giorgio).

 
Casi intacto el amor
 
Llegado septiembre tendrá fecha nuestro contrato,
debo un par de letras al banco de la fidelidad
y tú, que el deseo te ha prestado hipoteca,
no pareces darte cuenta que el amor se hunde
como las pinzas de la ropa caen
aullando por mi patio interior.
 
Dejamos hace tiempo de intentarlo,
cuando la costumbre como el polvo
se había posado sobre nuestro mobiliario,
cuando la desidia se acumulaba
por el suelo como vacías botellas,
y para colmo se anegó el apartamento
por las mismas goteras siempre.
 
No soporto que te rindas
sin condiciones, que te cruces
de brazos como si ya el agua hubiera
llegado al cuello de la última ruptura.
No me dejas alternativa,
morir en los caninos del incierto destino,
probablemente soledad afilada,
o disparar con el fusil de mi abuelo
nuestra cómoda vida diaria;
morir al grill de un amor casi intacto,
o matar por dichas más imaginadas que ciertas.
 
Te has empeñado ciegamente
en arrastrarme atada a tus noventa
caballos, hirviendo mis manos y mi espalda,
por ti, desabrido amor.
Doy por seguro que despertaré a balazos
y todos estos años como sesos
esparcidos por la pared.
 
(Balbina Prior).

 
El patio de vecinos oculta un misterio…
 
el patio de vecinos oculta un misterio
tengo miedo a la colada
y mis argumentos son inconsistentes
 
un babero se despeña en el abismo vecinal
y no quedan pinzas para nuestras sábanas de boda
 
mira cómo vence en el instante
el resplandor de la televisión encendida
 
a veces suben ruidos remotos de lo que nunca llegará
 
escucha los relojes
son arena
 
(Blanca Morel).


 
La vecina
 
No me había fijado que los ojos de mi vecina
eran de un marrón, casi negro, que cautivan.
Y muy muy chiquitos.
Me da un poco de miedo pensar que he mirado
tantas veces a esos ojos y no fui capaz de ver nada.
 
De repente, un día existen.
No vienen solos, los lleva puestos mi vecina.
Como ella hay muchos más.
 
¡Qué gran error verlos como extraños!
Ellos tienen nombres, mascotas e hijos
(algunos viven con ellos, otros solos),
a parte de sábanas tendidas y pinzas de madera.
 
Seguramente tampoco se habían fijado antes
en el color de mis ojos, pero estoy seguro
que no volveremos a ser capaces de evitarnos la mirada.
 
Nuestros vecinos son ahora nuestros aliados.
Todos son de sus madres y de sus tierras,
pero han acabado en el mismo lugar
y juntos llenamos la calle desde los balcones.
 
(Albert F Ghira).

las cosas que nadie rompe, pero se rompieron
 
la vida a través de los cristales tintados
del tren de cercanías
parece en calma, más lenta, más limpia
menos dolorosa
porque lo limpio no duele
 
chicas de piernas morenas
hombres cansados, niños en bici
recordándote algo que tuviste
las cosas rotas
las cosas rotas, repites
y piensas en neruda
aunque nunca te gustó neruda
 
palmeras sin podar, eucaliptos
echando a perder la tierra
buganvillas salvajes, jardines con enanos
jardines con elefantes
la locura
 
la locura en los jardines, las aceras, los andenes
la locura serenamente
asentada en nuestras vidas, piensas
 
y te miras las manos
y te han salido manchas
 
cuando levantas la vista
las palmeras siguen sin podar
un perro bosteza
la locura, repites
 
un hombre, un faro
más elefantes
el mar tan quieto, tan vacío
niños saltando sobre el charco de aguas fecales
que baja desde los hoteles a la playa
 
y todavía quedan antenas
y pinzas de colores en los tendederos
donde ya no queda nadie
 
alguien pintó de azul el edificio gris
alguien puso una bandera
alguien olvidó regar la madreselva
 
si se fuese la luz con el tren dentro del túnel
todos gritarían
 
(Isabel Bono).
 

Las marcas del cantero
 
De los templos antiguos tan solo me interesan
las marcas de cantero,
de las pandemias graves con nombre propio solo
las colillas pisadas frente a los hospitales.
Mis neblinosos años de estudiante
los pasé descifrando el braille infecto
de los chicles pegados debajo del pupitre.
Para cenar elijo restaurantes
donde el menú contenga faltas de ortografía.
Del amor me fascinan
los llaveros que nadie se decide a tirar
y de los coches viejos, claro, el número
triunfante del odómetro.
De las cafeterías
las puertas abolladas de los frigos,
de los rodajes multimillonarios
las pinzas de la ropa que sujetan
los cables de los técnicos de luz.
De mis propios poemas me interesa la sombra
que a veces aparece debajo de los versos
si llevo muchas horas.
Me gusta la informática;
las carpetas ocultas en un lápiz
de memoria perdido debajo del sofá.
De los amigos fieles, las manías,
de la familia muerta, las certezas,
de las playas los cubos de basura
rebosantes con latas
puestas en equilibrio por encima.
Me interesan muy poco el porvenir
y el miedo. No me gustan
los cubiertos de plástico
ni las guerras de drones.
Si tengo que escoger,
querré siempre en mi equipo al traductor
ineficaz de todos los carteles
de los ferris del mundo. Me interesan
de nuestras vidas breves solamente
los signos lapidarios,
los recuerdos difusos de las noches
que no sabemos bien si sucedieron.
 
(Ben Clarck).


Las pinzas de madera
 
Cuánto mejor es
echar leña al fuego
que lamentarse sobre la vida.
Cuánto mejor es
tirar la basura
en el estiércol o prender la sábana
limpia en la cuerda
con unas viejas pinzas de madera.
 
(Jane Kenyon).


 
Mis huesos están sueltos…
 
Mis huesos están sueltos como pinzas de ropa,
tan abandonados como muñecas en una tienda de juguetes,
y mi corazón, el viejo motor del hambre, con sus pecados
revolucionándose, como un motor que no quisiera parar
 
(Anne Sexton).

 
Mis palabras se posan como pinzas sobre tu ropa…
 
mis palabras se posan como pinzas sobre tu ropa y no puedo evitar que las mariposas vuelen ellas van felices revoloteando adornándose con los colores tu piel sensual pero caen con las alas rotas por el frio congelado de la indiferencia
dos almas se quedan sufriendo arrinconadas a las sombras al olvido de ojos opacos que se acostumbraron a las nieblas que se consumieron en la luz negra que mata por dentro y destruye la esperanza pero al sentir el calor de tu cuerpo que me arropa el pasado queda atrás dejando que mis palabras crucen el puente resbaloso de la felicidad enlagunan los deseos en un ardiente carisma en un te amo que se ve desde la copa de los árboles que se despliega desde un cielo azul
hasta las estrellas que señalan un nuevo camino para que juntos abrazados suspiremos al brillo de un amanecer.
 
(johnm3frame).

 
Ojos sujetos con pinzas
 
Cuánto trabaja la muerte,
nadie sabe cuántas largas horas
labora cada día. Su pequeña
esposa siempre sola,
planchando la ropa de la muerte.
Sus bellas hijas arreglan
la mesa para la cena de la muerte.
Los vecinos juegan lanzando
herraduras de caballo a una vara
en el jardín, o se sientan a beber
cerveza frente a la puerta. La muerte,
mientras tanto, visita una insólita
zona del pueblo en busca de alguien
que tose amargamente, pero la dirección
es confusa, ni aún la muerte
la puede descifrar entre tantas puertas
atrancadas por el miedo a la muerte…
Y una fina lluvia comienza a caer.
Se aproxima una noche
de tormenta, un fuerte vendaval.
La muerte no tiene ni un periódico
para cubrir su cabeza, ni siquiera
una peseta para pedir el que cuelga
de una pinza, agitado por el viento,
y ahora se desviste con cuidado,
adormitado, tendiéndose desnudo
en su lado de la cama
dispuesta sólo para la muerte.
 
(Charles Simic).


 
Ropa tendida
 
El viento pone a secar nuestras banderas, ondean en los tendederos, emblemas de lo que fuimos, de aquello a lo que aún aspiramos. Me adentro en las hileras, calcetines, tops, camisetas, sábanas. Que muestran la región escondida de la casa, banderas de sexo, beige, verde oliva, de encaje, dejando entrever la silueta de Mari, buenas tardes, aquí, con la ropa, Mari. Que no es ya la enfermera rotunda, Mari, Mari, han caído los pómulos, y los pechos, un día afilados, turgentes, parecen bolsas llenas de verdura. Y me habla de su nieto, y miro sus uñas, pintadas, brillantes, Mari, Mari, litros de semen derramados, sueño y deseo, sábanas que se pegan a la cara, y ahora aquí, recogiendo la ropa, en la vieja azotea de mi casa. La azotea de los porros en verano, antenas parabólicas, luna de agosto, madre y señora del vino. Miro la ropa de mis padres, mi ropa, la ropa de mis hermanos, la ropa de toda nuestra vida, camisetas, tops, calcetines, toda en el segundo tendedero, el que asignó la constructora. A ese joven matrimonio que se vino a vivir a las afueras. Voy recogiendo las pinzas, poniéndolo todo en el cubo, rápido, las nubes anuncian tormenta.
 
(Pablo García Casado).
 

Where you are [Dónde estás tú]
 
El sol de la azotea requiere tributo
de colores y horas
mezclados en la maroma que renueva
lo tosco y delicado por igual.
 
Aquí arriba somos libres
aunque la sangre batalle en subir
a los dedos que prenden las pinzas.
 
Aquí se divide el cielo
entre cuerdas y mangas.
Se vuelve un azul manejable,
a la medida.
 
Las paredes vecinas guiñan párpados de cal,
murales monumentales en potencia.
Detrás de los calcetines ajenos
una boca gigante me recuerda:
Perfect is the enemy of good
[Perfecto es el enemigo del bien].
 
El viento tira la colección de toallas al oriente
revelando otro mensaje:
Don’t throw the baby out with the bath water
[No tiré al bebé con el agua del baño].
 
Las hojas del olivo apuntan hacia arriba.
Las cactáceas presentan sus flores
en síncope.
 
Yo admiro al agave forastero
y acomodo lo íntimo
en su propio esqueleto.
 
Do what you can
With what you have.
[Haz lo que puedas
Con lo que tienes].
 
(María Richardson).



(Imágenes tomadas, respectivamente, en Guimaraes, Setúbal, Castelo Branco, Barbate, Setúbal, Moura y Zagrilla Baja/Priego de Córdoba).