miércoles, 11 de agosto de 2021

Mateo Hernández, un artista bejarano universal

Durante mi visita a Béjar de hace unos días estuve en el Museo Municipal Mateo Hernández. Un artista nacido en 1884 en el municipio, que alcanzó fama universal en París durante las décadas de los 20, 30 y 40 del siglo pasado, hasta su muerte acaecida en 1949. Volver a ver sus obras me transportó a bastantes años atrás, cuando en 1979 tuve la suerte de contemplar algunas de ellas en el Patio de Escuelas de la Universidad salmantina y de las que tengo el recuerdo de los animales tallados sobre granito y diorita que se habían distribuido a lo largo y ancho del recinto.

No sé exactamente cuándo oí hablar por primera vez de él. Tengo recuerdos vagos, a mediados de los años setenta, de su presencia en las páginas del periódico El Adelanto, desde donde fuimos conociendo pormenores de la vida y obra del artista bejarano. De lo primero resultaba llamativo que su muerte hubiera tenido lugar en París, en 1949, donde residió permanentemente desde 1913 y desarrolló la mayor y mejor parte de su obra artística. De lo segundo estaba el hecho inconfundible de las figuras animales como motivo principal de sus obras. 

Lo triste del caso es que, pese a haber donado testamentariamente al Estado español parte de sus obras, hasta la década de los setenta fue un artista olvidado en nuestro país. Sus obras fueran llegando a España con retraso, debido en parte a los pleitos habidos entre quien fue su compañera, Fernande Carton Millet, y los representantes oficiales españoles. Tal como nos ha relatado Majada Neila (1), en 1952 salieron de Francia 62 obras, 59 pertenecientes al legado ubicado en la finca de Meudon, que había sido desde 1928 el lugar de residencia del artista y Fernande. Salvo la presencia en 1952  y 1962 de buena parte de esas obras en sendas exposiciones nacionales de Bellas Artes, lo que se dio fue el mayor de los abandonos. Ni siquiera desde 1957, cuando el legado pasó a depender del Ministerio de Educación, año en que las obras de mayor tamaño acabaron depositadas al aire libre junto al Palacio de Cristal en el Parque del Retiro madrileño y las menores, en los sótanos del Museo de Arte Moderno.

La promesa de crear un museo dedicado al autor en su localidad natal se fue postergando en el tiempo. En 1962 sólo había llegado a Béjar uno de sus autorretratos, hecho en diorita, expuesto entre febrero y septiembre sobre un pedestal en el jardín contiguo de la Puerta de la Villa. Un destrozo intencionado, sin embargo, obligó a retirarlo para su restauración. El eco del suceso fue recogido por la prensa francesa, que denunció el mal trato que se estaba dispensando a un artista tan reconocido.

En 1965 se decidió que la Casa de la Cultura fuera la sede del museo y al año siguiente llegaron 5 obras (2). Fueron los años 70 el momento en que el artista, por fin, empezó a salir a la luz y, por ello, ser reivindicado. En 1973 la Caja de Ahorros de Madrid organizó una exposición monográfica y al año siguiente su obras se ubicaron en distintos lugares públicos. 23 llegaron a Béjar, que pusieron de manifiesto lo inadecuado del local escogido para el museo. Otras 2 se depositaron en el Museo Provincial de Salamanca. Y el resto se llevó a la Facultad de Bellas Artes madrileña. Paralelamente la prensa nacional y provincial fue publicando artículos relativos a la vida y obra de artista.
Finalmente 1979 fue el momento decisivo en el devenir de la obra de Mateo Hernández. Aprovechando el treinta aniversario de su fallecimiento, el Ministerio de Cultura, con la colaboración de varias instituciones, organizó una Exposición Antológica, que fue inaugurada en el mes de diciembre. Formada por una veintena de piezas, el Patio de Escuelas de la Universidad de Salamanca fue su escenario.  En los meses siguientes la exposición fue recorriendo varias ciudades castellanas, lo que ayudó a difundir la obra de un artista que hasta entonces había estado prácticamente desconocido en el país. 
Junto a ello se publicó el libro Mateo Hernández. 1884-1949, cuyo autor, José Luis Majada Neila, era también por entonces director del museo. El trabajo, fruto de una beca otorgada por la Fundación March, sigue siendo quizás el más completo que se ha hecho hasta ahora sobre la vida y obra del artista bejarano. Fue el fruto de indagaciones en documentos personales, archivos y prensa, así como de entrevistas a personas que lo conocieron. Ofrece al final un catálogo detallado y documentado de 138 obras, que sigue siendo el principal referente, pese a "la osadía de rebautizar algunas de sus obras" (3).   

La exposición fue el punto de arranque de lo que al año siguiente dio origen a la nueva ubicación del Museo Mateo Hernández, que se encuentra en lo que fue el ábside de la antigua iglesia de San Gil de Béjar. Actualmente está depositado el grueso del legado, formado por medio centenar de esculturas y algunas pinturas y dibujos del propio artista. Así mismo, acoge una pequeña colección permanente del también escultor bejarano Francisco González Macías y ocasionalmente exposiciones temporales de artistas. En el exterior de la entrada hay una reproducción de "La bañista", una de sus obras más conocidas y reconocidas, cuyo original fue trasladado en 1988 al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid.
Mateo Hernández nació en 1884 en el seno de una familia de canteros, una actividad con raigambre en la provincia de Salamanca. Eso propició que desde temprana edad se orientara al mundo del arte. Pese a que su formación académica no resultara brillante, en los estudios destacó en el dibujo y después  lo hizo en su habilidad en la talla de la piedra. Tras unos años de indecisiones vitales marchó a la capital salmantina y desde ella, entre 1911 y 1913, a París. Llevó consigo una carta de recomendación de Miguel de Unamuno dirigida al poeta nicaragüense Rubén Darío, del que obtuvo un trato generoso a la hora de conocer a gente y poder realizar sus primeros trabajos. El escritor bilbaíno estuvo entre quienes habían reconocido sus méritos artísticos y lo promocionaron, a lo que el propio artista correspondió con un retrato a lápiz.
Después de unos primeros años de adaptación, con la Gran Guerra de por medio, pudo ir poco  poco labrándose  un hueco en el ambiente de la que por entonces era la capital del mundo del arte. En el primer momento conoció a Fernande, una maestra que le aportó estabilidad emocional y económica, y le ayudó en la toma de decisiones importantes sobre el rumbo de su actividad artística. Residente en el barrio Latino, esos primeros años fueron para Mateo Hernández, en palabras de la propia Fernande, "de libertad dentro de la miseria" (4).

Las obras de Mateo Hernández suelen caracterizarse como propias del naturalismo y el primitivismo. Lo primero, por estar basadas en la observación de lo que la naturaleza ofrece, y lo segundo, por el empleo de formas sencillas en su estilo. Sobre lo primero, durante una conferencia pronunciada en la Sorbona parisina en 1935 rindió un tributo a esos orígenes, que vinculó al paisaje rocoso y salvaje de la sierra de Béjar y el ambiente familiar en el que nació y vivió durante los primeros años de vida. He aquí algunas de sus palabras: 

"Quizá el primer ruido que oí al nacer fue el que producen la maceta y el cincel al chocar violentamente contra los bloques de granito en las montañas de granito en las montañas de mi pueblo" (5). 
De lo que no hay duda es que la concepción que Mateo Hernández tenía del arte difería radicalmente de las diferentes vanguardias que estaban tan en boga durante esos años. Lo suyo fue una creatividad basada en un fuerte apego al realismo, al que dotó de una inspiración en modelos estéticos antiguos provenientes del Mediterráneo oriental, como el egipcio y el arcaico griego, o los posteriores etrusco e íbero. 

Como reconoció en cierta ocasión, esa orientación nació de una tradición antiquísima cultivada en la provincia salmantina y basada en la creación de "capiteles, medallones y escudos de sus edificios arquitectónicos, muchos de ellos representando animales" (6).
En realidad, más que de naturalismo en sí mismo sus figuras exhalan rasgos antinaturalistas, como corresponde a las fuentes de las que bebió y por las que se sintió influido. Eso supuso que, junto a las formas sencillas antes señaladas, muchas veces esquematizadas, tendiera con frecuencia a la disposición frontal de las figuras, las imprimiera de un semblante hierático, predominaran en ellas la quietud y el sosiego, o mantuvieran, a lo sumo, una expresividad tenue. Veámoslo en dos ejemplos: "La bañista" nos lleva a algunas estatuas en pie de los faraones egipcios o a los kuroi del periodo arcaico griego; y su "Autorretrato sedente" rememora a esos faraones egipcios colosales sentados sobre su trono. De ahí se desprende, por tanto, la adjetivación del primitivismo de su obra.

Y es que, en el fondo, el atribuido naturalismo no hacía otra cosa que surgir de su relación con la propia naturaleza, a modo de un panteísmo religioso. La piedra en bruto y tallada que estuvo presente desde su nacimiento, no dejaba de ser la excusa para hacer de ella una prolongación de la creatividad, en la que las figuras, fueran humanas o animales, reflejaban esa comunión. A veces, trasponiendo lo primero en lo segundo, como hizo en esas maternidades con orangutanes como objeto.
Aunque la animalística fuera el objeto de la mayor parte de sus obras, lo que le dio mayor notoriedad y con lo que más se le sigue identificando, Mateo Hernández también fue un excelente escultor de figuras humanas, incluyendo el retrato y el autorretrato. Sus manos cincelaron las cabezas de personajes más o menos conocidos, que iban desde miembros de la alta sociedad hasta literatos jóvenes, como los casos de Rubén Darío, Pedro Salinas o Miguel Ángel Asturias. También fue retratada en varias ocasiones su compañera Fernande, a quien, a su vez, utilizó como modelo en algunas figuras. 
El empleo de los animales no fue ajeno en un primer momento al hecho de que resultaran más accesibles, dado lo costoso que suponían los modelos humanos. Por ello fue asiduo del zoo parisino, hasta que en 1928, ya consagrado internacionalmente, la pareja se trasladó a una finca de la localidad vecina de Meudon, donde, entre otras cosas, dispuso de sus propios animales. En todo caso, los animales engarzaban perfectamente con el microcosmos vital y artístico que había ido conformando a lo largo del tiempo.

Otra de sus peculiaridades fue la técnica escultórica empleada. Distante del modelado, que consideraba demasiado artificial, su preferencia por el tallado se basó en el empleo de lo que se conoce como talla directa. Si con anterioridad hubo artistas, como Miguel Ángel en el siglo XVI o Rodin a finales del XIX, que tendieron a modelar previamente bocetos en cera, arcilla o yeso, Mateo Hernández trabajó sobre los bloques de piedra de la misma forma que desde su infancia vio que se hacía en el entorno de la cantería y él mismo adquirió en sus primeras obras. El granito blanco de la sierra bejarana se fue ampliando a otras rocas también duras, preferentemente las de origen ígneo, como el  granito rosa, la diorita negra, el esquisto verde, el pórfido rojizo... 

La última fase de su trabajo consistió en el pulido de la superficie, bien en su totalidad o bien en las partes que quería resaltar. El procedimiento que aplicó sobre "La pantera negra de Java" lo describió Fernande minuciosamente por escrito (7). Después de varios baños de agua con granalla gruesa de plomo y las correspondientes refriegas, así como de aplicaciones de carborundo en la zonas menos planas,  el resultado es el que sigue:

"la diorita empieza a brillar, se anima, palpita de vida. Se frota más delicadamente con piedra pómez, con polvo de esmeril y, finalmente, con 'polvo de estaño'".  

La necesidad de sobrevivencia le obligó a aceptar encargos y a vender sus obras, algo, esto último, que en tantas ocasiones le resultó penoso. Llegó a recomprar algunas de ellas, incluso por un precio superior al que las vendió, en su afán por recuperar lo que consideraba parte de su vida. Sobre una de sus obras más conocidas, la "Pantera de Java" que hecha en diorita y que acabó en 1925, expuesta actualmente en el Metropolitan Museum de Nueva York, manifestó lo siguiente:

"Yo no quería venderla, esa obra la quería para mí, puse un precio muy alto para no venderla… y se la llevaron" (8).
Mientras vivió, después de haber sido adquiridas por particulares, muchas de sus obras se fueron esparciendo por el mundo, llegando a ciudades como Nueva York, Washington, París, Madrid, Nimes o Luxemburgo, entre otras. Actualmente es España es donde se encuentra la parte más importante de su legado, con Béjar como principal foco. Madrid acoge en su Museo Reina Sofía "La bañista" y en la capital salmantina pueden contemplarse otras tres obras: en el Museo Provincial, la figura en diorita de un "Hipopótamo" y la "Cabeza de Nicole" en granito coral de Finlandia; y en el vestíbulo del edificio principal de la antigua Caja Duero, una "Pantera negra" hecha en diorita.   

Políticamente se mostró solidario con los exiliados españoles por la dictadura de Primo de Rivera. Se entusiasmó  luego con la llegada de la IIª República y llegó a autocalificarse como un artista "hijo del pueblo", quizás enlazando con la tradición obrera y luchadora de su municipio. Durante la Guerra Española se mantuvo solidario con el bando republicano y la ocupación militar alemana de Francia entre 1940 y 1944 lo sumió en una especie de desasosiego.

Pese a tantos años fuera de España, siempre la mantuvo presente y de una manera especial las raíces que suponía su Béjar natal. Ya fallecido, la donación de su legado artístico al Estado no tuvo correspondencia con el trato recibido por las autoridades culturales. No resulta extraño inferir que su lejanía hacia el régimen franquista fue la causa. 

Mateo Hernández fue un artista muy reconocido universalmente como escultor. Su estancia permanente en París desde 1913 se lo permitió. Francia supo valorarlo, como hizo oficialmente en 1930 con la concesión de la Cruz de Caballero de la Legión de Honor. Hacerlo aquí, en su país de origen, es un acto de justicia. Como también lo es recordar la contribución de quien fue su compañera, Fernande Carton Millet. 


Notas

(1) Majada Neila (pp. 136-138).
(2) Mientras Majada Neila no menciona el año de formación del museo (), Puente Aparicio se refiere a 1965 (pp. 563-564).
(3) Garrido Sánchez.
(4) Majada Neila (p. 57).
(5) Majada Neila (p. 11).
(6) Martínez (p. 148).
(7) Majada Neila (pp. 95-96).
(8) Bartolomé.

Documentación 

Bartolomé, Tomás (2016). "Mateo Hernández. 'A fuerza de mil milagros con un bloque de diorita, hice una pantera de tamaño natural'"; Mateo Hernández. «A fuerza de mil milagros con un bloque de diorita, hice una pantera de tamaño natural» – Tomas Bartolome.
Fernández Aparicio, Carmen (sin fecha). "Bañista", catálogo de las obras del Museo Nacional Centro de Arte Reina SofíaMateo Hernández - Bañista (museoreinasofia.es).
Garpal, Ian Joseph y González, Santiago (2019). "La renovación de la escultura antigua: Mateo Hernánde, el escultor en talla directa", 25 de noviembre; Mateo-hernandez-escultor9 (webnode.es)
Garrido, Antonio (2004). “Mateo Hernández, vida de un escultor”; página del Ayuntamiento de Béjar, 7-08-2008; 
Garrido Sánchez, Domingo (2015). "El legado del escultor Mateo Hernández. 1886-1949", en Pinceladas de la historia bejarana, 1 de diciembre; Pinceladas de Historia Bejarana: El legado del escultor bejarano Mateo Hernández (1886- 1949) (ccasconm.blogspot.com).
Majada Neila, José Luis (1979). Mateo Hernández. 1884-1949. Madrid, Ministerio de Cultura.
Martínez Martínez, Mª José (sin fecha). “Honestidad, valentía y casi olvido: algunos escultores castellanos de principios del siglo XX”; Dialnet-HonestidadValentiaYCasiOlvido-3082830.pdf.
Puente Aparicio, Pablo (2013). “El arte en Béjar. 1900-1950”, en José María Hernández Díaz y Antonio Avilés Amat (coords.), Historia de Béjar, v. 2; Dialnet-ElArteEnBejar19001950-4645217 (2).pdf