miércoles, 25 de marzo de 2020

Federico García Lorca y Carlos Cano, en El diván del Tamarit
















Escuchar música y leer poesía gratifica la mente. Y para la ocasión, propongo fundirlas a través de dos granadinos: Federico García Lorca y Carlos Cano. En 1998 el cantante sacó un un disco maravilloso titulado Diván del Tamarit, basado en una colección de poemas de García Lorca que estaban en proceso de preparación para ser editados, pero su asesinato lo truncó. Hubo de ser en 1940, fuera de la España fascista recién inaugurada, cuando el libro saliera a la luz en Argentina y EEUU. 


Como poesía estamos ante una obra que busca aunar dos universos: el eco nostálgico de la Granada andalusí y, por extensión, de la cultura oriental; y la angustia vital que produce el amor. Su contenido se ha interpretado comúnmente con un claro sentido homoerótico. E incluso ha habido quienes han ido más allá, porque se ha pretendido encontrar los dilemas interiores del poeta sobre su homosexualidad y la amargura de amores imposibles. Los poemas están agrupados en dos bloques: las gacelas, que llevan al amor, y las casidas, al sufrimiento.   


Poco conocidos, Carlos Cano fue quien los popularizó con su trabajo, que está divido en dos partes/discos: gacelas y casidas. Mario Hernández, autor de la presentación, escribió: "Carlos Cano ha aceptado la propuesta de dotar de otro sonido a esos versos lorquianos, convirtiéndolos en canción para todos. Las palabras de amor, sufrimiento y agónica afirmación (...) ruedan en la voz rasgada e intima del cantante como perlas desgranadas que buscan hallar, el engarzarse con la melodía, su más pleno y acogedor sentido. La música las asume y enciende". 


No es un libro al que se pueda acceder con facilidad, pero ofrezco los poemas que componen el trabajo musical a través del enlace http://usuaris.tinet.cat/. Y  si no se dispone de los discos, resulta fácil poder acceder a las distintas canciones a través de la red electrónica. Por mi parte, he seleccionado cuatro poemas/canciones, que acompaño con el enlace correspondiente. Invito a disfrutar de tanta maravilla.




Con todo el yeso
de los malos campos,
eras junco de amor, jazmín mojado.

Con sur y llamas
de los malos cielos,
eras rumor de nieve por mi pecho.

Eras junco de amor, jazmín mojado.
Eras rumor de nieve por mi pecho.

Cielos y campos
anudaban cadenas en mis manos.

Campos y cielos
azotaban las llagas de mi cuerpo.


Gacela del mercado matutino

Por el Arco de Elvira
quiero verte pasar,
para saber tu nombre
y ponerme a llorar.

¿Qué luna gris de las nueve
te desangró la mejilla?
¿Quién recoge tu semilla
de llamaradas en la nieve?
¿Qué alfiler de cactus breve
asesina tu cristal?

Por el Arco de Elvira
voy a verte pasar,
para beber tus ojos
y ponerme a llorar.

¡Qué voz para mi castigo
levantas por el mercado!
¡Qué clavel enajenado
en los montones de trigo!
¡Qué lejos estoy contigo,
qué cerca cuando te vas!

Por el Arco de Elvira
voy a verte pasar,
para sentir tus muslos
y ponerme a llorar.



Quiero bajar al pozo,
quiero subir los muros de Granada,
para mirar el corazón pasado
por el punzón oscuro de las aguas.

Quiero bajar al pozo,
quiero morir mi muerte a bocanadas,
quiero llenar mi corazón de musgo,
para ver al herido por el agua.

El niño herido gemía
con una corona de escarcha.
Estanques, aljibes y fuentes
levantaban al aire sus espadas.

El niño estaba solo
con la ciudad dormida en la garganta.
Un surtidor que viene de los sueños
lo defiende del hambre de las algas.

El niño y su agonía, frente a frente,
eran dos verdes lluvias enlazadas.
El niño se tendía por la tierra
y su agonía se curvaba.

¡Ay, qué furia de amor, qué hiriente filo,
qué nocturno rumor, qué muerte blanca!
¡Qué desiertos de luz iban hundiendo
los arenales de la madrugada!



La muchacha dorada
se bañaba en el agua
y el agua se doraba.

Las algas y las ramas
en sombra la asombraban
y el ruiseñor cantaba
por la muchacha blanca.

Vino la noche clara
turbia de plata mala
con peladas montañas
bajo la brisa parda.

La muchacha mojada
era blanca en el agua
y el agua, llamarada.

Vino el alba sin mancha
con cien caras de vaca,
yerta y amortajada
con heladas guirnaldas.

La muchacha de lágrimas
se bañaba entre llamas
y el ruiseñor lloraba
con las alas quemadas.

La muchacha dorada
era una blanca garza
y el agua la doraba.