martes, 2 de diciembre de 2025

Un recuerdo de Puente Gentil con el poeta Juan Rejano: El Genil y los olivos

 

Durante el viaje que hemos hecho a Estepa y Puente Genil, con la asociación AGAJUDO Cádiz, me topé en esa última ciudad, bajando por la Cuesta Romero, con una placa dedicada al poeta ponteño Juan Rejano. Está situada en el comienzo de la Cuesta Pósito y, como puede verse, alude a la casa donde nació a principios del siglo XX. 


No voy a extenderme sobre su figura, más allá de su traslado años después a Málaga, donde trabajó como periodista y colaboró con miembros de la generación del 27 (Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Pedro Garfias...); o de su exilio a partir de 1939, recalando finalmente en México, en cuya capital murió en 1976.


De 1944 data un pequeño libro -muy pequeño- que tituló El Genil y los olivos, donde rememora sus años de infancia y adolescencia. Fue publicado en la revista Litoral, en lo que fue su segunda etapa, dado que había nacido en Málaga años atrás, en 1929, bajo el impulso de Manuel Altolaguirre y Emilio Prados.

Consta de una bella introducción y tres poemas. Los dejo para su lectura y deleite.           


(Nacieron estas canciones, que agrupo con el titulo de "El Genil y los olivos",  por una necesidad de aliviar el alma de tanto y tanto recuerdo como la embriaga, en esta lejanía amarga de España. Las publico, ahora, como homenaje de fidelidad a las horas de mi niñez y mi adolescencia. No tiene, no quiere tener, otra finalidad este libro. Pudiera decirse que la cerrada intimidad de donde ha brotado sólo busca volver a sí misma, gozarse en la recreación de su propio impulso, abriendo las puertas de su recinto para que, por un momento, salgan y vuelvan las mariposillas locas del sueño, los rayos del sol que estaban encerrados. La fidelidad suele llevar, escondida, una veta de gratitud. Si el poeta es siempre fiel a su pasado, el hombre no es menos agradecido a la luz que iluminó su edad más pura y virginal.

Es posible que, en algunos oídos, esta poesía deje un acento de brevedad, un límite menor, como el esquema de una melodía. Es posible, también, que, en otros, suene a estribillo de coro infantil, repetido en la tarde de provinciales silencios. Ni una ni otra cosa contrarían mi propósito. Ambas, con más o menos intención, estaban en él. Yo no sé si, además, habré logrado fundirlas, utilizando la menor cantidad de elementos estéticos, en un trasfondo popular, purísimamente popular, semejante al que ampara mi alma, dándole limpia sombra. Pero sí puedo asegurar que también ésta ha sido una de mis aspiraciones, al dar expresión conjunta a las expresiones sueltas de un mundo íntimo y pretérito. He intentado, como otros que me precedieron, abrir un camino a la canción, y seguirlo. Pero ignoro si mis pasos me han llevado a un lugar seguro, o si, por el contrario, no he hecho más que andar en balde. De cualquier manera, no es cualquier alegría poner en libertad un enjambre de minúsculos y febriles fantasmas, y verlos después danzar en las franjas recatadas de la luz, con el ardor de su propia vida).


El Genil

La mano de Genil puso en tu mano
Pedro Espinosa

En dónde estará mi vida,
en el río que pasó 
bajo mis ojos, un día, 
o en el que se hizo canción 
tras de estar mar infinita?

¿El río es vida o es muerte?
¿Mi sangre es río o es mar?
¿Dónde acabará su curso 
y Cuándo, yo, de soñar?


1

Desde Granada hasta Palma 
qué caminar por los cielos, 
Genil, 
qué cielos los de tu aguas 
tan ligeros.

En Loja eres la mañana, 
el mediodía en La Puente, 
la tarde en Écija llama.

Donde quieres sabes ir, 
donde quieres
y te mueres 
por ir al Guadalquivir.


2

¡Y qué verdes tus orillas!
¡Qué tierna tu tierna voz 
por entre juncos transida!

Si por la vega florida, 
un rumor;
un alboroto de linfas 
entre zarza y ruiseñor.

¡Qué suspirillos de amor 
al pie de la serranía!