lunes, 18 de diciembre de 2023

Tres poemas ante el holocausto palestino


Los bombardeos inclementes del ejército israelí contra la población palestina se ha cobrado la vida de alrededor de 19.000 personas, con el aterrador dato de que varios miles son de niños y niñas. La inmensa mayoría en Gaza, pero también en Cisjordania, donde se está dejando sentir la acción vengativa de parte de la población israelí que coloniza ese territorio. Muertes, sin contar las decenas de miles de personas heridas y mutiladas, la propagación de enfermedades, la desnutrición, la amenaza de una hambruna... L
a devastación de casas, hospitales, centros de enseñanza, infraestructuras... El desplazamiento masivo de la población, la incertidumbre ante el horror... El sentimiento de indefensión, de impotencia ante la injusticia...

En octubre la muerte le llegó a la científica, escritora y feminista Heba Abu Nada, que días antes había dejado escrito este poema, el último suyo, donde reflejaba el horror que estaba viendo:

La noche en la ciudad es oscura,
excepto por el brillo de los misiles;
silenciosa, excepto por el sonido del bombardeo;
aterradora, excepto por la promesa tranquilizadora de la oración;
negra, excepto por la luz de los mártires.
Buenas noches.   

Hace unos días Refaat Alareer, académico, activista por los derechos humanos y escritor, también fue víctima de la barbarie. La misma que apareció en este poema:

Si yo tengo que morir
tú debes vivir
para contar mi historia
para vender mis cosas
para comprar un trozo de tela
y algunas cuerdas
(de color blanco y con una larga cola)
para un niño en algún lugar de Gaza
mirando a los ojos del cielo
esperando a su padre que se fue en llamas
-sin despedirse de nadie
ni siquiera de su propia carne
ni siquiera de sí mismo-
Mira la cometa, la cometa que me hiciste, volando sobre él
y piensa por un momento que un ángel está allí
para traer el amor.
Si tengo que morir
que venga la esperanza
y que se convierta en un cuento.

Voces que claman contra el  genocidio, el holocausto que está sufriendo el pueblo palestino. 

Voces como la de la poeta canaria Cecilia Álvarez en su "Franja del dolor". Fue en el pasado noviembre cuando Pepe Gilabert me hizo llegar el poema, que reza así: 

            Sé que en alguna parte llora un niño
            bajo la soledad de las estrellas,
            en medio de un desierto que transitan
            sombrías, sordas multitudes ciegas.
            Leopoldo de Luis

No quedan sábanas blancas,
ninguna queda en los confines
de la Tierra,
todas están en la Franja
convertidas en sudarios.
o quedan camas para vestirlas,
nadie duerme,
nadie necesita cubrir su sueño
porque los sueños no existen.

No hay techos
que protejan del rocío,
sólo hay un cielo raso y oscuro
al que todos miran con miedo.
Y confunden las estrellas
con las bombas
y no saben
si la luz les va a alumbrar
o les quitará la vida.

Ya no quedan lágrimas ocultas,
todas han recalado
en los ojos de su pena,
son ahora caudalosos ríos
surcando rostros desamparados,
los rostros de la orfandad,
los rostros impotentes de las madres,
de los padres, de seres
que sólo quieren vivir.

Ya no queda pánico,
todo se ha marchado a Gaza
y habita –inhumano- en el semblante
lastimoso de los niños,
en sus ojos que se agrandan
como si escaparan de ellos
el terror de su mirada.

Ya no queda piel,
toda se ha roto en pedazos
en aquella Franja fría,
son jirones impregnados
en el corazón
de los hogares destruidos,
son parte de las estancias
donde alguna vez alguien riera,
donde los niños jugaran.

Ya no queda sangre,
toda está cubriendo cuerpos
deshojados,
toda está adosada
a la piel maltrecha
                           de la tristeza.
Corre lentamente
por los recodos de un odio
que los niños no entienden.

Ya no queda tierra
para sepultar la muerte,
las madres sostienen en sus brazos
los cuerpos inertes de sus hijos,
mientras la sábana blanca
es cada vez menos blanca,
mientras la sangre –que es su sangre-
se impregna lentamente
del más desgarrado dolor,
mientras los padres
cambian su valentía por llanto.

Ya no quedan gritos desesperados,
todos se han marchado
hasta el horror de la Franja,
a las bocas de los niños
que claman por las madres que no ven,
por la soledad imprevista
de saberse abandonados,
aprendiendo solos,
-en medio del polvo gris de los escombros-
que apenas hay alguien que les calme,
que les pueda explicar
por qué tanto horror ante sus ojos.

Se preguntan
dónde están los brazos
de sus madres,
dónde la caricia que les cure.
Se preguntan, sin palabras,
por qué han de abrazar
la tierra que les cubre,
la tumba tosca y seca
                                que oculta
la madre que nunca debió irse.

Ya nadie tiembla,
el cuerpo estremecido por el pánico
se ha ido hasta esa tierra
tan vacía de sonrisas,
esa tierra donde los niños
deberían temblar sólo de frío
si se dejaran olvidada su bufanda.
No deberían temblar de miedo
sin tener cerca
el calor de los abrazos.

Ya no queda, en fin, misericordia
y tampoco en aquella Franja.
Somos -casi- un huerto cultivado
de corazones adormecidos. 


(Imagen: fotografía publicada en Crear en Salamanca; https://www.crearensalamanca.com/franja-del-dolor-de-la-poeta-canaria-cecilia-alvarez/).