El triunfo de la opción que tenía como fin acabar con la Constitución de 1980 ha sido arrollador en el referéndum celebrado ayer en Chile: el 78'27% frente al 21,73% ha dejado constancia del hartazgo por una de las herencias de la dictadura de Pinochet.
En la votación también se ha incluido la forma a adoptar para llevar a cabo la redacción del nuevo texto constitucional. Y por lo escrutado hasta el momento, se está optando, también por otra abrumadora mayoría, del 79,1%, para que sea una Convención Constitucional la que se encargue de hacerlo, frente a la opción de una Convención Mixta, que se está quedando en un 20'9%. Eso supondría que se tenga que formar una mesa paritaria de 155 personas elegidas por votación popular.
Una victoria rotunda, pese a la actitud del gobierno derechista de Sebastián Piñera, que ha puesto en práctica una brutal represión y ha tenido el coste de una treintena de muertes, medio millar de personas mutiladas en uno de sus ojos y miles de denuncias por la vulneración de los derechos humanos. No han faltado tampoco amenazas militares y hasta el menosprecio hacia la gente que se manifestaba. Por otro lado, buena parte de los medios de información se ha dedicado a malinformar sobre lo sucedido, especialmente en lo referente a la represión, y ha hecho uso de sondeos electorales manipulados, anunciando el triunfo del mantenimiento de la actual Constitución o, como mucho, unos resultados ajustados.
El primer reto lo han superado. Pero ahora viene el segundo, que es el más difícil e importante, en la medida que se trata de dar contenido al nuevo texto constitucional. Es cierto que la marea ciudadana por el cambio ha ido ganando terreno entre quienes se mostraban indiferentes o simplemente no lo apoyaban. Pero también lo es que en las filas de los sectores que apoyan al gobierno ha habido movimientos en esa dirección, dentro de una mezcla de oportunismo y de haber sabido percibir que la herencia constitucional estaba finiquitada.
Las nuevas generaciones, que no han conocido la dictadura, sólo han visto como un sinsentido algo que estaba fuera de lugar y de tiempo. Son las mismas que han protagonizado las movilizaciones llenando los espacios públicos y dando muestras de su orgullo por defender una causa que está llena de razones. Mezclando la alegría y la determinación, el recuerdo de las víctimas de la dictadura y la esperanza de que un futuro distinto es posible.
En su seno han aportado un mensaje esperanzador en pos de un horizonte de democracia social. Alejado del individualismo feroz del capitalismo neoliberal y cargado de elementos sociales que incluyan la redistribución de la riqueza, la ampliación de los derechos sociales y el reconocimiento de derechos civiles hasta ahora postergados.