He leído estos días en la revista El Viejo Topo (noviembre de 2018, n. 370) una interesante entrevista al nicaragüense Augusto Zamora. Hace un repaso a la situación internacional, en la línea de su reciente libro Réquiem polifónico por Occidente (Madrid, Foca, 2018), donde no falta una alusión a la situación de Nicaragua. Zamora es o ha sido profesor de Relaciones Internacionales en varias universidades del mundo (ahora, de la Autónoma de Madrid y la Nacional Autónoma de Nicaragua), pero con anterioridad llegó a ser embajador de su país en España. Veterano sandinista, durante el proceso revolucionario vivido por su país entre 1979 y 1990 estuvo vinculado al ministerio de Asuntos Exteriores, donde jugó un papel destacado.
Desde que se inició la actual crisis nicaragüense, he podido escuchar sus opiniones en varios programas de televisión. Ahora reproduzco lo que contestó en la entrevista realizada por Salvador López Arnal en la revista antes aludida. Es de sumo interés.
"La situación de Nicaragua no es fácil de explicar, pues ha habido y hay mucha desinformación. Primero, hay que aclarar que no hubo ninguna insurrección popular. Hubo protestas que se generalizaron en ciertos barrios y en algunas ciudades, pero muy lejos de lo que fue la insurrección popular de 1978. En el país funcionan casi 60 universidades, muchas de ellas con centros universitarios regionales, y hay unos 170.000 estudiantes. No hubo ningún incidente en las universidades privadas y sólo una parte de las públicas se vieron fuertemente afectadas. La virulencia de algunas protestas sorprendió a todos. Tengo la impresión de que hubo momentos en que tanto el gobierno como los dirigentes de las protestas perdieron el control de los hechos. Los tranques de las principales carreteras acentuaron el enfrentamiento, agudizándolo. Estos tranques fueron el principal medio para provocar la caída del gobierno. A partir del momento en que quedó claro que no eran simples protestas, sino un esfuerzo coordinado para tumbar al gobierno, se cayó en una espiral de enfrentamientos violentos entre policía y manifestantes y entre sandinistas y anti-sandinistas. Ahora bien, que nadie se engañe. Del espíritu de las protestas originales queda poco, casi nada. Ahora quienes dirigen la campaña contra el gobierno nicaragüense son el gran empresariado, los obispos católicos más reaccionarios y EEUU. Si el gobierno de Daniel Ortega hubiera caído, lo hubiera sustituido uno de extrema derecha. Hay un grupo de sandinistas disidentes dentro de las fuerzas antigubernamentales, pero no tienen peso. Pese a ello, sus conexiones internacionales han sido efectivas en transmitir una situación que no es la real. Para poner un ejemplo, el 7 de septiembre llamaron a un paro nacional. Ese paro sólo fue seguido por los grandes empresarios y sectores acomodados. A nivel popular, su seguimiento fue casi inexistente. No me lo ha contado nadie. Lo vi yo, que recorrí 500 kilómetros por varios departamentos para tocar la realidad con los pies y eso es lo que vi. Me da una pena infinita lo que ha pasado, pero la realidad es que la derecha dura es la que más se ha beneficiado de esta desgraciada situación y los pobres han sido las grandes víctimas, como suele pasar. Ahora andan en gestiones en EEUU, con la derecha republicana, presionando por sanciones draconianas contra Nicaragua y buscando cómo provocar la intervención estadounidense y la ruina general del país, como forma de provocar la caída del gobierno, Aunque se envuelvan en banderas nacionales, la semilla de la traición la llevan en sus genes".