domingo, 18 de mayo de 2014

Un chalé abandonado a la orilla del mar, el de la familia Romeu


























Hace un par de años por estas mismas fechas entré en lo que fue el chalé de Serafín Romeo Fages. Era el segundo de una dinastía almadrabera de origen valenciano asentada desde finales del siglo XIX en la costa suratlántica, con centro de operaciones en Barbate. Cuenta mi antiguo alumno Francisco Gabriel Conde que el edificio data de 1910 y pudo haber sido su autor Francisco Hernández-Rubio Gómez. El estado actual es ruinoso, signo de un claro abandono, pese a que hasta no hace mucho había sido sede de una discoteca. Sito en el tramo de la final de La Chanca, junto a la playa, debió de ser un remanso de paz primoroso para la familia del dueño de numerosas propiedades vinculadas a los diversos quehaceres marinos y señor de gentes, que lo convirtieron en un verdadero cacique. Cuando he mencionado esa palabra, que parece maldita, en alguna ocasión se me ha matizado con un “cacique bueno”, queriendo aportar con ello un adjetivo que busca limpiar lo perverso del sustantivo -¡ay de la conciencia paternalista, todavía presente en nuestros días!. Don Serafín, como solían llamarlo, fue el primer Conde de Barbate, título concedido por el monarca Alfonso XIII, uno más de los tantos con que sus antecesores decimonónicos iniciaron la costumbre de ennoblecer a un sector de la alta burguesía. Desde su posición privilegiada logró obtener un escaño en el Congreso de Diputados, gracias a los favores de un amigo, el también conde, en este caso de Romanones, que ejercía como líder de una facción del Partido Liberal. Todo eso, claro, antes de que el padre del fundador de la Falange acabara con la pantomima de democracia, en busca de otra pantomima, esta vez un remedo del fascismo italiano. Poco se sabe de Serafín Romeu Fages durante la República, salvo que participó en la operación de compra del diario republicano El Sol para desactivarlo. En el inicio de la guerra se movió por la Italia de il Duce, donde pudo haberse dedicado, como otros monárquicos, a las labores de financiación y suministro de material de guerra para las tropas sublevadas, comisiones incluidas. Su muerte, por esos años, no está clara. Se sabe que no tuvo descendencia directa, pero quienes se quedaron con el patrimonio y el título poco se han interesado en venir por aquí. Cuando llegué a este pueblo me dijeron que en el chalé llegó a pernoctar en alguna ocasión el glorioso caudillo de España, amante de la pesca de todo tipo y, por supuesto, de los túnidos tan propios y abundantes en estas costas. Pisar lo que queda de la enorme casona me resultó deprimente. Unas palmeras envejecidas se mantienen como testigos de lo que fue. Lo demás es una abundancia de cascotes de ladrillos y piedras por el suelo, el deterioro de unas paredes y arquerías que parecen arrancadas a mordiscos, la pintura descorchada y manchada de pintadas de baja estopa, los restos de heces y demás… Pruebas del fin de una época sin que haya surgido algo nuevo que pueda merecer la pena.