Los objetivos y el contenido de la Marcha, de los que se habló bastante -para lo bueno y para lo malo- los días anteriores y durante la jornada del 22, acabó diluido, cuando no ocultado, desde última hora de la tarde por la información de los incidentes, que acabó ahogándolos. Además, paralelamente, tuvo una competencia de un acontecimiento ajeno, y que fue en aumento, con el anuncio el viernes de la inminencia de la muerte de Adolfo Suárez, lo que tuvo lugar finalmente el lunes.
Tres ingredientes -manipulación del número de asistentes, magnificación de los incidentes e invasión de la información sobre Suárez- que acabaron incidiendo negativamente en el tratamiento de una de las movilizaciones más importantes habidas en los últimos años.
El número de personas
En la prensa de otros países no se dieron números, pero sí abundaron calificativos rotundos: "gigantesca", "monstruo"... La prensa de Barcelona habló de "masiva manifestación", "marea"... Los números concretos, sin embargo, fueron muy distantes. Demasiado. Oscilaron entre los 1,5 ó 2,5 millones de personas en medios próximos a la organización hasta los 35.000 que dio la delegación del gobierno madrileña y asumieron numerosos medios de comunicación. Algunos hablaron de decenas de miles y los menos se refirieron a cientos de miles. Un periódico como El País, que ha presumido de haber hecho sus propios cálculos en manifestaciones precedentes, inicialmente reprodujo en sus titulares los datos oficiales, luego se quedó en lo de decenas de miles y finalmente, a través de Tomás Delclós ("Las cifras de la Marcha de la Dignidad"), Defensor del Lector, hubo de reconocer el no haber actuado con arreglo a su trayectoria y su libro de estilo, que obliga a contrastar fuentes y a un mayor rigor en los datos.
Por mi parte no he podido encontrar ninguna fuente que nos permita tener unos datos que se acerquen lo más posible a la realidad. Cuando se da este tipo de movilizaciones, las estimaciones más fiables suelen basarse en la espacio ocupado, a lo que se une la movilidad de la gente cuando esto ocurre.
En varios medios se ha escrito de una distancia de 2,5 kilómetros entre Atocha y la Plaza de Colón, de la presencia de mucha gente en las calles aledañas a Colón o del inicio del acto final mientras mucha gente todavía se encontraba en Atocha. En el artículo de Delclós se hace referencia a la ocupación de una superficie de 200.000 metros cuadrados, lo que le ha llevado a reconocer que, cualquiera que sea la asignación de personas por metro cuadrado, siempre va a ser superior a las 35.000 ó 50.000 que se dieron en las estimaciones más conservadoras. Llama la atención sobre estas últimas cómo en otras ocasiones, con motivo de concentraciones relacionadas con Iglesia, se han dado datos de cientos de miles e incluso millones de personas, cuando ni de lejos llegaron a ocupar el espacio de la concentración del 22 de marzo.
Esta vez no se han ofrecido fotos aéreas. Posiblemente se hayan hecho y lo más probable desde medios policiales y de seguridad. Los medios de comunicación, por lo que se ha visto, no lo han hecho. Ignoro por qué, aunque se puede sospechar que no ha habido interés en hacerlo o hacerlo público, según sea el caso. Hay, sin embargo, algunas fotos que nos permiten acercarnos algo más, teniendo en cuenta la panorámica que ofrecen de la Plaza de Colón y el Paseo de la Castellana hacia Cibeles, que están llenas de gente. Pero no deja de ser algo parcial, porque faltan los aledaños a la Plaza de Colón y el tramo situado entre Cibeles y Atocha.
Haya sido cual haya sido el número real de personas, los cientos de miles no dejan de ser una cantidad ambigua, porque incluyen tanto 200.000 como 900.000, que no son lo mismo. Por las fotos que conocemos, y basándonos en la superficie ocupada, se estaría, pues, más cerca del millón de personas.
Los incidentes
Resulta claro que comenzaron antes de que acabara el acto. Las grabaciones de las diferentes retransmisiones que se hicieron a través de varios medios digitales lo prueban. En este cuaderno ha quedado reflejado, pues las estaba siguiendo y desde ellas escribí sobre el inicio de los incidentes. La información oficial, repetida por muchos medios de comunicación, ha sido, sin embargo, que empezaron después del acto. No es cierto: sobre las 20,15 horas pueden verse imágenes de policías cargando contra personas -manifestantes o provocadores-, a la vez que pueden también oírse ruidos de sirenas y detonaciones mientras cantaba el coro Sinfosol -precisamente "El canto a la libertad" de José Antonio Labordeta- y después, desde la organización del acto, se invitaba reiteradamente a que la policía dejara de intervenir, toda vez que aún no había acabado.
Mucho se ha hablado de esos incidentes, de la violencia de grupos organizados, de los instrumentos contundentes empleados, del número elevado de policías heridos, de la saña que sufrieron... De lo que hay completa certeza es que el dispositivo de seguridad tuvo muchos fallos, denunciados incluso por la policía. En varios medios alternativos se han detallado situaciones contradictorias que hacen sospechar que había interés en reventar el acto, creando un escenario de violencia que acabara criminalizando la movilización y a quienes la organizaron. Para ello se ha metido en un mismo saco, por un lado, a quienes se enfrentaron inicialmente a la policía y, por otro, a los numerosos colectivos que convocaron el acto y los cientos de miles de personas, si no más, que desfilaron por las calles de Madrid desde el día anterior y, sobre todo, durante la jornada del sábado sin ningún tipo de problema. Antonio Maira ha escrito para Rebelión la primera parte de un extenso artículo que resulta muy interesante, calificando lo ocurrido como "ignominia planeada".
La muerte de Suárez
La coincidencia de este hecho con las movilizaciones de la dignidad fue un factor que incidió negativamente. Esto, al margen de la instrumentalización política del personaje desde distintas instancias -gobierno, monarquía, régimen...-, donde no han faltado elevadas dosis de hipocresía. Numerosos medios de comunicación, sobre todo los más allegados al gobierno, inundaron las páginas y las programaciones de noticias sobre el estado de salud de Suárez, entrevistas, biografías, tertulias, documentales... Siempre exaltando la figura del que fuera presidente del gobierno entre 1976 y 1981. Y, en lo que resulta más relevante, dando una visión de histórica alejada de la realidad, donde los cambios políticos se han presentado como obra ante todo de individualidades, de importantes personajes, entre los que se encuentran, por supuesto, Suárez y el rey.
Como contrapartida, se ha presentado a la gente jugando un papel pasivo y secundario, dentro del término mayoría silenciosa, muy en boga en los años setenta en los círculos del poder. Nada más lejos de la realidad: los cambios políticos habidos durante la Transición se hicieron a pesar de quienes acabaron triunfando, como consecuencia de las movilizaciones habidas en numerosos ámbitos de la vida política y social, y con el sacrificio de amplios sectores de la población. Fue la lucha de muchas personas la que forzó a los reformistas del régimen a acelerar el proceso de desmantelamiento del régimen franquista, coadyuvado por la participación de instancias de otros países, como EEUU o Alemania, que querían evitar un cambio sin control.
Y precisamente, coincidiendo con la Marcha de la Dignidad, ese mensaje de cambio político basado en individualidades y en la pasividad de la sociedad fue el que inundó a la opinión pública desde la mayoría de los medios de comunicación. Se buscó, si no ningunear, sí al menos neutralizar a una movilización política y social de gran envergadura que buscaba concienciar a la población frente a quienes administran el actual sistema político y económico, y de paso representan los intereses de quienes están causando el actual estado de cosas.
Algunas conclusiones
No debe quedar la menor duda que la estrategia perseguida de ningunear, minusvalorar o neutralizar lo ocurrido el 22 de marzo ha tenido un éxito relativo. Sacó del debate político los motivos de su celebración, que fueron tapados por otras cuestiones. Una, lógica, la de manipular los datos de quienes salieron a la calle. Otra, más perversa y quizás de nuevo tipo, la criminalización de las protestas mediante el sobredimensionamiento de los incidentes violentos, que o bien fueron provocados o bien se prepararon para que prendieran más. La tercera, externa, pero coincidente en el tiempo, fue la muerte de Suárez. En todos los casos, los medios de comunicación del sistema han jugado un papel primordial.
Las posibilidades para remontar la situación sólo depende de lo que la gente quiera seguir haciendo, para hacer de las movilizaciones un continuum. Sólo de esa manera podrán recuperarse los rescoldos que aún quedan del 22 de marzo.