martes, 29 de noviembre de 2011

Un brindis por el fado


















El fado ha sido  declarado por la UNESCO patrimonio cultural de la humanidad. Como hace un año ocurrió con el flamenco. Una música cargada de una fuerte melancolía, de esa saudade que tanto caracteriza a la gente del bello país hermano. Una música que con sólo una voz, una viola y una guitarra portuguesa puede trenzar unos versos.

Es el fado de Amalia Rodrigues, de la que cantaba mi hermano Jorge, y yo le imitaba, eso de "Lisboa antigua y remota llena de encanto y belleza". El del primer José Alfonso, que creció en las cuestas de Coimbra y lo cantó con la estudiantina. El fado de esa misma ciudad, que descubrí en los universitarios de la capa negra en el patio barroco de la Universidad Pontificia de Salamanca. El de Carlos do Carmo, que escuché en otro patio incomparable, el renacentista de Fonseca, y donde comprendí por sus palabras que no era tanto una música costumbrista como una expresión del sentimiento popular con un fuerte contenido social. De su voz salió el dedicado al 25 de abril que en su día abrió tantas esperanzas. El fado al que poetas como Ary do Santos elevaron al mundo de la literatura. El género al que el andaluz de Granada Carlos Cano dedicó su célebre "María la Portuguesa" ("Fado, porque me faltan tus ojos / Fado, porque me falta tu boca / Fado, porque se fue por el rio / Fado, porque se va con la sombra") para inmortalizar el amor de una mujer con un desgraciado marinero de Ayamonte que acabó acribillado en el mar. El que alimentó la voz de Teresa Salgueiro en su adolescencia para unirlo al genio de Ayres Magalhaes y dar a luz a Madredeus y el sublime O espíritu da paz. Y, por qué no, el fado de las más nuevas, de Misia, de Mariza... 

Tuvo la mala suerte de ser vampirizado por la dictadura salazarista. De ser secuestrado por la burguesía, que todo lo compra, para llevarlo a sus salones privados. Eso llevó a mucha gente, más del mundo de la intelectualidad, a verlo con distancia e incluso denostarlo. Lo mismo ocurrió aquí con la copla andaluza, a la que Carlos Cano quiso rescatar y decir que era popular y republicana. Y con el flamenco. José Saramago fue capaz de rescatar a la gran Amalia Rodrigues, a la que Salazar utilizó para hacer su dictadura más amable, cuando en una ocasión confesó que en esos tiempos tan duros ayudó a la bestia negra que entonces era su partido, el comunista. Carlos do Carmo nunca ha dudado del origen popular del fado: en la nostalgia y la tristeza del marinero alejado de su tierra y que canta luego en la taberna. Ha hablado con frecuencia de sus intentos por dignificarlo purificando su sentido estético en la poesía y la interpretación.