jueves, 3 de marzo de 2011

Recordando al monte Vitoscha





































Según regresaba de mi paseo diario se me ocurrió la posibilidad de reproducir una de las anotaciones que casi diariamente escribía durante mi estancia hace 27 años en la capital de Bulgaria, Sofía, mientras disfrutaba de una beca de estudios de postgrado. Pensé más concretamente en una breve estampa que dediqué al monte Vitoscha, por lo que nada más sentarme delante del ordenador no dudé en hacerlo. Sólo cuando acabé de transcribirlo fui consciente de la fecha exacta: un 3 de marzo, como hoy.
Ha sido una pura coincidencia. Y bonita.

Es Vitoscha para los sofietzi algo así como su montaña sagrada. Es frecuente en las grandes ciudades tener un pulmón que sirva para oxigenarse de las cargas que lleva consigo estar sometido a la presión ambiental de millones de almas, miles de automóviles, trabajo diario, ruido de “civilización”, contaminación del medio, stress… Aunque Sofía no es una ciudad donde esos elementos sean dominantes, porque conserva parte de la herencia del pasado y ha sabido crear unos cánones urbanísticos menos salvajes que los de las grandes ciudades del mundo capitalista, bien es verdad que al cabo de una semana laboral de 5 ó 6 días se ansíen los momentos de descanso y esparcimiento. Y qué mejor lugar para hacerlo que esa montaña privilegiada donde a las nieves del invierno se le unen la permanente presencia de los pinos, robles o cedros que se reparten por doquier o las rocas graníticas desnudas o tapadas de verde y blanco, según dicte el tiempo, todo ello enmarcado en las pendientes que se alzan arriba y abajo y que ofrecen a los ojos del que las mira el encanto y la grandeza de la madre naturaleza.

(Sofía, 3 de marzo de 1984).