jueves, 3 de marzo de 2011

Simiente del odio

Vitoria, 3 de marzo de 1976. En plena huelga general, cuando salían de una asamblea celebrada en la iglesia de San Francisco de Asís, los trabajadores de Forjas Alavesas fueron atrapados por los disparos a mansalva de la policía armada. El resultado final fueron 5 muertos. El clamor de repulsa se extendió por todo el país y traspasó las fronteras. Fue una muestra más, la más feroz, de la incapacidad del gobierno, llamado aperturista, de Arias Navarro para llevar a cabo el lavado de imagen del régimen franquista. Su ministro de Gobernación, el de la represión, era Fraga Iribarne, que por aquel entonces había acuñado una frase que daba miedo: “la calle es mía”. Durante esos días no tuvo escrúpulos en justificar lo ocurrido y lo que hizo: “aquello de Vitoria había que aplastarlo, porque estaba dirigido por dirigentes que manipulaban a la clase trabajadora y eran pequeños soviets que se estaban gestando y había que extinguirlos”. La Salamanca antifranquista conoció la noticia con dolor. Ese día una asamblea de distrito en la facultad de Medicina había dado lugar al inicio de un nuevo encierro en el edificio de Anayita, donde, por distintas razones, confluyeron estudiantes y penenes de la Universidad. Varios días después, el 7, se celebró un acto religioso por las víctimas. Tuvo lugar en la iglesia de San Martín, donde su párroco, Andrés Fuentes, se había ganado desde un  tiempo atrás la fama de crítico con el régimen por sus homilías dominicales. Uno de los muertos, José Luis Castillo, era además originario de un pueblo de la provincia. En ese acto estuve yo y después en la manifestación que le siguió discurriendo por la calle Toro. Duró poco, porque pronto  fue disuelta por la policía, que llenó el silencio de la noche con el sonido de las sirenas y contaminó el aire con el metal frío de la violencia. La misma que días atrás había sesgado cinco vidas. La misma que estaba dejando un reguero de sangre por las calles de las ciudades del País Vasco y de otros lugares. Hasta un total de 18 muertes hubo en ese año del 76: Elda, Alicante (febrero); Tarragona (marzo); Basauri, Vizcaya (marzo); Baracaldo, Vizcaya (abril); Montejurra, Navarra (mayo), con dos; Madrid (mayo); Santurce, Vizcaya (julio); Almería (agosto); Madrid (septiembre); La Laguna, Tenerife (septiembre); Santesteban, Navarra (noviembre); y Madrid (diciembre). Simiente del odio. Un año después salió a la luz Campanades a mort, una cantata con orquesta y coro compuesta por Lluis Llach e interpretada por él mismo. Es muy bella, aunque resulte paradójico, y emotiva. Sirve para recordar lo ocurrido. Para no olvidar.