sábado, 10 de octubre de 2009

¿Qué es España?


Durante mi estancia en Sofía (Bulgaria), en los primeros meses de 1984, mi familia me fue enviando desde casa algunos ejemplares de El País. Las fechas, como puede resultar lógico, no las recuerdo, pero sí escribí en ocasiones algunas reflexiones sobre varias de las noticias publicadas. Conservo el cuaderno en que, no siendo un diario en sentido estricto (¿o sí?), reflejaba con frecuencia mis vivencias, fechadas, por supuesto, y que me han servido de referencia. En uno de los escritos comentaba el debate que en El País se estaba produciendo sobre el tema "¿Qué es España?", en el que participaban varios intelectuales. Y precisamente a través de la fecha de mi escrito y gracias a la digitalización que dicho diario ha hecho de buena parte de sus ediciones, he podido recabar en la hemeroteca colgada en internet una información curiosa sobre quiénes fueron esos intelectuales, las fechas de publicación de sus artículos y, por supuesto, su contenido. Sólo he consultado las ediciones del 29 de febrero y todo el mes de marzo. No he visto necesario, al menos ahora, consultar otras.


Como en los tiempos que corren el debate persiste, si es que alguna vez se ha parado, no está de más sacar a colación lo que 25 años atrás se debatía. En esta entrada voy a hacer, en primer lugar, una breve referencia a los artículos del debate y, en segundo lugar, voy también a reproducir lo que yo escribí por entonces. No pretendo ponerme a su altura, pero a mi manera también participé. Veámoslo.

Lo que escribieron los intelectuales


El editorial fechado el 29 de febrero de 1984, titulado “Diálogo sobre España”, se centró a una reunión reciente de intelectuales en la ciudad de Gerona, bajo el patrocinio del ayuntamiento y los periódicos El Món y El País, bajo el título “¿Qué es España?”. Como el editorial decía, se trataba de una propuesta de reflexión histórica y de incitación al diálogo en torno al estado de las autonomías, que por entonces estaba en sus inicios. Teniendo en cuenta que en ese año se celebraban las segundas elecciones autonómicas en el País Vasco y Cataluña, el debate cobraba mayor interés y se intentaba que ayudara a favorecer un clima favorable.

El mismo día 29 El País publicó un artículo de José Ramón Recalde, militante del PSOE y por entonces profesor de Derecho en la Universidad de Deusto (luego llegaría a ser consejero de Educación), titulado “Pueblo y nación”. Comenzaba mostrando su preferencia por la noción de nación de Sieyès[1] frente a la del romanticismo y posromanticismo posteriores[2], basada en el “mito común de identificación”. Para Recalde la nación como identificación dejaba pendiente el contenido participativo. Ya sobre el nacionalismo vasco, planteaba que la nación se vivía conflictivamente dentro de las fronteras del País Vasco y en la relación de éste con la nación española. Su propuesta de solución la encontraba en la autonomía, dentro de un estado autonómico, como fórmula de equilibrio entre los dos ámbitos territoriales. De esta manera, concluía Recalde, que la autodeterminación no sería producto de una decisión colectiva, sino de lo que cada individuo quisiera.

El 2 de marzo se publicó el segundo artículo: “La esencia de la nación”, de Josep M. Colomer, profesor de Historia del Pensamiento Político en la Universidad Autónoma de Barcelona. Su planteamiento inicial era que existía “una creciente pluralidad nacional en los individuos”, de manera que, dentro de esa gran complejidad, se podía ser muchas cosas a la vez. Para ello ponía varios ejemplos de la realidad cotidiana (por ejemplo, ser aficionado del flamenco y del Barça a la vez). Por esa razón valoraba que esa realidad era incompatible con el esencialismo nacional, proponiendo “la plena despenalización de todos los nacionalismos”.


Dos días después, el 4 de marzo, le tocó el turno José L. Aranguren, quien escribió “Nacionalismos pasados, presentes y futuros”. Este filósofo se refirió en primer lugar a la formación de los estados nacionales como primer “sujeto político de la modernidad”, mientras que los nacionalismos han ido sufriendo en los últimos siglos una gran transformación. Refiriéndose al caso español, recordó que se habían identificado con frecuencia los nacionalismos catalán y vasco como una mezcla de base económica y religiosidad. Aranguren, sin embargo, exponía que existía una tendencia a que el sistema tradicional de naciones se estuviera disolviendo por abajo, desde las macronaciones a las micronaciones. Dentro de la realidad española estos cambios se estarían dando entre las macronación que representaba España y la tendencia hacia la fragmentación en micronaciones que representaba el estado de las autonomías. El resultado de este proceso sería un nacionalismo crítico y agnóstico, definido “sobre la base de una comunidad cultural y una voluntad colectiva de autodeterminación y autogobierno”.

El también filósofo Pep de Subirós quizás escribiera el artículo más heterodoxo y, si se quiere, más provocador: “España, palabras y cosas”, publicado el 10 de marzo. Negaba que la geografía, la cultura, la lengua o la historia pudieran definir qué es España. ¿Qué hacer con Portugal, Gibraltar, Ceuta, Melilla, Rosellón…?, se preguntaba. ¿Qué cultura o qué lengua elegir, la de qué de momento…?, seguía preguntándose. ¿Qué interpretación de la historia escoger?, para lo que mencionaba a varios historiadores, como Claudio Sánchez Albornoz, Américo Castro, Luis Vicens Vives, Pierre Vilar… Subirós llegaba a preguntarse por qué durante el franquismo y la transición en Cataluña mucha gente mostró irreverencia, entre la que se incluía él mismo, hacia España.

Pese a todo ello, afirmaba que “España no sólo existe, sino que tiene una existencia desbordante”. Y para intentar dejarse entender, se refirió a Jordi Pujol, de quien dijo que en varias ocasiones había salido en defensa de España como realidad histórica. La interpretación que hacía de esas palabras las resumía Subirós en dos razones: una, que negar la realidad objetiva española implicaría también negar la realidad objetiva catalana; la otra, que la idea moderna de Cataluña descansa en la relación, incluida la de oposición, con España.

El artículo del escritor granadino Francisco Ayala, “La identidad nacional”, salió el 16 de marzo. Partió de una referencia a su paisano Ángel Ganivet, quien en su obra Idearium español llegó a decir que “España consiste en una esencia nunca encarnada”. En un breve repaso a la historia del nacionalismo, resaltó el tránsito que se dio de las unificaciones alemana e italiana a un nacionalismo disgregador posterior, paralelo al “desarrollo tecnológico”. En el caso español, equiparó sus orígenes, en el siglo XVI, a los de Inglaterra y Francia, pero con un proceso que se frenó con los avatares políticos del siglo XIX y que la generación del 98 interpretó y contribuyó a difundir con la idea de “España como problema”. Para Ayala el error provenía de centrar ese problema en la realidad imperial de Castilla. La guerra civil agravó esa idea negativa de España, que “sólo ahora se está pugnando por superar”.

No faltó la colaboración de Camilo José Cela, en pleno éxito, pese a que todavía no había recibido el premio Nobel de Literatura. Lo hizo dentro de su columna fija “El asno de Buridián”, con un artículo titulado “La difícil respuesta” y publicado el 17 de marzo. Un título quizás confuso sobre su contenido. En vez de centrarse por contestar a la pregunta ¿qué es España, la desvió hacia el Reino Unido y Francia, recordando los problemas, por ejemplo, con el Ulster o el pueblo corso, respectivamente. En el caso de que se siguieran suscitando dudas, decía Cela que éstas valdrían también para el caso de “Cataluña o el País Vasco o Galicia o Andalucía o Castilla, etcétera”.

Concluía el artículo, con muestras de un claro escepticismo, que “quizá no sepamos qué vamos a ser todos los españoles de ahora en adelante, pero convendría que tan profundas y serias cuestiones no perdieran su propio sentido sumando mayores dudas”. ¿Y cuáles eran éstas? “Lo que, históricamente, hemos sido los españoles hasta ahora”. Cela se mostraba rotundo sobre el pasado, pero realista escéptico.

No podía faltar en esta cita Pedro Laín Entralgo, autor de “Ser español”, artículo publicado el 23 de marzo. El conocido escritor, médico de formación, historiador de la medicina, ensayista sobre lo español[3] y hasta director de la Academia de la Lengua, enumeró siete rasgos comunes que, según él, caracterizaban a los españoles: las “hazañas descollantes e irradiantes”; las gracias y costumbre populares; la escasa contribución a la ciencia y el pensamiento; el escaso arraigo del hábito de convivencia; la necesidad de revisar episodios sangrantes de nuestro pasado, como la Inquisición, las guerras civiles…; la convicción de que las deficiencias había que buscarlas dentro y no fuera de España; y, por último, que tales deficiencias no eran imputables a una debilidad biológica o a la peculiaridad geográfica. De todo ello concluía con una frase: “soy español por mi voluntad”.

El último de los artículos, con fecha 29 de marzo, fue obra de Luis Marañón, escritor y periodista. Siendo para mí el más irrelevante de los artículos y saliéndose de la línea de los anteriores, buscó la percepción de España desde el exterior a través de la figura de Ernest Hemingway. De ahí su título: “La España de don Ernesto”. Tras hacer una breve referencia a la imagen dejada por los escritores foráneos, sobre todo románticos del siglo XIX, se centró en la figura del escritor norteamericano. Citó una frase suya, anterior al periodo desarrollista del franquismo, acerca de que “España está aún sin destruir”, para después resaltar la idea que Hemingway tenía sobre la fiesta de los toros, a la que calificaba de “carácter épico”. Por lo demás, se dedicó a señalar la inspiración en varias de sus obras de temas españoles.


Mi idea de España allá por 1984 [4] 

Leía un El País atrasado (cosa lógica en este lugar) y un tema tratado o referido en dicho periódico me va a dar pie a escribir sobre él. ¿Qué es España?, se han preguntado, creo, unos cuantos intelectuales. Mi cabeza no está ahora para pensar tanto, pero voy a intentarlo. Yo me pregunto ¿existe España? Yo creo que sí, que como realidad objetiva existe. Otra cosa es analizarla y “diagnosticarla”. Que la historia ha creado un ente “más o menos abstracto, más o menos concreto”, es una cosa cierta. Que en la formación de esa realidad han participado las clases dominantes de dos formaciones sociales diferentes y contiguas (la feudal y la capitalista), es cierto. Que en ese camino han arrastrado a través de un proceso de ideologización a otras clases sociales, incluidas las dominadas, es cierto. Pero que ese proceso no ha sido uniforme, no ha estado exento de contradicciones, de contrariedades, de dificultades, etc., es cierto. Sinceramente pienso en la tragedia (así lo digo) de nuestro destino, el de los habitantes de la mayor parte de la península Ibérica. Porque se mezclan el pasado y el presente, el pasado progresista que entronca con el presente progresista y coincide con el reaccionario, el pasado reaccionario que entronca con el presente progresista y coincide con el reaccionario, etc. En fin un difícil problema, trágico problema. ¿Quién tiene razón, con quién o qué me alineo? Ante todo defiendo el derecho a la libre decisión, autodeterminación, de los pueblos a decidir por sí mismos lo que quieren. Pueblos con una mayor o menor personalidad histórica. Estoy seguro que acometiendo esa tarea, es decir, practicando ese derecho, se resolverían muchas cosas, empezando por descongestionar el trauma actual, eliminando errores que cometen hasta los más progresistas y abriendo nuevas perspectivas. Sólo así, creo, lograríamos que la pregunta o las preguntas a las que me referí al principio tuvieran contestación. No formal, de verborrea demagógica o pedante, sino una respuesta de fondo, real, justa, en definitiva. ¡Dejad que los pueblos hablen!



Notas

[1] Revolucionario francés, autor del famoso opúsculo Qué es el Tercer Estado, escrito en enero de 1789, previo a los acontecimientos revolucionarios de junio y julio, e inspirador doctrinal de los mismos. La nación la identificaba con el tercer estado y era entendida como la voluntad del conjunto de ciudadanos ejercida a través de la vida política activa.

[2] Se refiere al conjunto de doctrinas políticas que fundamentan la existencia de la nación como un colectivo con rasgos comunes en la historia, la cultura, etc. Va normalmente asociado a la idea de pueblo y tuvo una gran importancia en la cohesión de la población en las unificaciones alemana e italiana, aunque no es excluiva de las mismas.

[3] Quizás herencia de sus orígenes políticos falangistas, aunque con el tiempo se convirtiera en uno de los más famosos disidentes moderados del régimen.


[4] Escrito en Sofía, Bulgaria, el 6-4-84.