Al viento de Levante
Dicen que el viento levante
Se
nos lleva las ideas
Y
que nos turbia el talante
Pero
yo no le hago caso
Aprovecho
para escribir
De
mi mundo y del vivir
Y
cuando calma, repaso
Al
repasar aprovecho
Para
pensar lo ya escrito
Y
a veces borro lo hecho
Para
ponerlo distinto
Y
así ocurre una y cien veces
Nunca
me encuentro contento
Me
parece que no crece
La
calidad de mis versos
¿Será
por culpa del viento?
No
habrá que tomarlo a broma
Este
es un viento inquietante
Que
nubla el sol que se asoma
Cuando
lo tienes delante
Vuelan
todos los objetos
Vuela
la imaginación
Estamos
insatisfechos
Se
encoje el corazón
Los
mayores refunfuñan
Los
pequeños alborotan
La
mujer está de uñas
Y
las plantas ya ni brotan
Este
viento es excitante
No
nos deja meditar
Nada
se puede rimar
Es
el viento de levante
Que
parece un huracán
Pero
hay que vivir con él
Forma
parte de este clima
Se
le va teniendo estima
Y
hay que ceñirse a su ley
(Autor del blog Rincón de la
imaginación).
Con tu viento
I
Arriba
y abajo,
como
un peregrino
me
lleva tu canto
por
esos caminos.
Me
cuesta trabajo,
incluso
decirlo
y
el significado
real
no descifro
de
éste maremágnum
de
dulces sonidos
que
de vez en cuando
me
roba el latido.
Con
tu viento ando,
con
tu viento vivo
a
tu viento clamo
en
mis desatinos.
Y
un paisaje plano
sin
viñas ni olivos
yo
voy transitando
en
pos de un destino
que
se me ha parado,
que
se me ha perdido,
que
sabe a fracaso
si
no estoy contigo.
Es
hora de irse,
el
sol ya se ha puesto,
ya
pintó el eclipse
de
alquitrán el cielo.
Ya
se queja el cisne,
ya
llora el jilguero,
de
aquí a los confines
del
ancho universo
porque
en los perfiles
de
un rápido vuelo
de
mí tú te fuiste
prendida
en tu viento.
¡Que
frío y que triste
se
quedó el almendro!
¿Por
qué deshiciste
lo
que estaba hecho?
Sabes
que te quise
como
a nadie quiero
y
mi alma gime
porque
no te tengo.
Ya
nada me sirve,
ya
todo se ha muerto.
Es
como un desfile
de
amargos recuerdos.
II
Tu
viento mecía mi abeto
y
hacía girar mi molino,
me
empujaba a mar abierto
y
aupaba mi andar cansino,
avanzaba
pecho adentro
convertido
en torbellino
despejando
por momentos
a
niebla de mis sentidos.
Sin
chispa ya y sin talento,
desgastado
y aburrido,
la
pobreza de mis versos
es
la muestra de mi hastío.
(Viento de Levante, pseudónimo).
El levante
De
repente, la atmósfera se vuelve grávida y tersa, se hace espesa la luz y a la
vez más diáfana, el pensamiento se nos nubla y parece afilarse como un
cuchillo, con ganas de herir.
"Viene
levante".
Llegan
bandadas de insectos, se cuelan en las casas. Libélulas y diablillos verdosos,
con sus élitros como de cristal resquebrajado.
Los
perros ladran sin porqué…
Y
el viento de levante rompe al fin, suntuoso y demente, doblegando los árboles,
dando vuelo a las arenas, batiendo puertas y ventanas, y el mundo parece
entonces un espejismo oscilante, un lugar medianamente maldito.
La
gente camina cabizbaja, con porte sombrío de conspiradores, con mirada huidiza.
En el cielo, las gaviotas planean igual que cometas, inmóviles casi,
momificadas en el vacío. La playa es un remolino de oro. Apestan los husillos,
porque este viento remueve incluso los submundos.
Pasa
por la realidad, en fin, el dios pagano, el dios invisible y loco, y todo
tiembla.
(Felipe Benítez Reyes).
Es bueno convivir con
nuestros sueños, pero en habitaciones separadas
Nunca
ha sabido nadie el peso de los sueños.
Azules
son sus pies,
pero
nadie ha llegado a predecir el color, la forma de sus huellas.
Yo
vengo de unos sueños que son como un país,
recuerdo
los veranos,
conozco
la caída de sus hojas,
sus
épocas de lluvia
sobre
la libertad y las banderas.
Tampoco
nadie sabe cuánto tardan los sueños
en
ponerse intratables amarillos,
en
decir la verdad de sus mentiras,
en
doler por los muebles de la casa
tropezando
con todo y rompiendo las copas.
Cuando
expulsé a los sueños para no traicionar la realidad, conocía su herida,
el
peso de la noche y su presencia, pero no calculaba su vacío.
El
vacío de un sueño
pesa
como la risa de los cínicos,
como
los ojos débiles que miran a otro lado, como el soberbio
de
pureza fría que vive más allá de las tormentas.
Los
paraguas se vuelven del revés por decisión del viento de levante,
/ y la altura
del cínico
se
parece a una torre de marfil igual que las promesas del ingenuo.
Llamo
para pedirles que regresen,
me
humillo en el teléfono, les digo
lo
que quieren oír sobre su ausencia.
Y
cuando vuelven tengo preparadas
dos
camas en distintos dormitorios,
dos
frentes, dos verdades
al
otro lado del pasillo,
para
quedar en medio y vigilamos.
Si
beben demasiado, no les dejo
negar la realidad de forma temeraria.
Y
si yo me comporto como un cínico,
se abrazan a mis pies, menos azules
y
mucho más cansados,
para
que no los borre de mi agenda.
Resistimos
así el paso de los años.
Convivo
con mis sueños,
pero
en habitaciones separadas.
(Luis García Montero).
Levante
el
cielo arde.
tiembla
el bosque.
el
cielo arde,
hasta
la sierra tiembla
los
hombres doblan la frente,
es
él
¡es
él!
llega
para arrastrarlo todo
¡sopla
Levante sopla!
¡sopla
Viento de Viaje!
ábreme
los cruces de la tierra
¡sopla
sopla!
¡llévate
mi alma!
más
allá del horizonte de mi vida
en
la tierra virgen de un día
nuevo
de Viaje.
(Alejandro Sidonia).
Levantera
Una espiral diminuta,
una ráfaga,
un rasgueo
desenfrenado
de
guitarra.
La caja de
Pandora
se desata.
Nadie puede
hacer
nada.
La quietud,
hecha añicos,
estalla.
Vocea el
tendero su dolor
de espalda.
Una señora
sostiene el vaivén
de su falda.
En silencio
una voz grita
desaforada.
—¡Vete a la
mierda, niño
-exclama.
—A la
mierda te vas tú,
pánfila.
Un tropel
de niños enloquecidos
brama
a la hora
del primer recreo
de la
mañana.
La loca del
barrio su locura
desata
y ríe
bulliciosa frente al espejo
de la
estancia.
Son
interminables las colas
del
psiquiatra.
En la
batidora se agita el perfil
del mapa
y Dios
canta por peteneras
una taranta.
Las papeles
de las papeleras
saltan
y giran y
giran, con frenesí,
en la
plaza.
Los
turistas por los aires
danzan.
Un peine de
invisibles púas
peina la
playa
y se cubre
de arena la tortilla
de papas.
De repente
los remolinos
se paran
y tras la
tempestad vuelve
la calma.
Cesa
el rasgueo
de la
guitarra,
la Caja de
Pandora cierra
su tapa.
El tendero
alivia su dolor
de
espaldas.
La señora
deja de plisarse
la falda.
La voz
desaforada afina
su
garganta.
─¡Hola!, ¿cómo estás, niño?
-proclama.
─Estoy muy
bien señora,
gracias.
Los niños
en el colegio
cantan
y forman en
fila con el sonido
de la
campana.
La loca
deja de estar loca
y se calma.
Menguan las
largas colas
del
psiquiatra.
Dios hace acto de contrición
y se larga.
Y los
contornos vuelven
al mapa.
Los papeles
sobre las aceras
descansan,
y los
turistas repliegan
sus alas.
El sol firma
una tregua con la arena
de la
playa.
Y Eolo se
fue tan pancho,
como si
nada.
(Francisco Malia Sánchez).
Tribunal del viento
El
rudo viento de levante arrastra
la
arena hasta los soportales
y
entra en los dormitorios y toma posesión
de
los enseres indistintos,
se
asocia a las cortinas y a las sábanas,
cuartea
la vetusta madera de la noche.
Y
sucede de pronto que también
hostigan
a la vida esos furiosos aguijones,
ese
acérrimo enjambre
de
historias polvorientas, mientras
se
van superponiendo alrededor
soñolientos
algodones del cansancio.
A
mi quererla el tribuna del viento.
(José Manuel Caballero Bonald).
Viento de levante
Agitado
de ropas sacudidas
que
al loco vendaval-desarbolados
torres,
veletas, cúpulas, terrados-
gritan
como banderas combatidas.
Batallas
que se dieran por perdidas
al
filo de los cielos cimbreados,
sábanas
blancas, cuerpos inflamados,
blusas
sin senos por el sol henchidas.
Tundido
a golpes silbadores vienes
y
vas, doblado y vas, rotas las sienes,
iluso
en tu avanzar, sin movimiento.
Siglos
de sacudidas sin reposo,
el
viento, el viento súbito en acoso,
el
viento de levante, siempre el viento.
(Rafael Alberti).
Viento de levante
Por
las callejas encaladas,
olorosas
a peces y a bodegas,
parecía
un rey loco y vagabundo,
vieja
la barba, la mirada joven,
ebrio
de ron o de nostalgia.
El
viento le seguía como un ronco
fantasma
polvoriento,
dando
portazos por los callejones.
Crujía
el pueblo como un viejo barco.
Por
todas partes resonaba el mar.
(Fernando Sabido Sánchez).
Viento de Levante
Ven,
arrebata raudo mi sentido,
eres
la fuerza que mi tierra enciende
en
llamas de aire que su luz extiende,
ráfaga
de vida, ardiente latido.
Envuélveme
en tu soplo embravecido,
y
que así penetre mi ser tu duende,
arrebóleme
el halo que desprende
tu
fugaz estela, agudo silbido.
Tu divina locura creadora
se
trueque en mí mies de fruto abundante,
gracia
de tu energía arrolladora,
que
mi alma eleva en éxtasis amante
rendida
ya ante tu aura inspiradora,
don
de los dioses, viento de Levante.
(Inma Calderón).
Viento de Levante
Albatros
sobre los mares,
susurros
de caracolas;
y
pisadas de nativa desnudez posadas sobre la ribera marina.
Se
esparce el aroma de la espuma blanca,
a
través de la costa,
bajo
una primavera de añil y jade.
El
andar perfumado de lunas y cuerdas,
procedente
del litoral mediterráneo.
Un
reposo sumergido en el océano;
acordes
tibios sinuosos excitantes,
estrofas
y colores;
en
las boreales voluptuosas de un canto literario.
Girones
de provincias,
un
afluente de constelaciones;
que
ardientes anidan dentro cada pupila quimera, de infinito oleaje.
En
cada metáfora,
un
manantial de invitaciones
sobre
los labros de uvas recién sesgadas.
Un
velamen,
conducido
por vientos que se esparcen
con
la fragancia de barricas del tinto.
Insustancial
demora…
bajo
el canto del rostro,
donde
se unan los vuelos, el hálito y los suaves besos.
Que
no daría yo…
por
estremecerme al talle,
con
el abrazo del viento de levante.
(Gabriela Ponce de León).
Viento de Levante
Tableteo
siniestro.
Otro
día más,
azotando
las persianas.
(Del
alma).
Viento
lóbrego y espeso,
sopla
fuerte
por
las calles y las plazas.
Solano.
Terrible
viento, agazapado
detrás
de las esquinas.
Al
acecho.
Ozono
puro que contrae
los
pulmones
y
te asfixia
y
te fatiga…
Hay
cenizas en el cielo.
Y
en su rastro se dibuja...
un
reguero sombrío de locura
entre
palmeras despeinadas
de
avenidas polvorientas.
Ni
un aullido de los perros.
Ni
un trino de los pájaros.
Ni
un sonido de los pasos.
Solo
su terrible silbo...
¡Solo
su silbo terrible!
Remolinos,
tintineos
de
la arena en los cristales
de
tu cuerpo.
No
hay nadie.
En
estos extraños días
extrañamente
no
hay nadie.
Estos
días de trincheras
que
mastican ansiedad,
desasosiego,
desazón
y pesadumbre
una árida inquietud
de
sombra inerte.
¿Muerte?
Eolo.
Ese
dios mediterráneo
flagelante,
que
revuelve tu oleaje
y
que sube, inclemente,
tus
espesas mareas de la tarde.
(Marejada
gris en tu cabeza…).
Viento
maldito
que
te arrastra,
que
te empuja,
te
vacía
y
te devasta…
(Tus
ojos, de tierra y grava blanca).
...
Y no hay nadie por la calle,
tan
solo su gemido acelerado.
(Me
repliego).
...
No hay, tampoco, nadie dentro…
¿Fuera?
¿Dentro?
Dos
paisajes desolados.
Yermos.
...
Nadie…no hay nadie fuera.
(Pero
están llenas las calles,
todas
llenas...
ocupadas
por completo por el aire).
Y
por dentro…
(Ya
no me queda nada dentro).
Solo
viento…
(María Prieto).
Viento
de levante
la
luna llena-
sonido
de tambores
con
el levante.
En
el suelo, los pétalos
de
rosas, marchitándose.
(marya Jesús).
Yambos del viento de
Levante
Con
solano impetuoso harás pedazos
las
naves de Tarsich.
Salmo XLVIII, v. 8.
Levante:
viento sabio, trotador de los mundos,
que
en las olas volcabas las naves de alto bordo
de
Tartesos, la sabia;
mensaje
del desierto:
respiración
del negro continente
entre
los gordos labios
espumosos
del Atlas.
Levante:
largo, ardiente y arenoso:
cimitarra
de Dios sobre los trigos
temblorosos
de Europa, rubia y blanca.
Atleta
de los aires
con
músculos de luz y pies de plata:
sabio
de siglos y de forcejeos
con
la cintura esquiva de las palmas
y
los brazos membrudos
de
los dragos, que sangran
colores
y recuerdos.
Toro bravo,
que
se descuerna y brama
en
la barrera doble
de
Tarifa y Ronda, con sus pinos
y
sus dehesas coloradas.
¡Corred,
corred, que viene;
corred,
que nos alcanza!,
de
una en otras las flores,
amarillas
y blancas,
se
gritan, temblorosas,
orillas
de la Janda.
Y
se le ve venir, cómo, gigante,
con
su manto de nubes y de arena
y
su turbante de hojas secas, salta
por
Trafalgar cantando
sus
canciones de susto sin palabras.
(¡Cómo
tiemblan las flores
orillas
de la Janda!).
Todo:
el mar, y los cielos, y los árboles,
cuerdas
para su arpa.
Y
los genios del mar cierran, a golpes,
balcones
invisibles y ventanas.
Y
las esquinas todas
gritan,
zamarreadas
por
las manos del monstruo,
como
vírgenes blancas.
¡Y
él, cara al sol, cantando
con
locas carcajadas,
segador
de veletas,
cruces,
torres y ramas!
Hasta
que, satisfecho
y
harto, el monstruo descansa
con
un soplido tenue
de
modorra pesada.
En
el suelo, hojas secas…,
y
flores…, y unas ramas…
Y
la paz en las cosas…
Y
un baño de oro viejo,
seco
y enjuto, sobre las espigas
y sobre las almas.
¡Y
es que ha pasado, trotador y altivo,
con
el Mundo y el Tiempo en las espaldas,
harto
de siglos y de tierra, el viento
de
la Sabiduría centenaria!
(José María Pemán).