domingo, 22 de mayo de 2022

El viento de levante en la poesía


Al viento de Levante

Dicen que el viento levante
Se nos lleva las ideas
Y que nos turbia el talante
Pero yo no le hago caso
Aprovecho para escribir
De mi mundo y del vivir
Y cuando calma, repaso

Al repasar aprovecho
Para pensar lo ya escrito
Y a veces borro lo hecho
Para ponerlo distinto

Y así ocurre una y cien veces
Nunca me encuentro contento
Me parece que no crece
La calidad de mis versos
¿Será por culpa del viento?

No habrá que tomarlo a broma
Este es un viento inquietante
Que nubla el sol que se asoma
Cuando lo tienes delante

Vuelan todos los objetos
Vuela la imaginación
Estamos insatisfechos
Se encoje el corazón

Los mayores refunfuñan
Los pequeños alborotan
La mujer está de uñas
Y las plantas ya ni brotan

Este viento es excitante
No nos deja meditar
Nada se puede rimar
Es el viento de levante
Que parece un huracán

Pero hay que vivir con él
Forma parte de este clima
Se le va teniendo estima
Y hay que ceñirse a su ley

(Autor del blog Rincón de la imaginación).


Con tu viento

I

Arriba y abajo,
como un peregrino
me lleva tu canto
por esos caminos.
Me cuesta trabajo,
incluso decirlo
y el significado
real no descifro
de éste maremágnum
de dulces sonidos
que de vez en cuando
me roba el latido.
Con tu viento ando,
con tu viento vivo
a tu viento clamo
en mis desatinos.
Y un paisaje plano
sin viñas ni olivos
yo voy transitando
en pos de un destino
que se me ha parado,
que se me ha perdido,
que sabe a fracaso
si no estoy contigo.

Es hora de irse,
el sol ya se ha puesto,
ya pintó el eclipse
de alquitrán el cielo.
Ya se queja el cisne,
ya llora el jilguero,
de aquí a los confines
del ancho universo
porque en los perfiles
de un rápido vuelo
de mí tú te fuiste
prendida en tu viento.

¡Que frío y que triste
se quedó el almendro!
¿Por qué deshiciste
lo que estaba hecho?
Sabes que te quise
como a nadie quiero
y mi alma gime
porque no te tengo.
Ya nada me sirve,
ya todo se ha muerto.
Es como un desfile
de amargos recuerdos.

II

Tu viento mecía mi abeto
y hacía girar mi molino,
me empujaba a mar abierto
y aupaba mi andar cansino,
avanzaba pecho adentro
convertido en torbellino
despejando por momentos
a niebla de mis sentidos.
Sin chispa ya y sin talento,
desgastado y aburrido,
la pobreza de mis versos
es la muestra de mi hastío.

(Viento de Levante, pseudónimo).


El levante

De repente, la atmósfera se vuelve grávida y tersa, se hace espesa la luz y a la vez más diáfana, el pensamiento se nos nubla y parece afilarse como un cuchillo, con ganas de herir.

"Viene levante".

Llegan bandadas de insectos, se cuelan en las casas. Libélulas y diablillos verdosos, con sus élitros como de cristal resquebrajado.

Los perros ladran sin porqué…

Y el viento de levante rompe al fin, suntuoso y demente, doblegando los árboles, dando vuelo a las arenas, batiendo puertas y ventanas, y el mundo parece entonces un espejismo oscilante, un lugar medianamente maldito.

La gente camina cabizbaja, con porte sombrío de conspiradores, con mirada huidiza. En el cielo, las gaviotas planean igual que cometas, inmóviles casi, momificadas en el vacío. La playa es un remolino de oro. Apestan los husillos, porque este viento remueve incluso los submundos.

Pasa por la realidad, en fin, el dios pagano, el dios invisible y loco, y todo tiembla.

(Felipe Benítez Reyes).


Es bueno convivir con nuestros sueños, pero en habitaciones separadas

Nunca ha sabido nadie el peso de los sueños.
Azules son sus pies,
pero nadie ha llegado a predecir el color, la forma de sus huellas.
Yo vengo de unos sueños que son como un país,
recuerdo los veranos,
conozco la caída de sus hojas,
sus épocas de lluvia
sobre la libertad y las banderas.
Tampoco nadie sabe cuánto tardan los sueños
en ponerse intratables amarillos,
en decir la verdad de sus mentiras,
en doler por los muebles de la casa
tropezando con todo y rompiendo las copas.
Cuando expulsé a los sueños para no traicionar la realidad, conocía su herida,
el peso de la noche y su presencia, pero no calculaba su vacío.
El vacío de un sueño
pesa como la risa de los cínicos,
como los ojos débiles que miran a otro lado, como el soberbio
de pureza fría que vive más allá de las tormentas.
Los paraguas se vuelven del revés por decisión del viento de levante, 
                                                                  / y la altura del cínico
se parece a una torre de marfil igual que las promesas del ingenuo.
Llamo para pedirles que regresen,
me humillo en el teléfono, les digo
lo que quieren oír sobre su ausencia.
Y cuando vuelven tengo preparadas
dos camas en distintos dormitorios,
dos frentes, dos verdades
al otro lado del pasillo,
para quedar en medio y vigilamos.
Si beben demasiado, no les dejo 
negar la realidad de forma temeraria.
Y si yo me comporto como un cínico, 
se abrazan a mis pies, menos azules
y mucho más cansados,
para que no los borre de mi agenda.

Resistimos así el paso de los años.
Convivo con mis sueños,
pero en habitaciones separadas.

(Luis García Montero).


Levante

el cielo arde.
tiembla el bosque.
el cielo arde,

hasta la sierra tiembla
los hombres doblan la frente,
es él
¡es él!
llega para arrastrarlo todo
¡sopla Levante sopla!
¡sopla Viento de Viaje!
ábreme los cruces de la tierra
¡sopla sopla!
¡llévate mi alma!
más allá del horizonte de mi vida
en la tierra virgen de un día
nuevo de Viaje.

(Alejandro Sidonia).


Levantera

Una espiral diminuta,
una ráfaga,

un rasgueo desenfrenado
de guitarra.

La caja de Pandora
se desata.

Nadie puede hacer
nada.

La quietud, hecha añicos,
estalla.

Vocea el tendero su dolor
de espalda.

Una señora sostiene el vaivén
de su falda.

En silencio una voz grita
desaforada.

—¡Vete a la mierda, niño
-exclama.

—A la mierda te vas tú,
pánfila.

Un tropel de niños enloquecidos
brama

a la hora del primer recreo
de la mañana.

La loca del barrio su locura
desata

y ríe bulliciosa frente al espejo
de la estancia.

Son interminables las colas
del psiquiatra.

En la batidora se agita el perfil
del mapa

y Dios canta por peteneras
una  taranta.

Las papeles de las papeleras
saltan

y giran y giran, con frenesí,
en la plaza.

Los turistas  por los aires
danzan.

Un peine de invisibles púas
peina la playa

y se cubre de arena la tortilla
de papas.

De repente los remolinos
se paran

y tras la tempestad vuelve
la calma.

Cesa el  rasgueo
de la guitarra,

la Caja de Pandora cierra
su tapa.

El tendero alivia su dolor
de espaldas.

La señora deja de plisarse
la falda.

La voz desaforada afina
su garganta.

─¡Hola!, ¿cómo estás, niño?
-proclama.

─Estoy muy bien señora,
gracias.

Los niños en el colegio
cantan

y forman en fila con el sonido
de la campana.

La loca deja de estar loca
y se calma.

Menguan las largas colas
del psiquiatra.

Dios  hace acto de contrición
y se larga.

Y los contornos vuelven
al mapa.

Los papeles sobre las aceras
descansan,

y los turistas repliegan
sus alas.

El sol firma una tregua con la arena
de la playa.

Y Eolo se fue tan pancho,
como si nada. 

(Francisco Malia Sánchez).


Tribunal del viento

El rudo viento de levante arrastra
la arena hasta los soportales
y entra en los dormitorios y toma posesión
de los enseres indistintos,
se asocia a las cortinas y a las sábanas,
cuartea la vetusta madera de la noche.

Y sucede de pronto que también
hostigan a la vida esos furiosos aguijones,
ese acérrimo enjambre
de historias polvorientas, mientras
se van superponiendo alrededor
soñolientos algodones del cansancio.

A mi quererla el tribuna del viento.

(José Manuel Caballero Bonald).


Viento de levante

Agitado de ropas sacudidas
que al loco vendaval-desarbolados
torres, veletas, cúpulas, terrados-
gritan como banderas combatidas.
Batallas que se dieran por perdidas
al filo de los cielos cimbreados,
sábanas blancas, cuerpos inflamados,
blusas sin senos por el sol henchidas.
Tundido a golpes silbadores vienes
y vas, doblado y vas, rotas las sienes,
iluso en tu avanzar, sin movimiento.
Siglos de sacudidas sin reposo,
el viento, el viento súbito en acoso,
el viento de levante, siempre el viento.

(Rafael Alberti).


Viento de levante

Por las callejas encaladas,
olorosas a peces y a bodegas,
parecía un rey loco y vagabundo,
vieja la barba, la mirada joven,
ebrio de ron o de nostalgia.
El viento le seguía como un ronco
fantasma polvoriento,
dando portazos por los callejones.
Crujía el pueblo como un viejo barco.
Por todas partes resonaba el mar.

(Fernando Sabido Sánchez).


Viento de Levante

Ven, arrebata raudo mi sentido,
eres la fuerza que mi tierra enciende
en llamas de aire que su luz extiende,
ráfaga de vida, ardiente latido.

Envuélveme en tu soplo embravecido,
y que así penetre mi ser tu duende,
arrebóleme el halo que desprende
tu fugaz estela, agudo silbido.

Tu divina locura creadora
se trueque en mí mies de fruto abundante,
gracia de tu energía  arrolladora,

que mi alma eleva en éxtasis amante
rendida ya ante tu aura inspiradora,
don de los dioses, viento de Levante.

(Inma Calderón).


Viento de Levante

Albatros sobre los mares,
susurros de caracolas;
y pisadas de nativa desnudez posadas sobre la ribera marina.

Se esparce el aroma de la espuma blanca,
a través de la costa,
bajo una primavera de añil y jade.

El andar perfumado de lunas y cuerdas,
procedente del litoral mediterráneo.

Un reposo sumergido en el océano;
acordes tibios sinuosos excitantes,
estrofas y colores;
en las boreales voluptuosas de un canto literario.

Girones de provincias,
un afluente de constelaciones;
que ardientes anidan dentro cada pupila quimera, de infinito oleaje.

En cada metáfora,
un manantial de invitaciones
sobre los labros de uvas recién sesgadas.

Un velamen,
conducido por vientos que se esparcen
con la fragancia de barricas del tinto.

Insustancial demora…
bajo el canto del rostro,
donde se unan los vuelos, el hálito y los suaves besos.

Que no daría yo…
por estremecerme al talle,
con el abrazo del viento de levante.

(Gabriela Ponce de León).


Viento de Levante

Tableteo siniestro.
Otro día más,
azotando las persianas.
(Del alma).

Viento lóbrego y espeso,
sopla fuerte
por las calles y las plazas.

Solano.

Terrible viento, agazapado
detrás de las esquinas.
Al acecho.

Ozono puro que contrae
los pulmones
y te asfixia
y te fatiga…

Hay cenizas en el cielo.
Y en su rastro se dibuja...
un reguero sombrío de locura
entre palmeras despeinadas
de avenidas polvorientas.

Ni un aullido de los perros.
Ni un trino de los pájaros.
Ni un sonido de los pasos.
Solo su terrible silbo...
¡Solo su silbo terrible!

Remolinos, tintineos
de la arena en los cristales
de tu cuerpo.

No hay nadie.
En estos extraños días
extrañamente
no hay nadie.

Estos días de trincheras
que mastican ansiedad,
desasosiego,
desazón y pesadumbre
una árida inquietud
de sombra inerte.

¿Muerte?

Eolo.
Ese dios mediterráneo
flagelante,
que revuelve tu oleaje
y que sube, inclemente,
tus espesas mareas de la tarde.

(Marejada gris en tu cabeza…).

Viento maldito
que te arrastra,
que te empuja,
te vacía
y te devasta…

(Tus ojos, de tierra y grava blanca).

... Y no hay nadie por la calle,
tan solo su gemido acelerado.

(Me repliego).

... No hay, tampoco, nadie dentro…

¿Fuera? ¿Dentro?
Dos paisajes desolados.
Yermos.

... Nadie…no hay nadie fuera.

(Pero están llenas las calles,
todas llenas...
ocupadas por completo por el aire).

Y por dentro…

(Ya no me queda nada dentro).

Solo viento…

(María Prieto).


Viento de levante

la luna llena-
sonido de tambores
con el levante.
En el suelo, los pétalos
de rosas, marchitándose.

(marya Jesús).


Yambos del viento de Levante

Con solano impetuoso harás pedazos
las naves de Tarsich.
Salmo XLVIII, v.  8.

Levante: viento sabio, trotador de los mundos,
que en las olas volcabas las naves de alto bordo
de Tartesos, la sabia;
mensaje del desierto:
respiración del negro continente
entre los gordos labios
espumosos del Atlas.

Levante: largo, ardiente y arenoso:
cimitarra de Dios sobre los trigos
temblorosos de Europa, rubia y blanca.

Atleta de los aires
con músculos de luz y pies de plata:
sabio de siglos y de forcejeos
con la cintura esquiva de las palmas
y los brazos membrudos
de los dragos, que sangran
colores y recuerdos.
                            Toro bravo,
que se descuerna y brama
en la barrera doble
de Tarifa y Ronda, con sus pinos
y sus dehesas coloradas.

¡Corred, corred, que viene;
corred, que nos alcanza!,
de una en otras las flores,
amarillas y blancas,
se gritan, temblorosas,
orillas de la Janda.

Y se le ve venir, cómo, gigante,
con su manto de nubes y de arena
y su turbante de hojas secas, salta
por Trafalgar cantando
sus canciones de susto sin palabras.

(¡Cómo tiemblan las flores
orillas de la Janda!).

Todo: el mar, y los cielos, y los árboles,
cuerdas para su arpa.
Y los genios del mar cierran, a golpes,
balcones invisibles y ventanas.

Y las esquinas todas
gritan, zamarreadas
por las manos del monstruo,
como vírgenes blancas.

¡Y él, cara al sol, cantando
con locas carcajadas,
segador de veletas,
cruces, torres y ramas!

Hasta que, satisfecho
y harto, el monstruo descansa
con un soplido tenue
de modorra pesada.

En el suelo, hojas secas…,
y flores…, y unas ramas…
Y la paz en las cosas…

Y un baño de oro viejo,
seco y enjuto, sobre las espigas
y sobre las almas.

¡Y es que ha pasado, trotador y altivo,
con el Mundo y el Tiempo en las espaldas,
harto de siglos y de tierra, el viento
de la Sabiduría centenaria!

(José María Pemán).