miércoles, 22 de diciembre de 2021

Poemas para la llegada del invierno

Canción de amiga

Nadie recuerda un invierno tan frío como éste.

Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas son destellos de hielo.

Helado está también mi corazón,
pero no fue en invierno.
Mi amiga,
mi dulce amiga,
aquella que me amaba,
me dice que ha dejado de quererme.

No recuerdo un invierno tan frío como éste.

(Ángel González).


De invierno

En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón.

El fino angora blanco junto a ella se reclina,
rozando con su hocico la falda de Aleçón,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.

Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño:
entro, sin hacer ruido: dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño

como una rosa roja que fuera flor de lis.
Abre los ojos; mírame con su mirar risueño,
y en tanto cae la nieve del cielo de París.

(Rubén Darío).


Frío como el infierno

Roma, 1995

Estamos en invierno y esto es Roma
y tú no estás.
                    Yo voy de un lado a otro
de tu nombre,
                    lo mismo
que un oso en una jaula;
                                   marco un número;
pongo la radio, escucho una canción
de Patti Smith dar vueltas dentro de Patti Smith
igual que un gato en una lavadora.

Estamos en invierno y yo busco un cuchillo;
miro la calle;
                  pienso en Pasolini;
coges una naranja con mi mano.

Y esto es Roma.
                       La nieve
convierte la ciudad en una parte del cielo,
ilumina la noche,
deja sobre las casas su ángel multiplicado.

Y tú no estás.
                    Yo cierro una ventana,
miro el televisor,
                        leo a Ungaretti,
                                              pienso:
la distancia es azul,
yo soy lo único que hay entre tú y este frío.
Estamos en invierno y esta ciudad no es Roma
ni ninguna otra parte.
                               Miro atrás
y puedo verlo: acabas de apagar una lámpara;
has cerrado los ojos
y sueñas con un bosque;
                                    de repente
alargas una mano,
                           buscas una manzana
que está en el otro lado de la mujer dormida...
 
Mientras,
             yo odio este mundo frío como el infierno
y el cansancio que caza lentamente mis ojos;
odio al lobo que has puesto en la palabra noche
y la forma en que llenas la habitación vacía.
Odio lo que veré
desde hoy y para siempre: tus pisadas
en la nieve de Roma, donde nunca has estado.

(Benjamín Prado).


Hijo en el invierno
 
El tren se detenía antes del alba
en la estación desierta. Caminábamos
sintiendo el aire frío
por las calles oscuras y vacías
hasta que se encendieron las luces de un café.
Allí esperamos a que amaneciera
y a que se abriera la Maternidad.
En una madrugada fuimos ricos.
Al fondo de nosotros podemos ver aún
amanecer en las estrechas calles
y la hilera de cunas en penumbra.
Hoy aquel niño es músico de jazz.
Mientras escucho cómo toca el saxo
en este club de Ciutat Vella,
se iluminan al fondo del pequeño escenario
los cristales de un tren o de un café al alba:
a luz tenue que aún sigue encendida
allí donde empezó,
tímidamente, nuestro amor por él.

(Joan Margarit).


Invierno

Cuando me acerco hasta tu orilla,
luz del invierno, me deshojas
y el amarillo de mis frutos
sufre desnudo por la sombra.
Van por el cielo nubes grandes,
celestes rocas misteriosas,
mientras un pájaro abatido
hiere la tarde y se desploma...

Triste es la carne, triste el alma,
triste la tierra oscura y roja.
Bajo los árboles helados
toda mi vida es una boca
que ya no sabe de los zumos
con que embriagaba su sed honda.

Puedo morirme... Ya he sabido
cómo se mueren otras rosas,
cómo se ocultan en la nada
todos los ramos de las frondas...
Pero mi vida no es lo mismo,
puede aún decir algunas cosas
contemplando cómo tus dedos,
luz del invierno, me deshojan.

(José Luis Hidalgo).


Jardín de invierno

Llega el invierno. Espléndido dictado
me dan las lentas hojas
vestidas de silencio y amarillo.

Soy un libro de nieve,
una espaciosa mano, una pradera,
un círculo que espera,
pertenezco a la tierra y a su invierno.

Creció el rumor del mundo en el follaje,
ardió después el trigo constelado
por flores rojas como quemaduras,
luego llegó el otoño a establecer
la escritura del vino:
todo pasó, fue cielo pasajero
la copa del estío,
y se apagó la nube navegante.

Yo esperé en el balcón tan enlutado,
como ayer con las yedras de mi infancia,
que la tierra extendiera
sus alas en mi amor deshabitado.

Yo supe que la rosa caería
y el hueso del durazno transitorio
volvería a dormir y a germinar:
y me embriagué con la copa del aire
hasta que todo el mar se hizo nocturno
y el arrebol se convirtió en ceniza.

La tierra vive ahora
tranquilizando su interrogatorio,
extendida la piel de su silencio.

Yo vuelvo a ser ahora
el taciturno que llegó de lejos
envuelto en lluvia fría y en campanas:
debo a la muerte pura de la tierra
la voluntad de mis germinaciones.

(Pablo Neruda).


Nos casaremos en invierno

Nos casaremos ahora que llueve a carcajadas.
Vos y yo y la tierra celebraremos juntos
el verdor de los cuerpos,
el sexo de las flores,
el polen de la risa
y todas las estrellas
que vienen confundidas
en la gota de lluvia.
Pondremos inviernos en el amor
para verlo crecer
al ritmo de las plantas.
Uniremos las nubes
para formar el trueno,
uniremos la tierra con el agua.
Nos casaremos con el cielo cerrado,
cuando suenen los techos
como ametralladoras
y el canto de las ranas
suba desde el jardín
junto con un cortejo de hormigas voladoras.
Nos casaremos sin sombrillas, amor,
con la cabeza descubierta,
en un patio mojado,
oloroso de tierra,
sin otra sed más que la del uno por el otro,
con la ropa empapada,
juntando nuestros quehaceres
para que se venga el temporal
que lo va a lavar todo,
como la lluvia, amor, de cuando nos casemos.

(Gioconda Belli).


Rêvé pour l’hiver

À elle

L’hiver, nous irons dans un petit wagon rose
avec des coussins bleus.
Nous serons bien. Un nid de baisers fous repose
dans chaque coin moelleux.

Tu fermeras l’oeil, pour ne point voir, par la glace,
grimacer les ombres des soirs,
Ces monstruosités hargneuses, populace
De démons noirs et de loups noirs.

Puis tu te sentiras la joue égratignée…
un petit baiser, comme une folle araignée,
te courra par le cou…

Et tu me diras: “Cherche!”, en inclinant la tête,
– Et nous prendrons du temps à trouver cette bête
– Qui voyage beaucoup…

[Sueño para el invierno

A ella…

En el invierno iremos en un pequeño vagón rosa
con los cojines azules
Estaremos bien. Descansará un nido de besos locos
en cada suave rincón.

Cerrarás los ojos para no ver por los cristales
las muecas de las sombras de la tarde,
esos monstruos amenazantes, gentío
de demonios y lobos negros.

Después sentirás la mejilla arañada…
un pequeño beso, como de una araña loca
que corre por tu cuello.
 
Y me dirás: “¡Busca!», inclinando la cabeza.
Y nos tomaremos tiempo para encontrar esa bestia
que tanto viaja…].

(Arthur Rimbaud).


Sol de invierno

Es mediodía. Un parque.
Invierno. Blancas sendas;
simétricos montículos
y ramas esqueléticas.
Bajo el invernadero,
naranjos en maceta,
y en su tonel, pintado
de verde, la palmera.
Un viejecillo dice,
para su capa vieja:
"¡El sol, esta hermosura
de sol!...". Los niños juegan.
El agua de la fuente
resbala, corre y sueña
lamiendo, casi muda,
la verdinosa piedra.

(Antonio Machado).


Solo a dos voces

En ninguna otra lengua occidental son tantas las palabras
fantasmas…
J. COROMINAS

Si decir No
al mundo al presente
hoy (solsticio de invierno)
no es decir
decir es solsticio de invierno
hoy en el mundo
no
es decir
decir mundo presente
no es decir
¿qué es
Mundo Solsticio Invierno?
¿Qué es decir?
 
Desde hace horas
oigo caer, en el patio negro,
una gota de agua.
Ella cae y yo escribo.

Solsticio de invierno:
sol parado,
mundo errante.
Sol desterrado,
fijeza al rojo blanco.
La tierra blanca negra,
dormida,
sobre sí misma echada,
es una piedra caída.
Ánima en pena
el mundo,
peña de pena
el alma,
pena entrañas de piedra.

Cae la gota invisible
sobre el cementerio húmedo.
Cae también en mi cuarto.
A la mitad del pensamiento
me quedo, como el sol,
parado
en la mitad de mí,
separado.

Mundo mondo,
Sonaja de semillas semánticas:
Vírgenes móndigas
(múndicas,
las que llevan el mundum
el día de la procesión),
muchachas cereales
ofrendan a Ceres panes y ceras;
muchachas trigueñas,
entre el pecho y los ojos
alzan la monda,
Pascua de Resurrección:
Señora del Prado,
sobre tu cabeza,
como una corona cándida,
la canasta del pan.
Incandescencias del candeal,
muchachas, cestas de panes,
pan de centeno y pan de cebada,
pan de abejas, pan de flor,
altar vivo los pechos,
sobre mesa de tierra vasos de sol:
como y bebo, hombre soy.

Sonaja de simientes, poema:
enterrar la palabra, 
el grano de fuego,
en el cuerpo de Ceres
tres veces arado;
enterrarla en el patio,
horadar el cemento
con la gota tenaz,
con la gota de tinta.
Para la diosa negra,
piedra dormida en la nieve,
dibujar un caballo de agua,
dibujar en la página
un caballo de yerba.

Hoy es el solsticio de invierno:
canta el gallo,
el sol despierta.
Voces y risas, baile y panderos,
sobre el suelo entumido
rumor de faldas de muchachas
como el viento corriendo entre espadañas,
como el agua que brota de la peña.
Muchachas,
Cántaros penantes,
el agua se derrama,
el vino se derrama,
el fuego se derrama,
enetra las entrañas,
a piedra se despierta:
lleva un sol en el vientre.
Como el pan en el horno,
el hijo de la piedra incandescente
es el hijo de nadie.

A solas con el diccionario
agito el ramo seco,
palabras, muchachas, semillas,
sonido de guijarros
sobre la tierra negra y blanca,
inanimada.
En el aire frío del patio
Se dispersan las vírgenes.
Humedad y cemento.

El mundo
no es tortas y pan pintado.
El diccionario
es un mundo no dicho:
de solsticio de invierno
a pascua de resurrección,
en dirección inversa
a las agujas del cuadrante,
hay: “sofisma, símil, selacio, salmo,
rupestre, rosca, ripio, réprobo,
rana, Quito, quejido,
pulque, ponzoña, picotín, peluca…”.
Desandar el camino,
volver a la primera letra
en dirección inversa
al sol,
hacia la piedra:
simiente,
gota de energía,
joya verde
entre los pechos negros de la diosa.
 
Escribo contra la corriente,
contra la aguja hipnotizada
y los sofismas del cuadrante:
como la sombra, la aguja
sigue al sol,
siempre futuro;
como un perro, la aguja
tras los pasos del sol,
sol ido,
desvanecido, sol de sombra.
 
No el movimiento del círculo,
maestro de espejismos:
la quietud
en el centro del movimiento.
No predecir: decir.
Mundo suspendido en la sombra,
mundo mondo, pulido como hueso,
decir es mondadura,
poda del árbol de los muertos.
Decir es penitencia de palabras,
la zona negra y blanca,
el húmedo cemento, el patio,
el no saber qué digo
entre la ausencia y la presencia
de este mundo, echado
sobre su propio abandono
caído como gota de tinta.

La letra no reposa en la página:
memoria la levanta,
monumento de viento.
¿Y quién recuerda a la memoria,
quien la levanta, dónde se implanta?
Fuente de claridad, alumbramiento,
la memoria es raíz en la tiniebla.

Como tiniebla,
come olvido:
no lo que dices, lo que olvidas,
es lo que dices:
hoy es solsticio de invierno
en el mundo
hoy estás separado
en el mundo
hoy es el mundo
ánima en pena en el mundo.

(Octavio Paz).


Solsticio de invierno

Por todas partes
el primer pájaro del año
ha entonado una alborada
al compás de la última estrella invernal.
Una voz fría y estridente,
los primeros amores de la primavera,
sin hojas como la floración
de los jazmineros.
Los intervalos de la estrella
guían los primeros vientos,
abren los primeros brotes,
mantienen en vilo las primeras pausas
de la esperanza latente,
anhelante de música,
augurio del despliegue de las hojas,
fiel al latido del corazón.

(Kathleen Raine).


Todo invierno incuba la palabra halda…

Todo invierno incuba la palabra halda
en su red de niebla. Pero madre está asustada.
Atardeceres, semanas, soles de vuelta entera
que está asustada.
A Ifigenia le duró apenas unas horas,
pero no a quien le ponen tan alto tabernáculo.

No se trata de zurcir un pantalón
ni de hacer una colada,
no es un trámite cualquiera,
no se hace poniendo la cabeza en otro sitio.
En ningún sitio. En qué hectárea de soledad
hay formas que mantener.
Esto no se atraviesa y a otra cosa. No hay más.
O sí. Tanto que decir.

Como tiras de cortinas muevo sus labios
y me asomo a su mirar. Los tábanos
son una bendición
comparados con sus pensamientos.

(Fui persona y lo recuerdo).
 
Una alegría las avispas
al lado de todo lo que puja y puja por salir.
 
(Fui persona y lo recuerdo. Fui mujer).

Los tábanos. Zumba que te zumba
consiguen hacer un agujero entre los surcos
y algo despunta en briznas,
algo enredado da la cara y silabea.

(Fui persona y lo recuerdo.
Fui mujer y labradora.
Algo de aquello
Que por los ojos de las mulas
aún se ve).

Aunque la encina, aunque la vaca
se pusieran a buscar su corazón
mirando con las ramas el alto cielo,
un crepitar de lengua estofada para otros
lo apagaría de inmediato.

¡Qué drías tú! ¿Ella ha dicho yo?
Clavada en su parcela, ha dicho ¿qué?
Hoy todo sucedió de golpe, cuando insistí:

Soy yo, la mayor.
Y ella: ¡Tanto yo, tanto yo!
¿y quién te crees que eres yo?

(María Ángeles Maeso).