jueves, 15 de noviembre de 2018

Francisco Boix, un héroe, El fotógrafo de Mauthusen

A finales de octubre se estrenó la película El fotógrafo de Mauthausen, dirigida por Pilar Targarona. Anteayer pude verla y no me ha defraudado. Conocía la historia de Francisco Boix, el personaje protagonista, a través del libro Españoles en el Holocausto, de David Wingeate Pike, y del documental Francisco Boix, un fotógrafo en el infierno, de Lorenzo Soler. Estos días estuve buscando más información y descubrí algunos trabajos de Benito Bermejo, quien precisamente ha sido el asesor histórico de la película.

La película pone de relieve el horror de los campos de concentración nazis y el papel jugado -más bien sufrido- por los españoles y las españolas que pasaron por ellos. No debemos olvidar que en el de Mauthausen, donde se desarrolla la película, se recluía a los llamados irrecuperables, pasando por él más de 7.000 compatriotas y muriendo más de 4.000. La trama, construida por los guionistas Alfred Pérez Fargas y Roger Danès, está basada en hechos reales, con solo un personaje inicialmente reconocible entre las personas internadas: Boix. Me atrevo a decir que hay otro personaje, Valbuena, que podría ser, al menos parcialmente, Antonio García, compañero en el laboratorio fotográfico del campo. Además de ellos, también son identificables algunos de los responsables del campo de Mauthausen, incluyendo al fotógrafo nazi Paul Ricken (muy bien interpretado por Richard van Weyden), el empresario Anton Poschacher o Anna Pointner. 


El rodaje se ha hecho en Terrassa y Budapest, aprovechando en este último caso el escenario de un campo de concentración construido en los años ochenta para la película de John Huston Evasión o victoria. Puede decirse que la música, la escenografía y la puesta en escena resultan más que correctas. De lo anterior, lo que más me ha llamado la atención han sido tres aspectos: la recreación de algunas de las fotografías hechas en su día en el campo de concentración;  la sumisión esclava de los internos mediante gestos como agachar la cabeza o descubrirla ante las autoridades nazis; y la resistencia llevada a cabo por el Partido Comunista y la colaboración de algunas personas, incluyendo a la señora Pointner, que ayudó a guardar parte de los negativos. Todo, en un ambiente de violencia extrema y permanente. 

Pero en la película por encima de todo se encuentra Francisco Boix, una persona que ha generado una gran controversia histórica. Fue, junto con Antonio García, uno de los españoles que trabajó en el laboratorio fotográfico, siendo los dos comunistas. No debemos olvidar tampoco que en 1946 fue el único español que participó como testigo en los juicios de Nüremberg, cuyos testimonios fueron clave para condenar a algunos jerarcas nazis. La controversia deriva del papel jugado por ambos fotógrafos a la hora de esconder numerosos negativos de las decenas de miles de fotografías que se hicieron tras la derrota en Stalingrado y que se mandaron destruir para borrar las huellas que pudieran incriminar a los responsables. Su conservación permitió conocer de una forma directa, entre tantas otras cosas, los horrores vividos. 

Existe más consenso en que la idea partió de Boix y que a través de él se creó un sistema para irlas distribuyendo para su custodia. Los testimonios de internos lo corroboran y así lo defiende Bermejo en dos de sus obras Francisco Boix, el fotógrafo de Mauthausen (2002) y La historia de Francisco Boix y las fotos robadas a las SS de Mauthausen (2015). El mismo historiador considera que el carácter de Boix era una mezcla de atrevimiento, excentricidad e instinto de supervivencia, sin que le faltara sus buenas dotes como profesional del la fotografía. La película, como puede apreciarse, mantiene esa posición.  

Sin embargo, para Wingeate Pike, siguiendo los testimonios que recogió en su día de Antonio García, ocurrió todo lo contrario. En sus libros Españoles en el Holocausto (2004) y Dos fotógrafos en Mauthasen (2018) mantiene que Boix fue un impostor, peloteó a los nazis, se aprovechó de los negativos que guardó el propio García, se benefició económicamente de ellos una vez acabada la guerra e incluso no era un buen fotógrafo.  

Es cierto que Boix, desde el primer momento de la liberación del campo, se dedicó a fotografiar lo que iba viendo. Trabajó, así mismo, como reportero en varios medios, aprovechando la fama que fue ganando por su papel en el rescate de negativos y su difusión, y como testigo en Nüremberg. Su muerte prematura en 1951, como consecuencia de las secuelas del internamiento en el campo, le impidió defenderse de las más que dudosas acusaciones demoledoras lanzadas por García y recogidas por Wingeate Pike.

Boix no deja de ser un héroe, olvidado durante un tiempo, pero imprescindible, por supuesto.